sábado, 12 de diciembre de 2015

El FMI y la deuda ucraniana

El 8 de diciembre, el portavoz del Fondo Monetario Internacional Gerry Rice envió una nota que afirmaba:

“El Consejo Ejecutivo del FMI se ha reunido hoy y ha acordado modificar la actual política de no tolerar retrasos (arrears) en pagos a acreedores oficiales. Aportaremos los detalles sobre el alcance y el razonamiento de este cambio de política en los próximos
días”.

Desde 1947, cuando comenzó a operar, el Banco Mundial ha actuado como una rama del Departamento de Defensa de Estados Unidos, desde su primer director John J. McCloy a Robert McNamara, Robert Zoellick y el neocon Paul Wolfowitz.

Desde sus inicios, ha promocionado las exportaciones estadounidenses –especialmente las exportaciones agrícolas– guiando a los países del Tercer Mundo hacia la producción de plantaciones de cultivo en lugar de alimentar a su propia población (deben importar grano estadounidense).

Pero también ha sentido la necesidad de acompañar esa promoción de las exportaciones estadounidenses y el apoyo al dólar con una retórica aparentemente internacionalista, haciendo ver que lo que es bueno para Estados Unidos también es bueno para el resto del mundo.

Ahora, el Fondo Monetario Internacional se ha visto arrastrado a la órbita estadounidense de la guerra fría. El martes tomó la radical decisión de acabar con la condición que había sido parte integral del sistema financiero mundial durante el último medio siglo.

En el pasado, el FMI ha liderado la organización de paquetes de rescate para los gobiernos logrando la participación de otras naciones acreedoras, con Estados Unidos, Alemania y Japón a la cabeza.

La influencia de los acreedores que el FMI ha utilizado se basaba en que si un país caía en atrasos en sus pagos a otros gobiernos, automáticamente dejaba de ser apto para recibir créditos del FMI y, por lo tanto, para otros paquetes en los que intervinieran otros gobiernos.  Este ha sido el sistema según el cual el sistema financiero dolarizado ha funcionado en el último medio siglo.

Pero el martes, el FMI se embarcó en la nueva guerra fría. El FMI ha prestado dinero a Ucrania pese a las normas del Fondo que impiden préstamos a países sin posibilidades reales de devolver esos préstamos (la norma “no más Argentinas” de 2001).

Cuando la directora del FMI, Christine Lagarde, concedió la línea de crédito más reciente a Ucrania la pasada primavera, expresó su deseo de paz. Pero el presidente Poroshenko inmediatamente anunció que usaría los fondos para reforzar la guerra civil contra la

población de habla rusa en Donbass, en el este del país.

Esa es la región de la que proceden gran parte de las exportaciones, principalmente a Rusia. Ese mercado se ha perdido y no se recuperará en un futuro próximo. Puede que sea una larga ruptura, ya que el país está dirigido por una junta apoyada por Estados Unidos implantada tras el golpe de la derecha en el invierno de 2014. Ucrania se ha negado no solo a pagar sus deudas a los acreedores privados, sino también al Gobierno ruso.

Esto debería haber impedido a Ucrania recibir nueva financiación del FMI. Una negativa a financiar la beligerancia militar ucraniana en esta nueva guerra fría contra Rusia podría haber sido un gran paso en busca de la paz y también habría forzado a Ucrania a luchar contra la corrupción endémica presente en el país.

En lugar de eso, el FMI sigue apoyando las políticas ucranianas, su cleptocracia o que el Praviy Sektor lidere los ataques que recientemente han cortado la electricidad a Crimea. La única condición que impone el FMI es el mantenimiento de la austeridad. La divisa ucraniana, la grivna, ha perdido un tercio de su valor este año y las pensiones se han visto reducidas, mientras que la corrupción sigue sin reducirse.

Pese a ello, el FMI anunció su intención de conceder nuevos préstamos para financiar la dependencia de Ucrania y sus sobornos a la oligarquía, que sigue controlando el parlamento y las instituciones de justicia e impide cualquier lucha contra la corrupción.

Durante más de medio año, asesores del Tesoro de Estados Unidos y guerreros de esta guerra fría han mantenido una discusión semipública sobre cómo logar que Rusia no recupere los 3.000 millones de dólares que le debe Ucrania [y que vencen el 20 de diciembre de 2015-Ed]. Pese a que se valoró la posibilidad de declarar la deuda como “deuda odiosa”, esa idea quedó descartada, ya que en el futuro podría volverse en contra de algunos dictadores apoyados por Estados Unidos.

Finalmente, el FMI simplemente prestó el dinero a Ucrania. Y al hacerlo anunció su nueva política: “solo ejecutamos deudas en dólares de Estados Unidos o deudas con aliados de Estados Unidos”.

Esto supone que lo que iba camino de convertirse en una guerra fría contra Rusia se ha convertido en una división del mundo entre el bloque del dólar (con el Euro y otras divisas pro-estadounidenses como satélites) y los BRICS y otros países que no se encuentran en la órbita financiera y militar de Estados Unidos.

¿Qué debe hacer Rusia? ¿Y qué deben hacer China y los otros países de los BRICS? El FMI y los neocon estadounidenses han enviado un mensaje al mundo: no es necesario cumplir con los compromisos adquiridos con países fuera de la zona dólar o sus satélites.

De hecho, ¿por qué deberían estos países no-dolarizados permanecer en el FMI o en el Banco Mundial? Con este paso, el FMI ha conseguido dividir el sistema financiero global, entre los BRICS y el sistema neoliberal de Estados Unidos-Europa.

¿Debería Rusia retirarse del FMI? ¿Deberían hacerlo otros países?

La respuesta equivalente sería que el nuevo Banco Asiático de Desarrollo anunciara que los países que se unan a la zona yuan-rublo no estén obligados a pagar sus deudas a los países de la zona del dólar o del euro. Es ahí hacia donde lleva el paso dado por el FMI.

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