La visita del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, a Arabia Saudí quizá no haya disipado el enfado de Riad, pero sirvió para escenificar las buenas relaciones entre los dos países. Unas relaciones tradicionales y, en palabras de Kerry, «estratégicas y duraderas». Por su parte, el príncipe Saud al Faisal, ministro de Asuntos Exteriores, aseguró que las diferencias entre los dos países son normales en las relaciones entre «dos países aliados». Pero, además, esa visita es muestra de la necesidad de Washington de esa escenificación, de dejar claro que el apoyo de EEUU a esa monarquía no ha variado, y para ello no dudado en reverenciarla públicamente y demostrar ese apoyo por medio de un presente que consistió en una breve visita a Egipto.
Así, tras las tensiones provocadas por cuestiones como la actitud estadounidense en ante el derrocamiento de Hosni Mubarak, primero, su relación con los Hermanos Musulmanes, posteriormente, hasta el golpe de estado en Egipto, el diálogo con Irán o la decisión de no intervenir militarmente en Siria, ambas partes dejaron claro que Arabia Saudí es el principal valedor de Estados Unidos en Oriente Medio, donde la influencia de la primera potencia mundial ha perdido peso específico. Al Faisal aprovechó la ocasión para mostrar su impaciencia y advertir de que las negociaciones con Siria no deben ser indefinidas, y Kerry, lejos de desairarle, dijo que Bashar al Assad debe renunciar porque ha perdido su legitimidad, algo que suena como mínimo a sarcasmo tratándose de dar la razón a ese interlocutor.
Estos días, la imagen de la primera potencia mundial, que justifica cualquier intervención con sus consiguientes «daños colaterales» -eufemismo de verdaderas atrocidades- en calidad de gendarme del mundo, ha salido malparada -como en tantas ocasiones, ciertamente-. Tras hacer escala en Egipto para dar el visto bueno a un gobierno golpista -por supuesto, sin decir que lo es- pero necesario para Arabia Saudí, ayer Kerry se dedicó a dorar la píldora a la satrapía saudí, de la que no tiene queja alguna y a la que prometió protección. Una imagen no por conocida menos lamentable.
Editorial Gara
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