Por: César Gómez Chacón
El mundo está aterrado. “Rusia ataca de nuevo”, parece ser el titular de la nueva película que la gran prensa mundial (léase norteamericana y europea) nos quiso vender apenas unos días después de culminada la ceremonia de los Oscares.
A estas alturas, a partir de bagaje de “información” la inmensa mayoría de las personas del planeta debería estar ya completamente convencida de que el gigante
comunista ruso, el oso peligroso herido de muerte en la guerra fría, ha vuelto a levantarse y tiene sed de venganza.
La colosal campaña mediática de las últimas semanas, a partir de los acontecimientos desencadenados en Ucrania, apuntó desde el comienzo hacia el objetivo principal: la Federación de Rusia. No era un guión de última hora, sino un bien hilvanado proceso de producción, a partir de un libro escrito hace ya más de veinte años.
La arremetida casi unánime, en fuerza, argumento y clara dirección, de los grandes medios de (in)comunicación y (des)información mundiales, no es más que la punta del iceberg. Es la geopolítica del “mundo al revés” lo que subyace detrás del telón. Ucrania era sólo el señuelo (verdad que apetitoso, aunque difícil de tragar), pero Rusia fue y es, desde el principio, el pato principal.
Sólo dos décadas después de desmoronada la URSS, el país más grande del mundo, con más de 17 millones de kilómetros cuadrados, y una población superior a los 143 millones de habitantes, resurgió unido y poderoso. La Federación de Rusia, sin un atisbo de alarde, comenzó poco a poco a ocupar el lugar que le corresponde en el concierto de naciones.
Su rol creciente en la arena internacional, junto a China, agrietó finalmente la hegemonía de los poderosos en el mundo “unipolar”. El firme enfrentamiento a los intentos yanquis por repetir en Siria el libreto de Irak y Libia, demostró el poder y la habilidad de la diplomacia rusa. El presidente Vladímir Putin y su equipo del Ministerio de Exteriores pusieron en ridículo a norteamericanos, europeos e israelíes, y dejaron al Premio Nóbel de la Paz, Barack Obama, vestido para la fiesta de la nueva guerra. Otro pecado que ni uno, ni otros, le van a perdonar.
La carrera por el pastel
Ucrania viene a ser entonces la nueva carta de triunfo en los intentos por aislar y destruir a Rusia. Ya se sabe mucho, y se sabrá aún más en la medida que pasen los días. Es el mismo modus operandi que los Estados Unidos han utilizado en los últimos años y en diversas regiones del mundo. Es el mismo argumento que hoy se vuelve a repetir en Venezuela.
Detrás de los disturbios en Kiev y en otras ciudades de la ex república soviética, está la garra peluda de la CIA y no sólo… Hoy se afirma que ex-miembros de unidades especiales de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) participaron en las acciones subversivas en Ucrania.
Hay que ser tullido político para no advertir que el nivel de rapidez, violencia y resolución con que se movilizaron y actuaron los manifestantes de la Plaza de la Independencia (Maidán) y otros sitios del país, de ninguna manera tenía que ver con un movimiento “espontáneo” de unos pobladores supuestamente indignados por una decisión del gobierno del presidente Víctor Yanukovich, que en última instancia los perjudicaría a largo plazo. En las barricadas de la Maidán, como ya también se conoce, no sólo se repartió mucho vodka.
Este jueves la prensa rusa desenmascara una llamada de teléfono entre el ministro de Exteriores estonio, Urmas Paet, y la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, en la que el primero le indica que detrás de los francotiradores que actuaron en Kiev no estaba el presidente Víktor Yanukóvich, “sino alguien de la nueva coalición”,
El objetivo de arrebatar a Ucrania en beneficio de las apetencias geopolíticas norteamericana y europea es un plan minuciosa y largamente tramado. Ello presupone de inmediato acercar aún más el alcance del poderío militar de la OTAN a las fronteras occidentales de Rusia.
No debe olvidarse algo de suma importancia: los gasoductos que atraviesan Ucrania, calculados en unos 28.602 kilómetros de tuberías, bombean el gas desde Rusia hacía el resto del continente europeo. Tenerlos bajo control “amigo” es también parte de la estrategia contra Moscú.
Los acontecimientos de última hora apuntan hacia esa dirección. Muy poco antes de que el secretario de Estado, John Kerry, aterrizara en Kiev, este 4 de marzo, con el anuncio de una ayuda económica de unos 1.000 millones de dólares para apuntalar a los sucesores de Yanukóvich, ya la prensa había filtrado que Ucrania podría acoger “elementos” del escudo antimisiles de EEUU en su territorio, a cambio de ayuda financiera de Washington.
Al mismo tiempo, una delegación del Fondo Monetario Internacional tiene previsto empezar a trabajar en el propio terreno el martes; y se dice Kiev espera de éste un préstamo de al menos 15.000 millones de dólares (unos 10.900 millones de euros) para evitar la bancarrota.
Dicho más claramente: la lucha por el pastel ya comenzó, pero –valga insistir–el plato fuerte es y ha sido siempre Moscú.
La Unión Europea, desgastada por sus propios problemas económicos, no quería –y nunca lo prometió– sumar a su nómina una Ucrania empobrecida, dividida, y con un altísimo nivel de corrupción a todos los niveles. Las limosnas que últimamente había ofrecido a Kiev, no resolvían ninguno de sus grandes y verdaderos problemas, eran más que todo parte del plan propagandístico para acercar a su cazuela, como finalmente logró, a una parte del movimiento nacionalista y anti-ruso que históricamente vivió en la parte más occidental del país.
