No pocos analistas prevén un escenario general de pesadilla en
lo económico, lo político y lo social. Y no es para menos. La crisis en Europa
arrecia, los Estados Unidos continúan inmersos en un ciclo depresivo, y hasta la China de proverbial despegue
concluirá este año con una tasa inferior a la de 2011. La globalización
condiciona el ritmo incluso a quienes “escapan del pelotón”.
Por algo la ONU advierte de que el mundo
“se está tambaleando al borde de otra gran recesión”, fundamentalmente como
resultado de la crisis de la deuda soberana en varios países del Viejo
Continente, donde para mayor inri los gabinetes se han decantado por medidas de
austeridad, y se constata tal alza del desempleo que, aun si se lograra
controlar la situación, en estos 12 meses el orbe se beneficiaría de un
raquítico crecimiento, de 2,6 por ciento.
Y claro
que el panorama no se ha ensombrecido así nomás, como por ensalmo. Según
plausible editorial del diario mexicano La
Jornada , el llamado de Naciones Unidas
trasluce que el tiempo transcurrido entre el término formal de la pasada
recesión -habrá que repetir el vocablo, no tanto como el de crisis-
y el presente ha sido alevosamente perdido.
A pesar de que el carácter
insostenible del modelo vigente fue reconocido ¡al fin! por la gran mayoría de
las autoridades de Occidente, y por los organismos financieros internacionales,
ninguno de ellos hizo esfuerzos sustanciales para reconstruir la economía
planetaria sobre bases éticas y racionales, poniendo freno al apetito
especulativo.
La pretendida
superación de la crisis que detonó en 2008 se limitó a una recomposición de los
macroindicadores, y, ante los desajustes surgidos allá en la Eurozona , los mandamases
se han aferrado a la continuidad de la ortodoxia neoliberal. Es decir, al
sacrificio de los más mediante draconianos ucases dirigidos al recorte de la
propiedad y los presupuestos públicos, los salarios, mientras se insufla aire a
los impuestos, que pujan por establecerse en la comba celeste.
A la
altura de tres años de una debacle al parecer inacabable, el especialista
cubano Osvaldo Martínez convoca nuestra atención sobre el hecho de que la
crisis actual resulta la más grave, profunda y abarcadora desde la de 1929, y
deviene diferente a cualquier otra, “aunque su ADN es el de una crisis
capitalista, tipificada por la economía marxista”. La de hoy “no es una crisis
norteamericana extendida al resto del mundo como en ocasiones se presenta”,
sino “una crisis global con centro en Estados Unidos, que no es lo mismo.”
Y no es lo
mismo, subrayemos con nuestra fuente, porque contiene como elemento nuevo un
fallo orgánico múltiple: no trastabilla como impenitente beodo únicamente la
economía, sino la energía, la alimentación, el medioambiente. La desgracia se
torna multidimensional, lo cual para Martínez podría estar calzando la teoría
de Jorge Beinstein sobre el capitalismo senil.
Capitalismo
cuyos rasgos visibles son: tendencia a la desaceleración del crecimiento,
comprobable estadísticamente; hipertrofia financiera global, enseñoreada sobre
la economía productiva; decrecimiento de la revolución tecnológica, que se va
convirtiendo en factor destructor de fuerzas productivas, más que en creador o
desarrollador de ellas -¿un ejemplo? La informática al servicio de la
financierización se trueca en elemento demoledor de empleos, y contribuye a
nutrir las famosas burbujas, que estallan y… ya se sabe-. Como cuarta
característica, decadencia del Estado burgués, con un inherente deterioro
institucional.
Ahora,
insistamos en que pecaría de incauto quien, gastándose un determinismo a lo
Kautksy -menuda tara intelectual-, siguiera esperando que la provecta formación
se derrumbe o colapse bajo el peso de sus propias leyes, sin la intervención de
potencias lo mismo de bases horizontales y comunitarias que constituidas por
partidos más o menos jerárquicos o gobiernos con voluntad antisistémica.
¿Lo ideal? La conjunción de esos universos. Y el golpe isócrono contra el gran
leviatán. Todos a una, a la manera de Fuenteovejuna.
Pero
cuidado: la explayada crisis fragmenta el planeta en regiones, de tal modo que
el sistema-mundo podría estar acercándose a la desarticulación, fenómeno que
exige a los inconformes un amplio espectro de estrategias, en respuesta a las
divergencias de los procesos políticos, sociales y económicos. Nada de calco y
copia, sino creación heroica, pedía Mariátegui.
Finalmente,
con el colega Raúl Zibechi recordemos que el capital llegó envuelto en sangre y
lodo, y tuvo que mediar una catástrofe demográfica como la originada por la
peste negra para que la gente, paralizada por el miedo, se sometiera, no sin
resistencia, a la lógica de la acumulación. Entonces, depende de la propia
gente -de la humana subjetividad- arrancarse el temor, para comenzar a
reapropiarse de los medios de producción y cambio, y construir algo distinto.
Porque para conjurar la pesadilla se precisa de algo decididamente distinto. ¿O
me equivoco?