miércoles, 7 de enero de 2015

Entrevista a la madre de la víctima más joven de la masacre de Odessa. “Mi vida se detuvo el 2 de mayo”

El dolor de una madre que ha perdido a su hijo es indescriptible. El dolor quema por dentro. La vida pierde sentido. El tiempo se para. A causa del odio humano, de la desesperación, del radicalismo, Fátima perdió hace 8 meses lo más preciado de su vida: su único hijo, Vadim, de 17 años. Vadim fue la víctima más joven de la masacre del 2 de mayo en la casa de los sindicatos de Odessa, cuando cayó por la ventana del edificio en llamas. En el suelo, los nacionalistas ucranianos le remataron. Aun sufriendo por esta desgracia, esta madre ha aceptado relatar para el Comité 2 de Mayo la vida de Vadim y a relatar ese día terrible que tan trágicamente acabó con su vida.

El viernes negro, el día en que todo acabó

Era un viernes normal, un día festivo de mayo. Por la mañana no hubo nada de particular. Los abuelos habían empezado la limpieza de primavera. Vadim, como siempre, les ayudó. Luego se puso a leer algún libro.

“Dijo que quizá fuera al campo de Kulikovo”, recuerda Fátima, “puede, si me llaman”. “Cuando empezó todo en la calle Grecheskaya, todavía estaba en casa. Lo vimos en directo en televisión. No podía imaginar el horror en que iba a convertirse. Cuando vi que empezaban a disparar y a tirar piedras del pavimento en la calle Grecheskaya, en seguida me di cuenta de que no era gente de Odessa. Ningún odessita ofendería así a su ciudad.

Fátima recuerda el momento en que Vadim salió de casa: recogió sus cosas rápidamente y salió sin ser visto. Le habían llamado o le habían escrito por las redes sociales. Su abuela recuerda bien el momento en que Vadim salió. Cuando le preguntó dónde iba, Vadim respondió: “Voy a defenderos”. Los abuelos ya no volvieron a verle vivo.

Le llamamos a las 6 a la casa de los sindicatos. Dijo: “mamá, estoy en el campo de Kulikovo, en la casa de los sindicatos. Por favor, no os hagáis los héroes, no vengáis aquí”, recuerda con amargura Fátima. Fue la última llamada.

Al ver lo que pasaba en el campo de Kulikovo y posteriormente en la casa de los sindicatos, los padres de Vadim llamaron a la policía. “Mire, el casa de los sindicatos está ardiendo y hay gente dentro”. Como respuesta, la voz fría de la centralita dijo: “Sí, gracias”. Las llamadas a la policía eran completamente inútiles: simplemente dejaron de responder al teléfono.

“Después de esto, mi marido y yo decidimos ir al campo de Kulikovo. Fuimos para salvar a nuestro hijo. Estuvimos esperando durante mucho tiempo: no había minibuses, ni autobuses ni taxis.  Tuvimos que esperar a que llegara el tranvía. Llegamos a las siete y media. Los bomberos ya habían apagado el incendio.

Nunca olvidará el horror de lo que vi en el campo de Kulikovo. Una muchedumbre frenética, bestias de verdad,  incluso peor…animales que matan solo por hambre.

Había chicas jóvenes, aunque no puedo llamarlas chicas, chicas de 16 años. No puedo comprender, en mi cabeza, el porqué de lo que gritaban. La gente se escondía en el tejado. Les apuntaban con linternas y les gritaban. “Vamos, salta”. Había un hombre quemado en la cornisa. También le enfocaban con linternas. Eran verdaderos fascistas. Fueron allí a matar a ciudadanos como ellos. Fueron allí para matar. Y esa mueca de odio…, la locura de los ojos, la expresión de su cara…”, dice Fátima, que apenas puede articular palabra.

Parecía una pesadilla. Pero los padres de Vadim tenían solo un objetivo: encontrar y salvar a su hijo. Fátima Papura intentó entrar en la casa de los sindicatos, pero los radicales se lo impidieron.

La esperanza apareció cuando la policía comenzó a sacar del edificio quemado a los activistas de Kulikovo. Durante cerca de tres horas, los padres de Vadim buscaron a su hijo entre los detenidos, pero fue en vano. Vadim no estaba allí.

Teníamos mucha sed, así que fuimos a la estación a comprar agua. Cuando regresamos, vimos los cuerpos que los cuerpos de los muertos yacían en el suelo junto a la casa de los sindicatos. Había un cordón policial. Nos acercamos. Mi marido me preguntó si había visto a Vadim. Contesté que no, pero entonces… vimos a una de las víctimas con el chándal de nuestro hijo. Y lo comprendimos todo”.

Hay una pausa en la conversación. Es fácil comprender lo difícil que es para esta mujer volver a revivir una y otra vez lo ocurrido ese trágico día. Incluso para mí, como periodista, escuchar estas historias, todas similares, me produce un dolor terrible y lágrimas en los ojos.

Están enterrando la investigación

La identificación, el funeral… esta madre lo vivió todo como algo irreal. Ahora lo único que importa es que se encuentre y se castigue a los asesinos de su hijo. Pero es difícil esperarlo teniendo en cuenta el curso de la investigación.

“Nadie dice nada. No quiero tener que ir a los investigadores a rogarles que investiguen… Nadie lleva la investigación. Hay mucho material de vídeo en el que se ven las caras de quienes matan. Hay un vídeo en el que se ve claramente al hombre que estranguló a una mujer en un despacho. Hay pruebas de ello, pero él está en libertad. Están enterrando la investigación”.

