sábado, 14 de diciembre de 2013

COLOMBIA: La hoja de la discordia

Por SUSADNY GONZÁLEZ RODRÍGUEZ (internacionales@bohemia.co.cu )
A la par de los avances en la mesa denegociaciones, crece entre los sectores populares deColombia la expectativa de una paz con “verdadera democracia”. Mientras, la oligarquía camaleónica maquina el modo de sacarle utilidad al proceso y, una vez domesticada la insubordinación social, cimentar el terreno para, al decir del articulista Fernando Dorado, “desarrollar la segunda fase de neoliberalismo, con énfasis en el despojo territorial y el incremento de inversiones
capitalistas en la explotación de recursos naturales, agro-negocios, biodiversidad y turismo”.

Entrados en la espinosa discusión sobre las drogas, convengamos en que las pláticas entre las FARC-EP y el Gobierno deben blindarse frente a las calumnias urdidas por el uribismo y los usufructuarios de la muerte que desde ya, luego de oficializarse la candidatura del presidente Juan M. Santos (2014-2018), trazan su estrategia electoral a sabiendas de que la consumación de las conversaciones puede catapultar la reelección del actual ocupante del Palacio de Nariño.

Recordemos que los partidarios de la filosofía de “sin guerra no hay tierra” cuentan para afianzar su neoliberalismo genocida con el apoyo del sector republicano del Tea Party y el Estado sionista -a las onerosas inversiones militares en el territorio les sumarán, según anuncio oficial, bombas israelíes inteligentes de media tonelada.

Santos manifestó que su principal motivación (de reelegirse) sería sellar un pacto con la guerrilla. “Mi deber como mandatario, mi obligación como colombiano, es no permitir que se pierda todo lo que hemos logrado en los esfuerzos de paz”. Ilusión que se sustenta sobre los anteriores puntos convenidos, que, según la activista Piedad Córdoba, “son sustanciales para cimentar las bases de un proceso hacia la paz con justicia social”.

Si bien prima la condición de que “nada está acordado hasta que todo esté acordado”, el gobernante no puede sino mostrarse optimista ante el camino desandado. La posibilidad de un acuerdo en el tercer punto, tal expresó durante una visita oficial a Miami, le permitiría a su nación devenir “libre de cocaína, lo que tendría un efecto profundo no solo en Colombia, sino en la región”.

El motor del conflicto

Justo cuando se cumplieron 20 años de la muerte del más inhumano de los narcotraficantes que engendró Colombia (Pablo Escobar), la garantía de un proyecto real y duradero pasa por la capacidad de la administración de desmontar esa rémora que alienta el paramilitarismo.

En un país con una cultura de violencia endémica y una criminalidad inoculada, el tema cobra relieve sobre todo con un mercado internacional siempre más insaciable, donde EE.UU. constituye el mejor cliente. En tanto Washington pregona su cruzada antidroga -razón para que el peón de Uribe le entregara en bandeja de oro el territorio nacional (siete enclaves reconocidos)-, el fiasco de la guerra contra los estupefacientes resulta más atronador, y las medidas enfocadas en la producción, más anómalas.

En un informe especial publicado por El Tiempo, el expresidente César Gaviria explicaba que se debe avanzar hacia una política que trate “el consumo de drogas como un problema de salud y no como un tema criminal”, prestando más atención al consumo que a la producción.

Esto engarza con las palabras del representante insurgente Iván Márquez, quien retoma la idea de una propuesta de desarrollo alternativo implementada por el Estado, donde los de abajo puedan ver los beneficios de una política que no hace mella en el bolsillo de politiqueros, capos, empresarios…

Aunque algunos datos revelen la reducción del área sembrada con coca (25 por ciento en 2012), 209 de los 1122 municipios están plagados del cultivo. Y el despojo que sufre el campesino -confinado fuera de la frontera agrícola- estimula la situación, pues lo obliga a subsistir de la hoja prohibida.

Ciertamente, el diálogo parece el camino más llano para zanjar un conflicto cincuentenario, siempre que las políticas en apariencia reformistas no se tuerzan tras los calendarios comiciales y deriven como de costumbre por senderos muy alejados de una verdadera democracia.

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