En un proceso que comenzó en julio de 2014 y se completó en noviembre de ese año, el Gobierno de Kiev rompió todos los lazos con el Donbass controlado por los rebeldes en el este de Ucrania, lo que significó interrumpir pagos sociales a los ciudadanos de la zona y dejar de financiar todas las instituciones del Estado: tribunales, registros, hospitales, bancos, oficinas de correos y empresas de
propiedad estatal.
En términos estratégicos supuso un error. Nada podía subrayar la legitimidad del gobierno de Kiev en el este de Ucrania como que este continuara ejerciendo sus funciones allí. La población del este de Ucrania sabría así que era Kiev quien suministraba los servicios que los rebeldes eran incapaces de suministrar y que Rusia rechazaba aportar. Con su actuación, el Gobierno de Kiev se convirtió en un factor exclusivamente negativo en sus vidas, con sus operaciones militares ofensivas y armando a grupos neo-nazis.
Fueron los rebeldes los que se vieron obligados a tomar las riendas y son los que disfrutan ahora no solo del prestigio de ser quienes luchan contra los neo-nazis, sino de legitimidad de ser quien suministra electricidad, agua, calefacción, pensiones y sanidad a la población de Donbass. De hecho, inicialmente, los dos microestados rebeldes –la RPD y la RPL- se mostraron reticentes y lentos a la hora de cumplir con sus responsabilidades, por lo que deberían agradecer a Kiev que les forzara a tomarse en serio la creación de su propio estado en las repúblicas secesionistas.
Pero el argumento es sofisticado. En realidad, es comprensible que Kiev no lo apreciara y que abandonara la zona siguiendo la lógica de que hacer a los rebeldes cargar con las responsabilidades sociales supondría disminuir los recursos disponibles para aumentar sus capacidades militares.
Es menos comprensible que Kiev acompañara su abandono de la zona con un bloqueo económico completo. Las dos consecuencias más claras del bloqueo han sido permitir a Poroshenko presentarse como un halcón y que los rebeldes se ganaran definitivamente a la población de Donbass.
Un estudio realizado en marzo de este año indica que el bloqueo contribuyó a que un impresionante 93% de la población en el Donbass controlado por los rebeldes dejara de sentir lealtad por Kiev. No es algo sorprendente, ya que Poroshenko proclamó abiertamente su intención de continuar la guerra por medios de castigo colectivo contra la población civil de Donbass:
“Nosotros tendremos trabajo; ellos no. Nosotros tendremos pensiones; ellos no. Nosotros cuidaremos de nuestros niños, de nuestra gente, de nuestros ancianos; ellos no. Nuestros hijos irán a colegios y guarderías…los suyos se esconderán en los sótanos. Porque son incapaces de hacer nada. ¡Así es como ganaremos esta guerra!”
Sigue siendo un misterio cómo Poroshenko pensaba ganar esta guerra de esa forma. La idea de que la población desarmada se levantaría contra los rebeldes armados en favor de los castigadores afiliados al Maidan nunca tuvo sentido. Tampoco lo tuvo la idea de que Donbass, que controla una parte de la frontera con Rusia, pudiera verse de rodillas, obligado a suplicar clemencia.
Pero durante el invierno de 2014-2015, el bloqueo contribuyó a crear una importante crisis humanitaria. Se produjo una fuerte escasez de alimentos y muchos tipos de medicinas. Se produjeron incluso noticias sobre muertes de hambre, normalmente pensionistas en zonas aisladas que no disponían de su pensión. No hay duda de que la situación habría sido aún más grave sin la asistencia humanitaria rusa.
Hace tiempo que esa situación ya ha pasado. Entre el comercio con Rusia, el contrabando a través de la línea del frente y el tránsito desde Ucrania a través de Rusia, hay suficientes suministros para vivir. No hay signo alguno de que Donbass vaya a arrodillarse ante el Gobierno de Kiev tal y como esperaba Poroshenko en noviembre. De hecho, hay que asumir que muchos en los territorios controlados por los rebeldes sienten orgullo de haber soportado el intento de Kiev de estrangular a la región.
