Si julio se presentó como un mes que podía ser decisivo en lo militar, con una ofensiva ucraniana cuyo objetivo era acabar definitivamente con la rebelión armada que suponen las Repúblicas Populares y septiembre tenía que ser el momento de la batalla política, con la firma de un protocolo que debía crear una división interna que acabara con cualquier credibilidad de los líderes emergentes, diciembre se presenta como un mes decisivo para el futuro económico de Donbass. Mientras la prensa occidental espera el aparente “zarpazo” inminente ruso, la realidad diaria del frente no ofrece indicio alguno de tal intención.
Pese a los continuos rumores triunfalistas que afirman controlar la totalidad del aeropuerto de Donetsk que se prodigan por ambas partes, el territorio de lo que hasta hace unos meses era el más moderno aeropuerto de Ucrania sigue siendo territorio disputado. Pese a todo, la casi completa destrucción de las instalaciones ha hecho disminuir notablemente el valor estratégico de la ubicación. Ambas partes parecen haber aceptado ya que la lucha por un objetivo destruido ha causado excesivas bajas, con lo que son los alrededores los que se han convertido en estratégicos.
Pese a la propaganda que anuncia un ataque ruso o las esporádicas declaraciones de los líderes de las Repúblicas Populares que, con más corazón que cabeza, anuncian de su intención de recuperar las ciudades perdidas, especialmente la ciudad portuaria de Mariupol y el antiguo bastión rebelde de Slavyansk, los objetivos militares de las Repúblicas Populares son, en este momento, mucho más humildes. Por el momento, los objetivos de la milicia no van más allá de recuperar Avdeevka y Peski en los alrededores de Donetsk y Stanitsa Luganskaya, en ambos casos para evitar alejar al ejército ucraniano lo suficiente para evitar que las dos principales puedan ser bombardeadas por la artillería ucraniana. El otro objetivo es Schastye, estratégica por la planta que provee de energía a la zona. Todo objetivo más allá de estos carece, en este momento, de realismo, digan lo que digan las acusaciones sin prueba alguna de la OTAN, el Gobierno ucraniano o ciertos medios occidentales, que esperan que esas tropas que ni los observadores de la OSCE ni la prensa internacional han visto en la frontera rusa ataquen, o vuelvan a atacar, si es que aún se insiste en las anteriores invasiones rusas.
Ucrania, que ha utilizado la amenaza rusa cada vez que trataba de justificar sus fracasos en el campo de batalla o en la economía, sigue sufriendo los efectos de la crisis económica y política. La prensa ha insistido durante meses en las dificultades que el invierno iba a acarrear para Ucrania, especialmente durante las negociaciones del gas, que se alargaron durante semanas, hasta que Rusia y Ucrania aceptaron un acuerdo similar al anterior a la crisis. Rusia aceptaba ofrecer un descuento a Ucrania a cambio de que Ucrania acepta el sistema prepago. No exento de problemas y de constantes impagos y retrasos, el acuerdo supone una tregua para los meses de invierno, aunque la crisis amenaza con resurgir con las recientes declaraciones de Yatseniuk, que ante la bajada del precio del petróleo, espera un descuento adicional del precio del gas ruso.
Las dificultades económicas ucranianas no han desaparecido, y el propio Gobierno admite que carece del carbón necesario para el invierno. Tras las acusaciones de corrupción relacionadas con un contrato de compra de carbón a Sudáfrica, incluso el Gobierno ucraniano ha llegado a admitir que será necesario importar tal material de Rusia o comprar carbón a Donbass, que a pesar de su inicial disposición, ha retirado la oferta tras los últimos actos de Kiev. Las Repúblicas Populares alegan que no venderán carbón a Kiev hasta que este no cumpla con los acuerdos de Minsk y deje de bombardear las zonas residenciales, algo especialmente evidente en las zonas cercanas al aeropuerto de Donetsk, donde la batalla no ha parado a pesar del alto el fuego.
El dramático descenso de las reservas de oro también ha sido tema de conversación en los últimos días. Las autoridades ucranianas admiten ese descenso y alegan que se trata de una optimización de las reservas, sin dar detalle alguno de cuál ha sido el proceso. En la misma línea, el primer ministro Yatseniuk insiste en que solo aquellos países aislados y sin apoyo exterior dependen de sus reservas de oro. Así pues, no está claro si Ucrania ha transferido sus reservas a Estados Unidos como garantía para los créditos del Fondo Monetario y otras instituciones internacionales, si se ha empleado en mantener la moneda, cuya devaluación puede haber perdido presencia mediática por la devaluación del rublo pero no por ello deja de ser un problema para la población ucraniana. Cualquier otra explicación es posible, pero todo apunta a que el Gobierno ucraniano no está dispuesto a ofrecerla.
