lunes, 23 de febrero de 2015

La estrategia del engaño

Un grupo de think-tanks estadounidenses, con participación del Atlantic Council, la Brookings Institution y el Chicago Council on Global Affairs, han promovido un informe estratégico para una política de apoyo a la consolidación de la independencia de Ucrania (Preserving Ukraine’s Independence, Resisting Russian Aggression: What the United States and NATO Must Do). El informe, presentado a primeros de febrero de 2015, antes por tanto de los acuerdos de Minsk, es el resultado de las reflexiones de un grupo de personas, en general estrechamente relacionadas con la Administración del periodo del expresidente Bill Clinton.

En su dimensión analítica, el documento carece de valor y ni siquiera intenta realizar un diagnóstico más o menos objetivo de la situación, en la línea de los análisis del International Crisis Group. El documento se limita a aportar aquellos datos, sin desdeñar siquiera los más propios del ámbito de la propaganda, que permiten llegar a la necesaria conclusión: los EEUU deben suministrar a Ucrania más ayuda no letal pero también “asistencia militar defensiva letal”. Los redactores piden que el suministro de equipos y armamento se amplíe a otros miembros de la OTAN, en especial a los “que operan con equipamiento exsoviético compatible con el armamento” actualmente a disposición de Ucrania.

Pero el informe, avalado por militares el Almirante James Stavridis o el General Wald, ambos con un papel decisivo en la historia de las intervenciones exteriores de la OTAN, dice algo más. Pide, en este sentido, que EEUU y la OTAN se comprometan urgentemente y con urgencia en la defensa de Ucrania, contribuyendo a “aumentar su capacidad para disuadir una nueva agresión rusa”. El objetivo fundamental de esta acción sería “ayudar a Ucrania a restablecer el control sobre su frontera y territorio en las provincias de Donetsk y Lugansk en el Donbass”, evitando la presencia directa sobre el terreno de la OTAN y de EEUU en las actuales circunstancias. Sobre esas bases, según los autores de la propuesta, aumentarán las posibilidades de avanzar hacia un acuerdo pacífico.

Entre los redactores del documento destaca la presencia de Strobe Talbott, uno de los más estrechos colaboradores de Richard Holbrooke en la aplicación de la política de EEUU en los Balcanes. Junto a Chernomyrdin y Ahtisaari, Talbott fue responsable del acuerdo de junio de 1999 que permitió terminar con la confrontación en Kosovo y la salida del ejército serbio de ese territorio. Este acuerdo se trasladaría con posterioridad a la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Una parte fundamental del mismo, recogida en la mencionada Resolución, era la reafirmación del compromiso de los miembros de Naciones Unidas con la soberanía e integridad territorial de la República Federal de Yugoslavia (RFY).

La historia pronto demostraría el engaño cuando las potencias occidentales impulsaron y aceptaron la secesión de Kosovo de Serbia, el estado sucesor de la RFY. Un engaño tanto más escandaloso como que vino acompañado de uno de los actos más indignos de la historia europea reciente, impidiendo a las zonas de mayoría serbia decidir si querían seguir perteneciendo al Estado serbio. Ni el acuerdo de Múnich de 1938 llegó tan lejos en la reconfiguración de las fronteras europeas.

En diciembre del año 2000, en un acto de homenaje a Marti Ahtisaari, Talbott comentaba aquellos acontecimientos de la siguiente forma:

“El Presidente Ahtisaari es un héroe también. Considero como uno de los grandes privilegios de mi vida haber trabajado en equipo con él durante la primavera y principios del verano de 1999, cuando él y Víctor Chernomyrdin se unieron en una de las aventuras diplomáticas más insólitas, arduas, consecuentes y exitosas de nuestro tiempo o de cualquier otro momento.

Así es como yo lo resumo. En primer lugar, el equipo Ahtisaari-Chernomyrdin cerró la brecha entre Rusia y Occidente – o, para decirlo de otra manera, entre Rusia y el resto de Europa – respecto de la cuestión de lo que se necesitaría para poner fin al bombardeo de Yugoslavia [] El dúo … persuadió a Milosevic de que no había ningún lugar al que correr, ninguno en el que esconderse, nada que hacer sino retirar a todas las fuerzas serbias de Kosovo y permitir que los cientos de miles de refugiados regresaran a sus hogares bajo la protección de una fuerza internacional autorizada por la ONU y dirigida por la OTAN”.

Y en eso consistió precisamente el ardid: utilizar a Rusia, a través de Chernomyrdin, para conseguir la salida de Serbia de Kosovo y permitir la entrada de la OTAN, incumpliendo luego el resto de las partes del acuerdo, entre ellas las referidas al respeto a la soberanía serbia. Ni siquiera las fuerzas de la OTAN tuvieron honor suficiente para garantizar la seguridad de la población serbia de Kosovo, como pronto se comprobaría en los sucesos del área de Prizren.