En otras palabras, además de ser moralmente repugnante, el bloqueo ha demostrado ser un completo fracaso en su intento de recuperar el control de Donbass y ha hecho que ese objetivo esté más lejos que nunca.
Es más probable que los políticos de Kiev consideren perdido a Donbass y que el bloqueo tenga otras motivaciones políticas para sus propios intereses, una forma de asegurar que siguen intentando “hacer algo” para recuperarlo, aunque desistieran en sus operaciones militares a gran escala tras las bajas y las derrotas (incluso aunque el bloqueo tuviera el efecto contrario).
Es cierto que la guerra y el bloqueo han hecho que la calidad de vida de la población de zonas rebeldes sea aún más complicada que en zonas controladas por el Gobierno. Esto puede desilusionar, especialmente si recordamos que la esperanza de una mejor situación económica fue la principal fuerza de las movilizaciones pro-rusas en el este de Ucrania tras la victoria de Maidan.
En general, las masas que salieron a la calle en las protestas contrarias a Maidan en febrero, marzo y abril de 2014 en el este de Ucrania no buscaban una aventura y una insurgencia armada. Eso llegó mucho más tarde como reacción a la intransigencia y autoritarismo del Kiev controlado por Maidan. Lo que pedían era que la más ordenada y económicamente próspera Rusia los tomara bajo su protección como ya había hecho en Crimea.
Por supuesto, la desilusión de que Rusia no se hiciera cargo de Donbass no se ha traducido en ansias de sus habitantes por volver bajo el control de las fuerzas afiliadas a Maidan que les bombardean, les bloquean y les demonizan a diario. El bloqueo puede, sin embargo, demostrar a otros ucranianos anti-maidan que una separación del Kiev controlado por Maidan no supondrá una mejora material incluso a pesar del abismo económico al que se enfrenta Ucrania.
Con el ejemplo del bloqueo de Donbass (y la igualmente bloqueada república de Transnistria), los ucranianos del sudeste del país no pueden ya tener duda alguna de que un intento de secesión empeoraría aún más la situación sin importar la gravedad de la situación material en Ucrania.
Nikolai Holmov (‘OdessaBlogger’), un comentarista pro-maidan, explica algo que líderes y la población de áreas con fuerte presencia anti-maidan ccomo Kharkov, Mariupol o la región de Odessa deben considerar:
“Anton Cisse [líder de la población de etnia búlgara en la región de Odessa] no es ningún aliado del presidente Poroshenko y, por lo tanto, no es ningún aliado del gobernador Saakashvili. Pero tampoco es un estúpido. Cisse es capaz de mirar al otro lado de la frontera en Transnistria y ver los problemas, especialmente los problemas económicos.
Como empresario primero (y político después), no tiene nada que ganar de un movimiento separatista, que supondría un paso hacia el desastre económico en la zona, arriesgando también la infraestructura de Odessa y su propia riqueza. Tampoco ganaría nada al hacer de su territorio un segundo Donbass en nombre de la ilusión de Besarabia.
Así que al margen de las posibles simpatías de Cisse (o no) por un posible proyecto Besarabia inspirado por el Kremlin, Cisse y la leal población búlgara no van a fomentar, dar apoyo alguno o liderar un movimiento que busque una Besarabia independiente/autónoma en un futuro próximo”.
Este elemento, acompañado de fuertes medidas policiales –formales e informales- tiene que ser la razón por la que ha habido escasas evidencias de sentimientos secesionistas incluso en las partes del sudeste de Ucrania en las que ese sentimiento era visible el año pasado antes de que comenzara la guerra.
En otras palabras, incluso aunque el régimen de Maidan no inspire entusiasmo alguno o lealtad de la población del sudeste, sí ha demostrado su habilidad para empeorar la vida de aquellos que traten de escapar, incluso aunque lo consigan.
Es una clásica lógica terrorista: Donbass se encuentra sujeta a castigos colectivos, no por la esperanza de que se rinda o sea reeducado, sino para dar una lección a cualquiera que ose seguir sus pasos.
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