Cientos de muertos entre policías, soldados, civiles y guerrilleros del PKK es el resultado de la reactivación en Turquía del conflicto kurdo con una dureza desconocida desde hace dos décadas, cuando hace solo dos meses todavía estaba en curso un proceso de diálogo aceptado por las dos partes.
Denuncias de torturas y maltrato colectivo a los detenidos, como el que se puede ver en un vídeo tomado por la propia Policía en Yuksekova; ejecuciones sumarias, como las que han vuelto a denunciar las autoridades locales de Diyadin, provincia de Agri, donde dos menores de edad –Emrah Aydemir, de 15
años, y Orhan Aslam, de 16- habrían muerto por disparos de la policía en la panadería donde trabajaban; bombardeos de aldeas de refugiados yezidis y cristianos que habían huido del genocidio perpetrado por el Estado Islámico en el norte de Irak…, todo con el aval de EEUU, la Alianza Atlántica y, por lo tanto, también del Gobierno español.
Ahora Ankara y Washington ponen en marcha la segunda parte de esta operación, presentada, igual que la primera, como la entrada de Turquía en la guerra contra el Estado Islámico, pero que, en el fondo, solo es una maniobra política diseñada para que el presidente Tayyip Erdogán satisfaga sus aspiración megalómanas de concentrar en su persona todo el poder.
Dos encuestas realizadas por sendos institutos de opinión turcos –Gezici y S Bilisim Danismanlik– entre finales de julio y comienzos de agosto muestran que el 65 por ciento de los encuestados creen que el objetivo de todo este lío es crear una situación de caos que beneficie políticamente al AKP, el islamista Partido del Desarrollo y la Justicia, férreamente dirigido por Erdogán.
En esta segunda fase de la operación contra el PKK, igualmente con el aval de la OTAN y la misma justificación de derrotar al Estado Islámico, se vuelve a cometer el error de apoyar en la “franja de seguridad” prevista en la frontera turca al norte de la ciudad de Alepo a grupos islamistas radicales para destruir un proyecto político basado en el respeto a la diversidad cultural y religiosa.
Esta franja, de 100 kilómetros de largo por unos 40 de ancho entre los pasos fronterizos de Azaz y Jarabulus, se ha presentado como un territorio “libre del Estado Islámico” para reasentar en estos 4.000 kilómetros cuadrados a los refugiados sirios hasta ahora acogidos en campamentos dentro de Turquía.
Pero todo el mundo reconoce que, en realidad, se trata de una “franja de separación” para abortar el proyecto kurdo de crear una autonomía que vaya desde la frontera iraquí prácticamente hasta el Mediterráneo, lo que implicaría el control de casi todos los puestos fronterizos con Turquía y de la carretera M-4 que comunica la ciudad de Mosul, en Irak, con el importante puerto de Latakia en el Mediterráneo, atravesando toda Siria.
El principal problema de este proyecto es garantizar el control de esta franja, actualmente dominada por el Estado Islámico, con fuerzas terrestres apoyadas desde el aire por aviones de EEUU y Turquía. Esta es la razón por la que, como ocurrió al principio de la guerra, el bloque atlantista vuelve a apoyarse en grupos islamistas que presentan como moderados cuando son aliados del Frente al Nusra, la rama siria de Al Qaeda, grupo que en sus métodos apenas se distingue del Estado Islámico.
Entre ellos destaca Ahrar al Sam (Movimiento del Levante), el principal de los grupos yihadistas, junto con Al Nusra, de Jaish al Fatah (Ejército de la Conquista), que, además de honrar en un comunicado al Mullah Omar, el líder de los talibanes, con motivo del anuncio de su muerte el 1 de agosto, ha dado la bienvenida a la operación turco-norteamericana, mientras que Al Nusra, informaba que retiraba todas sus fuerzas de la “franja de seguridad”, dejando así el terreno libre para que se lleve a cabo.
Está por ver, incluso, que estas fuerzas consigan desalojar al Estado Islámico de esta zona, no solo por la importancia que tienen algunas de sus poblaciones, como Jarabulus, Al Bab o Manbij, sino porque allí se encuentra Dabiq, localidad que da nombre a su principal publicación por ser el lugar donde la mitología musulmana sitúa el último y definitivo combate entre creyentes y no creyentes.
Teóricamente, entre las fuerzas destinadas a administrar la “franja libre del Estado Islámico”, deberían jugar un papel destacado varios grupos turcómanos respaldados directamente por Turquía, como son las brigadas Sultán Murat o Sultán Mehmet Fatih, pero resulta también dudoso que puedan imponerse a los islamistas radicales del Jaish al Fatah, mucho más poderosos que ellos en todos los sentidos.
No es, por lo tanto, una hipótesis descabellada pensar que, al final, en esta franja se imponga de nuevo una estricta aplicación de la Sharia en detrimento de los derechos humanos. No es que los kurdos del PYD, el brazo sirio del PKK que también aspira a ocupar este territorio, sean unos santos, porque también hay denuncias por violación de estos derechos en las zonas bajo su administración, pero su posición en este aspecto no se puede comparar con la del islamismo radical.
Precisamente por ello, la principal milicia cristiana de Siria, el Consejo Militar Asirio, ha pedido explícitamente a la OTAN que reconsidere su apoyo a esta nueva operación y respete la propuesta de autogobierno del PYD. Así lo ve también buena parte de la propia población turca que, en otra encuesta realizada a finales de julio por el centro de estudios Metro Poll, decía de forma mayoritaria preferir que esta zona fronteriza estuviera bajo control del PYD antes que en manos del Estado Islámico. Entre los votantes del gubernamental AKP, este porcentaje llegaba al 35 por ciento.
Erdogán no lo ve así; para él, el verdadero peligro de Turquía es el PKK y contra esta organización cabe todo, desde llevar el país al caos hasta reavivar los movimientos islamistas en Siria. Pero Erdogán ha llegado a un punto en que confunde sus intereses personales con los de Turquía, y esto le puede costar muy caro si, como parece, se decide a convocar elecciones anticipadas en noviembre.
Además de las encuestas, hay otros indicios –declaraciones de ONGs, de intelectuales y empresarios– de que la población está cansada de estas peligrosas maniobras políticas. Dentro de su propio partido, el AKP, ya se han levantado voces, entre ellas la del primer ministro, Ahmet Davutoglu, advirtiendo que, frente a tal escenario, sería preferible una coalición con el Partido Republicano del Pueblo (CHP), el principal de la oposición, de tendencia socialdemócrata y opuesto a la nueva escalada militar de Erdogán, pero cuyas conversaciones con el Gobierno acaban de fracasar.
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