Otra guerra que empezó en la prensa
Convertidos desde hace tiempo en parte importantísima del mismo modus operandi de quienes mueven los hilos de la política hegemónica, los principales medios de la “gran em-prensa” mundial desataron convenientemente su campaña de mentiras y medias verdades, a partir de la primera chispa que ardió en Kiev.
A finales de noviembre de 2013, aún antes de caldearse la muy mediática Maidán, los estrategas de la información sentaron inmediatamente a Rusia en el banquillo de los acusados, dando a entender que el Kremlin presionaba a Kiev para que no firmara el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea.
Rusia presiona a Ucrania para que el gobierno de Yanukovich no cambie el rumbo político, afirmaba uno de aquellos muchos titulares entonces, y acto seguido se explicaba: Moscú está preocupado por un posible acercamiento del país a la Unión Europea, tras la reunión del presidente con Catherine Ashton. Amenazó con retirar la ayuda financiera…
A partir de ahí, y ante los acontecimientos violentos en Ucrania, que los medios occidentales se encargaron de amplificar y azuzar convenientemente, no faltó un día en que no se hablara de Rusia y sus posibles y “peligrosas” reacciones. La guerra ya estaba avisada.
De modo que hace menos de una semana, al darse la lógica decisión de Moscú de proteger del vandalismo y las amenazas extremistas y fascistas a sus tropas acantonadas en Crimea, según un viejo acuerdo anterior al gobierno de Yanukóvich, se dispara una campaña de mentiras, que casi convence al mundo del inicio de una guerra verdadera en Ucrania.
Un titular de la agencia Reuters del sábado 1ro de marzo es bien claro: Rusia, lista para invadir Ucrania; Kiev advierte sobre guerra. Y un par de frases tomadas al azar de lo mucho que se publicó a la sazón, lo complementan: La flota rusa en el Mar Negro tiene una base en Crimea y Moscú estableció un control efectivo sobre la península, que es parte de Ucrania (…) Más temprano el lunes, Interfax citó a una fuente no identificada del Ministerio de Defensa diciendo que el comandante de la flota en el Mar Negro había establecido un plazo límite de rendición a las 0300 GMT.
Los hilos del entramado propagandístico tienen una vez más su punta en la maquinaria mediática de los Estados Unidos, el país que más bombas, tropas, agresiones e invasiones ha lanzado por todo el mundo en los siglos XX y XXI, una versión ridícula de la conocida historia del ladrón que grita ¡al ladrón!, para desviar la atención de sus perseguidores.
La llamada gran prensa y hasta algunos políticos occidentales no se han cansado de calificar desde entonces el mínimo movimiento o fortalecimiento de las fuerzas rusas en sus bases como: “ocupación”, “agresión”, e “intervención” en Crimea. No importó que el presidente Vladímir Putin confirmara en su encuentro con la prensa, este 4 de marzo, que no había habido “ni un solo disparo, ni una sola víctima” en Crimea. En la mayoría de las personas del planeta que siguen los acontecimientos por los medios, ya fue sembrada la idea de que allí hay una guerra desatada por los rusos y sus “tropas de ocupación”.
Capítulo aparte merecerían las versiones de prensa sobre ese mismo encuentro, de hace unas horas, de Putin con los periodistas. Un cable de AP relataba que: Mientras el mandatario ruso hablaba con los periodistas en su residencia personal, el secretario de Estado norteamericano John Kerry se reunía en Kiev con el nuevo gobierno de Ucrania y exhortó a Putin a retirarse de ese país. Todo muy claro, el líder ruso estaba fresquito en su casa, mientras sus tropas invadían Ucrania, y el sacrificado de Kerry iba al campo de batalla a resolver diplomáticamente el entuerto.
Fue uno de sus discursos característicos, lleno de arrogancia machista y burlas sarcásticas, en el que acusó a Occidente…, continuaba refiriéndose AP a las importantísimas declaraciones del presidente ruso a la prensa. Para luego reafirmar lo que sí era para ellos “noticia”: la guerra que hasta hoy no sucedió:
Rusia ocupó la estratégica península de Crimea el sábado y sus tropas tomaron el control de la terminal del transbordador, las bases militares y los puestos fronterizos. Dos buques de guerra de Ucrania se mantenían fondeados en el puerto de Sebastópol, en Crimea, con sus movimientos bloqueados por buques de guerra rusos.
Y como en toda contienda bélica, al final debe haber un vencedor, o al menos un derrotado. De eso ya la prensa “libre” también se encargó, al publicar hace apenas algunas horas: “El desenlace parcial de la crisis de Ucrania ha sido considerada por analistas como una derrota en los planes expansivos de Rusia”.
La crisis, por cierto, aún no ha terminado, pero la campaña contra Rusia y su presidente, a quien de paso ya se le cuestiona su nominación al Premio Nóbel de la Paz, ¡Dios salve a Obama!, se multiplica e infla por minutos. En ella vale todo, hasta revivir el fantasma del comunismo. La foto de un hombre enarbolando la bandera roja de la Unión Soviética, en alguna manifestación en ni se sabe dónde, ocupa ya hoy espacio en las primeras planas de los grandes medios digitales.
Norteamericanos y europeos se desgarran ahora las camisas pidiendo e inventando sanciones contra Rusia. Es el colmo de la doble moral, o –mejor dicho–, es la moral con la que se hace y deshace en esta “aldea global” del siglo XXI.
Los dueños del planeta nos están dando, además, una interesante lección de cómo debió haber reaccionado el mundo (y la prensa, si fuera realmente libre), ante las agresiones verdaderas, los bombardeos y los asesinatos en masa cometidos por las tropas yanquis y sus aliados en Afganistán, Irak, Libia…
¡Cuidado, el verdadero ladrón y sus cómplices doblaron por aquella esquina!
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