Talbott también negoció la participación rusa en la KFOR, la fuerza internacional dirigida por la OTAN y destinada a proteger el proceso político posterior a la salida de las fuerzas serbias de Kosovo. Es en ese proceso de negociación el que Talbott tuvo un primer contacto directo de importancia con el que se convertiría en Presidente de Rusia, Vladimir Putin, entonces Asesor para la Seguridad Nacional. El ultimátum de Talbott fue claro: no habría despliegue de fuerzas rusas en Kosovo al margen de un acuerdo con la OTAN. Según todas las fuentes, Rusia respetó el acuerdo de forma ejemplar.

Pero poco tiempo después de que el contingente ruso abandonara el territorio kosovar, la mayoría albanesa retomaría el proceso de separación, avalado desde Occidente. En la dimensión política, Ahtisaari volvería a asumir ese papel de héroe, fijando el marco político internacional para la independencia. Para entonces ya no quedaba ningún Chernomyrdin en Rusia dispuesto a colaborar.

En una entrevista en la sección Frontline de la web de la PBS, Talbott se refiere a esta experiencia en los siguientes términos:

“Bueno, no hay duda de que el episodio Kosovo puso bajo una extraordinaria presión las relaciones EEUU/ Rusia y OTAN/ Rusia, y que la presión escaló conforme se pasó del día 1 al día 78 del bombardeo, pero el punto clave aquí es uno que ya he tocado antes, y es que Rusia sólo va a hacer en este tipo de situaciones lo que puede justificar en términos de sus propios intereses nacionales. Rusia considera que tiene una muy fuerte inversión en una relación cooperativa, opuesta a una relación fundamentalmente competitiva con los Estados Unidos y otros miembros de la OTAN, y creo que fue por los rusos ellos mismos, el Presidente Yeltsin, el ministro de Relaciones Exteriores Ivanov, el Sr. Chernomyrdin, todos ellos sabían que todo eso estaba en peligro, y que si esa relación de cooperación iba a desintegrarse como resultado de Kosovo, sería malo para Rusia”.

En un reciente artículo, Carl Bildt, uno de los compañeros del viaje balcánico de Strobe Talbott, se apoya en el informe estratégico que éste presenta en febrero, junto a sus colaboradores, para justificar la tesis de que “es tiempo de considerar lo que se necesita para bloquear cualquier solución militar impuesta por el Kremlin”.

Según Bildt, el sentido de armar a Ucrania es eliminar, o al menos disminuir seriamente, el potencial de las milicias rebeldes para forzar una determinada solución política o diplomática. Aunque habla del peligro de una extensión del conflicto hacia el Mar Negro y Odessa, Bildt incluye entre los obstáculos al acuerdo alternativo que defiende la posibilidad de que las milicias puedan consolidar su control sobre la región del Donbass.

La idea de una movilización militar con objetivos defensivos pretende así ocultar la dimensión ofensiva real que implica la recuperación del control por Ucrania del territorio del Donbass. En la estrategia defendida por Bildt, la reincorporación de esos territorios a Ucrania no constituye el resultado final de la puesta en práctica de los actuales acuerdos de Minsk sino el necesario punto de partida para imponer una solución política que resulte aceptable a los halcones de Occidente.

Pero, para conseguirlo, se necesita algo más que sancionar económicamente a Rusia o armar a Ucrania. El primer paso pasa por recuperar el control de las fronteras con Rusia por parte de Ucrania o de sus aliados. En unas declaraciones a RT el 15 de febrero, el Presidente del International Crisis Group, Jean-Marie Guéhenno, lo describe de la siguiente forma:

“Existe la convicción entre la prensa internacional y entre las personas que observan la situación sobre el terreno que hay un apoyo y una acción rusa muy fuerte en el este de Ucrania de Rusia. Rusia lo niega. Creo que la mejor manera de superar este problema es alcanzar un acuerdo sobre una monitorización muy efectiva de la frontera entre Rusia y Ucrania. Esto es esencial si se quiere recuperar la confianza. [] Es preciso establecer los hechos y no hay mejor manera de hacerlo que teniendo monitores”.

Acabar con la posibilidad de un Donbass autónomo y no controlado por Kiev, evitando que la zona pueda apoyarse en Rusia, es el objetivo a alcanzar a corto plazo. Para impedir, a más largo plazo, que ese Donbass autónomo pueda formar parte de cualquier acuerdo político con vocación duradera. El representante del grupo que impulsó decisivamente el modelo Ahtisaari para la independencia de Kosovo, el Sr. Guéhenno, no muestra el mínimo pudor intelectual al afirmar que “Ucrania tiene el derecho soberano a decidir dónde quiere ir y eso no debería estar influenciado por la acción militar o el apoyo a los separatistas”.

Digan lo que digan los que practican la política del engaño, los hechos de Debaltsevo no justifican una nueva línea de acción política desde Occidente. Es esta línea de acción política la que necesita excusas, como la de los sucesos de esa localidad del Donbass, para conseguir que fracasen los acuerdos de Minsk y muera la esperanza de una vida en libertad para las Repúblicas de Donetsk y de Lugansk.

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