Pese al desinterés mostrado por gran parte de la prensa occidental, tan centrada en ese esperado ataque ruso, diciembre se presenta como un mes clave porque es ahora cuando, a medida que aumenta el frío y con él las dificultades para los habitantes de zonas golpeadas por la guerra, se ponen en marcha las medidas más duras del Gobierno ucraniano. Se había hablado ya del control de documentos que realiza el Gobierno ucraniano a la entrada a territorios rebeldes, aparentemente muy similar al control que el Gobierno georgiano realiza en la frontera con Abjasia, en la práctica una frontera a un territorio que de facto es independiente, pero que el Gobierno central sigue reclamando como propio. Kiev anuncia ahora la interrupción del servicio de trenes hacia los territorios de Donetsk y Lugansk y anticipa que también el servicio de autobuses puede ser interrumpido en breve.
Esto puede dificultar aún más cualquier intento de los pensionistas de cobrar sus pensiones. Tras el anuncio del Gobierno de suspender oficialmente, en la práctica los pensionistas residentes en los territorios fuera del control del Gobierno de Kiev no habían podido acceder a sus pensiones durante meses, el pago de pensiones y salarios en los territorios controlados por las Repúblicas Populares. Kiev ha anunciado también la suspensión y bloqueo del sistema bancario, así como de las empresas públicas situadas en la zona, lo que incluye las minas. En la práctica, esto supone un bloqueo económico a los territorios rebeldes y el abandono de sus habitantes por parte de un Gobierno que sigue reclamando el territorio como propio. El Gobierno ucraniano alega la inviabilidad de estos pagos acusando a “los terroristas” de robar el dinero dirigido a los pensionistas. Desde Donetsk, los periodistas sobre el terreno llevan días informando de las dificultades para obtener dinero de los bancos, dificultades que aumentarán las próximas semanas.
El mismo razonamiento se usa para justificar la ausencia de ayuda humanitaria para la población que vive en esa zona golpeada por la guerra. El presidente Poroshenko ha llegado a afirmar que “los terroristas” disparan a los camiones de ayuda humanitaria ucranianos. Quizá por eso, la ayuda humanitaria internacional no ha llegado a los territorios rebeldes. Un convoy alemán llegó hasta Kharkov y otro procedente de Estonia fue enviado a Odessa. El Gobierno ucraniano anuncia que los empleados públicos y pensionistas han tenido el tiempo suficiente para abandonar las zonas en guerra y pasar a ser desplazados internos. Los empleados públicos que se mantengan en sus puestos son ya considerados desertores. Los pensionistas, uno de los grupos de población más expuestos a la crisis, no solo pierden sus pensiones sino que serán los más afectados por la prohibición de enviar medicamentos a la zona, otra de las medidas anunciadas recientemente. Pese a todo, el presidente Poroshenko insiste en que Ucrania cumple con sus compromisos y que trata de no abandonar a la población de Donbass.
En la práctica, la población de Donbass se enfrenta a lo más duro del invierno con su infraestructura dañada por la guerra y con un bloqueo económico y político que los dirigentes de las repúblicas populares, presumiblemente con el único apoyo de Rusia, tendrán que solventar si aspiran a crear un Estado propio. Desde Donbass se anuncian medidas para ello, ya sea la intención de colaborar con Abjasia para solventar el bloqueo bancario, la nacionalización de las minas o la creación de un fondo de pensiones. Pero a medida que la situación se alarga, las buenas intenciones no son suficientes y es necesario que estas medidas se concreten. Pese a las declaraciones de Poroshenko, que sigue insistiendo en que la población no apoya a los que sigue llamando bandidos o terroristas, las autoridades de Donetsk y Lugansk, la población de Donbass parece estar dispuesta a sufrir este invierno. “Sí, vamos a pasar hambre. Sí, vamos a pasar frío. Y sí, vamos a morir, pero no vamos a ceder un centímetro”, dice desde Donetsk el periodista Mark Bartalmai, aclarando que esta actitud proviene de la gente corriente, no de los hombres armados a quienes Ucrania y la prensa occidental consideran títeres de Moscú. Pero ni la paciencia de la población es eterna ni se puede pretender que la población que la población pueda subsistir a base de la ayuda humanitaria de un solo país.
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