Fátima Papura explica que, durante la investigación, el inspector le hizo una única pregunta: “¿Qué hacía su hijo en el campo de Kulikovo?”. “Hiciera lo que hiciera, ¿quién tiene derecho a matarle por ello? ¿Quién dio la orden para hacer lo que se hizo en el campo de Kulikovo?”, pregunta indignada.

“Fui a ver al inspector dos o tres veces, luego dejé de hacerlo porque las visitas no eran agradables. Mi padre fue allí, para intentar enterarse de algo. Pero nadie dice ni hace nada”. Todo el mundo comprende perfectamente por que la investigación no avanza, porque intentan acusar a los activistas de Kulikovo de separatismo, de terrorismo, de quemarse a sí mismos. Pero eso es un disparate. No había separatistas, no querían la división de Ucrania. Protestaban contra el fascismo, contra lo que está pasando ahora mismo en el Estado. El fascismo avanza ahora en el estado, abiertamente y con impunidad. Me parece aterrador que tantos jóvenes sigan saliendo a la calle con impunidad. Siguen matando gente. No tienen ningún límite: niños, mujeres, ancianos. Las autoridades no les castigan ni les reprimen por sus crímenes. Y por desgracia, cuanto más tiempo pase, hay menos probabilidades de que se haga justicia”, concluye Fátima.

Un extraordinario chico normal

Aunque Fátima repite en varias ocasiones durante la entrevista que Vadim era “un chico normal”, es evidente que era distinto de sus compañeros. Responsable, amable, sincero, valiente: no todos los chicos de 17 años tienen esas cualidades.

“Vadim tenía principios, una visión del mundo y objetivos en la vida. Le gustaba la universidad, había entrado en ciencias políticas. Era versátil: jugaba al ajedrez y lo hacía bien. Y como muchos, “bajo presión”. Él mismo buscó y encontró el curso y al profesor. Iba él solo, y muy contento, a las clases”, recuerda Fátima. A Vadim le apasionaban las maquetas de aviones, tenía una colección, y le encantaban las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. “La primera vez que vio La Fortaleza de Brest, una película dura, que ni yo podía ver, la vio de principio a fin, sin levantar la vista y al final se saltaron las lágrimas. La película narra el heroísmo del pueblo, de los soldados, de los oficiales…”.

Con 16 años, Vadim se unió al Komsomol (juventudes del Partido Comunista de Ucrania). Por su cuenta, se puso en contacto con la organización y se unió a ella. En 2012 incluso acudió al congreso en Kiev.

“Lo decidió él mismo”, explica la madre de Vadim. “Lo apoyamos, porque no hay nada malo en los principios de Komsomol, defiende los principios adecuados para formar a un hombre fuerte. Vadim absorbió todos los principios adecuados en el momento adecuado. En realidad, ¿qué enseña Komsomol? A ser honesto, generoso, a tratar a la gente con amabilidad y comprensión y a conseguir sus objetivos. La mayoría de los jóvenes de hoy no tiene límites ni reglas”, comenta Fátima.

Sus compañeros de clase también hablan de Vadim como un chico decente. Por ejemplo, cuentan que cuando uno de los compañeros dijo alguna obscenidad delante de una chica, Vadim le obligó a disculparse. “Vadim odiaba las obscenidades y los insultos, especialmente contra las chicas”, dice su madre, “cuando íbamos juntos en transporte público, lo primero que hacía era darme la mano para ayudarme a salir. Tratamos de inculcar esos valores: ser cortés, ayudar. Por ejemplo, cuando la escuela celebraba actividades extracurriculares, ayudaba a limpiar, no permitía que las chicas llevaran baldes pesados, siempre ayudaba”.

“Cuánto podía haber hecho en la vida. Y ahora ya no podrá”.

La vida sin su hijo

En casa de Fátima, todo recuerda a su hijo. En una foto clara, sus ojos buscan a su madre, como con una estela de fuego. Ahí está la pila de sus cuadernos de la universidad, donde Vadim tomó apuntes el día anterior. El tablero de ajedrez está en el armario, su padre ya no tiene con quién jugar.

“Ahora dicen que para algunos antifascistas la imagen de mi hijo se ha convertido en un símbolo de la lucha contra el fascismo. Si esto ayuda en la lucha, estaré encantado, porque hoy en día no hay muchas cosas que puedan unir a la gente por una buena causa, incluso después de su muerte”.

“Le echo de menos”, llora, “todo es muy duro sin él. Ha desaparecido la persona para la que vivíamos. Vadiusha daba sentido a nuestra vida, a toda nuestra vida. No le deseo a nadie ni siquiera una pequeña parte del dolor y la desesperación que se han instalado en mi corazón después del 2 de mayo.

Al final de nuestra conversación, Fátima recuerda algo que ocurrió la víspera de la muerte de su hijo. Vadim había hecho un trabajo para la clase de ciencia política. Le habían dado un cuatro (sobre 5) y le dieron otro punto más porque no había reaccionado a las palabras “comunista a la horca”, escritas en un papel y expuestas por los compañeros de clase. Más tarde, en el funeral de Vadim, las chicas se arrepintieron y lloraron. Pero ya era tarde.

Recordad esas palabras la próxima vez que queráis insultar a alguien por pensar diferente.

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