El capitalismo conduce inevitablemente a la superproducción: para conquistar el mercado los distintos capitalistas compiten entre si a base de producir más en menos tiempo, de esa forma podrán vender más barato sin bajar los beneficios. Y la superproducción significa que se produce más de lo que la sociedad necesita y de ahí viene el derroche y el despilfarro que no obedece, por tanto, a una voluntad individual a la que apelan ecologistas y demás corrientes pequeño-burguesas.
Es ley en el capitalismo que satisfacer las necesidades no es negocio. ¿Qué vender entonces? Es por eso que los capitalistas
invierten en tecnología -no sin pocas ayudas estatales a la competitividad y la innovación - para invadir el mercado con nuevos productos.
Pero, al mismo tiempo, el desarrollo tecnológico en el marco estrecho de la propiedad privada de los medios de producción expulsa del proceso de producción grandes masas proletarias que al perder su trabajo no podrán, por tanto, comprar todo lo que se produce.
Las cifras oficiales hablan de unos 20 millones la mano de obra “sobrante” en Europa, pero a estas cifras hay que sumar que varios millones más tienen trabajos de algunas horas/días al mes o siguen cursos de formación sin ninguna perspectiva de contratación.
En Alemania, por ejemplo, si se suman todas las categorías de parados la cifra aumenta hasta los 4.355.332 desempleados. A esta mano de obra sobrante hay que añadir los 6,8 millones de trabajadores que ganan menos de 8,5 euros la hora o los 1,4 millones que ganan menos de 5 euros la hora.
En Francia según el Instituto Nacional de la Investigación Agroeconómica (INRA por sus siglas en francés) mas de 6 millones de personas pertenecen a un hogar en situación de inseguridad alimenticia por razones económicas.
¿Cómo aceptar entonces que en Francia se tire a la basura más de un millón de toneladas al año de alimentos todavía consumibles?
La industria de alimentación bajo el capitalismo acorta las fechas de caducidad para obligar a la gente a comprar más comida en menos tiempo. En Suiza, donde las fechas de caducidad se adelantan aun más, el 45% de la comida comprada acaba en la basura.
Los capitalistas del sector electrónico programan la muerte anticipada de los productos o evitan a toda costa su reparación.
En los años 20 el cartel formado por Philips, Osram y General Electric bajó la duración de las bombillas incandescentes de las 2500 a las 1000 horas.
Hoy en día Apple equipa muchos de sus aparatos con tornillos incompatibles con la mayoría de los destornilladores, o utiliza baterías sin recambio posible que duran no más de 18 meses, mientras Toshiba hace desaparecer los manuales de reparación de sus productos.
En el sector textil a H&M la pillaron tirando a la basura ropa nueva que había destrozado para evitar su utilización. Eso después de imponer condiciones de vida miserables a los obreros de las fábricas de Camboya, Birmania o Bangladesh. En 2012 más de 2400 obreras de Camboya se desmayaron por agotamiento en las fábricas textiles. H&M lo explica por un “fenómeno de histeria colectiva”.
El caos y la anarquía de la producción que produce esta contradicción irresoluble del capitalismo cada vez mas palpable entre abundancia y miseria se produce, además, porque es imposible planificar la producción en base a las necesidades de la población pues al ser privada la propiedad de los medios de producción esta no obedece que al interés privado de su propietario.
Ahí se halla el meollo de la cuestión que genialmente señaló Karl Marx para explicar porqué el capitalismo no puede resolver sus contradicciones antagónicas y porqué la única salida digna para la humanidad vendrá de la propiedad colectiva de los medios de producción, es decir, del Socialismo.
COMISIÓN DE RELACIONES INTERNACIONALES DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL (P.C.O.E)
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