En un artículo publicado el pasado 7 de mayo, Adam Entous cuenta la iniciativa de algunas viejas glorias de la Guerra Fría para replicar en Ucrania el modelo de la lucha antisoviética en Afganistán.
En el verano de 2014, tras 24 años sin haber mantenido entre ellos relación alguna, el ex Senador republicano Gordon Humphrey contacta de nuevo con Michael Pillsbury, asesor todavía en activo del Pentágono. Su objetivo, contrastar la disposición del Departamento de Defensa de EE.UU. para facilitar armamento especializado a Ucrania. A pesar de la opinión negativa que
recoge Pillsbury en el Pentágono, Humphrey no se da por vencido. Cree que, como en los años 80, la determinación de algunos líderes, tanto en el Senado como en el Congreso, podría acabar consiguiendo que las armas fluyan hacia Ucrania.
El 16 de septiembre, Humphrey se ofrece a Michael Sawkiw, responsable del Ukrainian National Information Service, la rama de relaciones públicas de la comunidad ucraniano-estadounidense, para movilizar al Senado. El 18, el exsenador republicano está presente durante el discurso del presidente Poroshenko en el que pide ante el Congreso armas para Ucrania. Ese mismo día asiste también a una reunión del Comité de Relaciones Exteriores del Senado en la que pide ayuda para el régimen de Kiev. Se vota entonces en el Comité la iniciativa legislativa que autoriza a Obama a proporcionar equipo militar a Ucrania.
También ese 18 de septiembre, y a sugerencia del Humphrey, Michael Pillsbury acepta reunirse con el teniente general Volodymyr Zamana y otros miembros de la delegación que acompaña a Poroshenko en una oficina del Senado. Unos días después, Pillsbury invita a los ucranianos a su casa de Georgetown para continuar las discusiones. Ahí sugiere a Zamana que considere solicitar sistemas de radar contra-batería a EE.UU. y formar a los militares ucranianos en los principales centros militares en Europa.
Durante los días siguientes, Humphrey y Pillsbury acompañan a miembros de la delegación ucraniana en sus visitas al Pentágono. Ayudan, por otra parte, a los grupos de presión ucraniano-estadounidenses a crear un comité de apoyo en el Senado (el Senate caucus), siguiendo el modelo del que Humphrey copresidió en la década de 1980 para apoyar la causa de los muyahidines afganos. En las semanas siguientes, Humphrey se reúne con alrededor de una docena de senadores y habla con el resto por teléfono para consolidar esa iniciativa. En todas estas actuaciones, Humphrey y Pillsbury participan como asesores no remunerados a favor de los intereses ucranianos.
El Caucus del Senado a favor de Ucrania se pone finalmente en marcha el 9 de febrero de 2015 bajo la copresidencia del republicano Rob Portman a quien Humphrey había presionado para intensificar su papel activo a favor de Ucrania. Le sigue una visita de Portman a Kiev en abril para estudiar las necesidades militares del país. Según Pillsbury, las cosas se mueven más rápido de lo que se hicieron en los años 80 en el proceso afgano. Y, de hecho, el día 14 de febrero Andriy Parubiy anuncia en una televisión su disposición a viajar la siguiente semana a EE.UU. para presentar una lista de necesidades de armamento para Ucrania. El contenido de ese viaje de Parubiy a Canadá y Estados Unidos fue detallado en este blog.
El objetivo final de Michael Pillsbury y Gordon Humphrey en todo este proceso es presionar al Presidente Obama para que Estados Unidos aplique a Rusia la misma estrategia de acoso y derribo aplicada en los años 80 en Afganistán.
Según Entous, Pillsbury y Humphrey se conocieron en 1979. Pillsbury era entonces asesor de política exterior de los republicanos del Senado y Humphrey el nuevo representante de New Hampshire en esa institución. Ambos formaban parte del grupo que, a mediados de los años 80, apostaban por intensificar el apoyo a los muyahidines afganos en su lucha contra los soviéticos.
Como ayudante del Subsecretario de Defensa, Fred Ikle, Pillsbury se convirtió en un defensor de la causa afgana en la sombra. A pesar de que los rebeldes afganos se limitaban por entonces a pedir armas ligeras y munición, Pillsbury les animó a solicitar sistemas de armamento avanzado a disposición de la potencia norteamericana. En su propósito de facilitar misiles tierra-aire Stinger a los muyahidines, el asesor del Pentágono contó en todo momento con el apoyo de Humphrey, entonces copresidente del grupo de trabajo del Congreso sobre Afganistán. Ambos contaron también con el apoyo de otro de los halcones hoy con presencia en Ucrania, Phillip Karber. La tesis de éste: definir una línea para evitar el avance de Moscú y llevar armamento moderno para hacer más costosas las pérdidas soviéticas.
Las actuaciones de Pillsbury tendrían éxito. Según Steve Coll, en abril de 1985 se integra en la delegación estadounidense que presenta la nueva estrategia de apoyo a los muyahidines en Afganistán ante el ISI paquistaní, el supervisor sobre el terreno de los yihadistas afganos. Fue el verdadero salto adelante que culminaría unos pocos años después con la retirada del ejército soviético de Afganistán y la caída de la Unión Soviética. Pocas dudas hay de que Pillsbury y Humphrey quieren hoy forzar una situación similar en Ucrania, probablemente con la intención de acabar con la Rusia reforzada por el liderazgo poco contemporizador de Vlamidir Putin. Como señala Humphrey, sólo con Yeltsin Rusia parecía acercarse al buen camino.
La cuestión que tanto Pillsbury como Humphrey se guardarán de mencionar es que la política afgana de Ronald Reagan tuvo también sus contrapartidas para Estados Unidos. No se trata sólo del 11/S sino del papel que todavía desempeñan, en su enfrentamiento con ese país, viejos señores de la guerra como Gulbuddin Hekmatyar, entonces la principal figura encargada de llevar adelante la estrategia americana de Pillsbury en Afganistán. Hekmatyar ha resurgido recientemente para amenazar a Irán por su supuesta implicación en Yemen, ignorando por completo que son saudíes las bombas que caen a diario sobre Yemen.
A mediados de los años 80, tanto el ISI como la CIA creían que Hekmatyar era el más eficiente “matando soviéticos”, razón por la que se había convertido en el principal receptor de la ayuda militar norteamericana. Sus acciones de sabotaje y terrorismo contarían a partir de entonces con el apoyo decidido de sus impulsores estadounidenses. El líder afgano era también uno de los principales beneficiarios de la ayuda humanitaria del Afghanistan Relief Committee al que pertenecía, como figura destacada, el senador Humphrey.
La paradoja es que Hekmatyar agrupaba en torno a él a las facciones más radicales, anti-occidentales y transnacionales de los yihadistas. Apoyaba la red de Osama Bin Laden y de otros árabes que por entonces llegaban en masa a territorio afgano como voluntarios.
Tanto entonces como ahora, Pillsbury y Humphrey consideraban que el riesgo de perder la guerra ante el avance enemigo no llevaba a la mesa de negociación sino a la necesidad de reforzar militarmente a los aliados dispuestos a morir por la causa (la estadounidense). Y eso es precisamente lo que este mundo de viejas glorias de la Guerra Fría pretende conseguir en Ucrania, cueste lo que cueste y muera quien tenga que morir. Excluidos ellos, por supuesto.
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