viernes, 6 de febrero de 2015

La trampa de la guerra

A finales de 2014, el informe del International Crisis Group sobre Ucrania ya hacía pensar que la elite occidental no apostaba por la negociación en las regiones del Donbass. El artículo de Timothy Garton Ash en el Guardian (Putin must be stopped. And sometimes only guns can stop guns, 1 de febrero de 2015) es una muestra más del punto de vista hoy dominante entre los líderes de Europa y Norteamérica: no es el tiempo de la diplomacia sino el de la guerra. “La canciller alemana Angela Merkel y el ministro de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, han hecho bien en mantener la vía diplomática, pero incluso ellos concluyeron a mediados de enero que no merecía la pena reunirse con Putin en Kazajstán”, señala Garton Ash.

Europa, de nuevo, en guerra. Pero, ¿para qué? Según el analista británico, se trata de parar la agresión de Vladimir Putin contra Occidente y de evitar que se consolide un Estado títere en el este de Ucrania.

Además de la política de sanciones contra Rusia, esta estrategia exige armar a Ucrania. Según Garton Ash, la responsabilidad de reforzar militarmente a Ucrania corresponde a Estados Unidos, aplicando el Ukraine Freedom Support Act, la legislación promovida por el Senador John McCain. Armar a Kiev sería la contribución estadounidense a la coalición anti-Putin, una justa contrapartida al esfuerzo económico que suponen para Europa las sanciones contra Rusia y la ayuda financiera a Ucrania.

El nuevo escenario plantea retos a unas milicias del Donbass que sueñan con avanzar en dirección al sur y al oeste. Porque es precisamente la amenaza de su avance, hacia Mariupol o Debaltsevo, la que se utiliza para buscar el salto adelante en la posición europea a favor del compromiso bélico con Kiev. Es la trampa de la guerra en la que podrían caer las milicias si acaso sus fuerzas demostraran ser insuficientes para progresar y, luego, resistir frente a un ejército rearmado por los Estados Unidos.

Garton Ash no tiene duda alguna de que las democracias occidentales ganarán. Según él, Putin no puede sino perder a la larga. Cuando Ucrania esté en condiciones de pararle los pies al presidente ruso y éste quede neutralizado, entonces será posible volver de nuevo a la mesa de negociaciones, predice el visionario.

Pero, ¿para qué? Lo que pretende Ucrania no es defenderse de Rusia sino retomar el Donbass para imponer en ese territorio la ley de Kiev. Llegado ese momento, ¿qué ofrecería Europa a los derrotados? ¿La suerte de la Krajina o la del norte de Kosovo?

No parece que resulte suficiente para quienes han sufrido la brutal ofensiva ucraniana. Ucrania ha ido demasiado lejos en su agresión a las Repúblicas Populares de Donetsk y de Lugansk para pensar en alguna forma de reintegración voluntaria de los territorios del Donbass. Garton Ash habla de espanto y dolor al hablar de lugares como Mariupol o Debaltsevo. Pero no es sino una parte mínima del sufrimiento que ha causado la locura belicista del régimen ucraniano al que ahora pretende rearmar.

Dice también que serán los rusos los que más sufrirán las consecuencias de la guerra. Antes de que Putin abandone el poder, “más sangre y lágrimas correrán agitadamente río abajo por el Donets”, afirma. Un presagio tan siniestro que es preciso ocultar bajo el disfraz del humanitarismo, señalando que hay que acabar pronto con Putin para terminar con el dolor y el caos.

Reaparece el viejo relato, ya escuchado en Yugoslavia, en Libia, en Siria, en tantas partes. Para que impere la democracia, la paz y la justicia, es necesario usar antes la fuerza contra el Dictador. La destrucción de la guerra es el precio a pagar por la libertad, la nuestra y la suya.

¿Volverán los pueblos de Europa a apoyar la guerra?, ¿caerán de nuevo en la trampa?

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