sábado, 27 de febrero de 2016

Las viudas de la guerra de Donbass: a las puertas de la desgracia

Nos encontramos en un pequeño pueblo de Donbass, entre Gorlovka y Jdanovka. El lugar es siniestro, las carreteras están llenas de baches, un Lada se acerca arrastrando un remolque cuyas dos ruedas están pinchadas y hacen un ruido suave, extraño, ya que no hay ningún camino asfaltado en el pueblo. El tiempo, recalentado, ha transformado el lugar en una cloaca, en el que pequeñas casas pobres y dobladas están alineadas. Sin embargo, esto es también el Donbass. Entre la rica capital de Donetsk, con sus monumentos, teatros y universidades, aquí está este pueblo que parece aferrarse a la ladera de una colina. Sólo el sol del atardecer de un día frío viene a atenuar esta impresión sombría.

Natalia abre la puerta de su casa, es muy modesta. Puede tener unos 35 años, una mujer sencilla. Era camarera en el café de su marido, en la vecina ciudad de Jdanovka. Un establecimiento levantado tras un trabajo duro, una vida tranquila, con un niño de siete años. Pronto hará dos años de eso. Y entonces llegó Maidan, cuenta Natalia: “yo no le prestaba atención, estábamos trabajando, pero estaba inquieta y mi marido, que tenía 40 años, estaba cada vez más encolerizado por lo que estaba ocurriendo en Ucrania. Fue uno de los primeros en participar, fuera de su trabajo, en las asambleas contra Maidan en febrero de 2014 y luego, poco a poco, se hizo cada vez más activo. Tenía miedo y le decía que pensaba que era peligroso, que era papá, pero él pensaba que la cosa más importante era defender nuestra tierra, nuestras libertades. No puedo decir que no tuviera razón, pero tenía miedo por nosotros y por él y sentía que algo terrible iba a ocurrir“.

Continúa relatando su historia. Siento su emoción y también sus dificultades para expresarse, no se atreve a mirarme y pone los ojos en Evgeny, miembro del sindicato que se ocupa de los soldados heridos, de las viudas de guerra, de las familias de los soldados. Su marido es de los primeros en alistarse en las filas de los insurgentes, que en un principio no tenían ningún tipo de armas. Evgeny explica: “no teníamos armas, pero enfrente de nosotros, sabíamos que había reclutas del Ejército de Ucrania, gente muy joven y sin ninguna motivación, que no sabían en absoluto lo que hacían aquí, así que no fue difícil desarmar a gran número de ellos, apoderarse de sus armas, recoger todo lo que podíamos encontrar a nuestro alrededor y así es como empezamos a defendernos, no teníamos nada pero teníamos fe en nuestra justa causa. Y no teníamos miedo, quizás deberíamos haberlo tenido, pero cuando sabes que lo que estás haciendo es justo no piensas en el peligro“.

El esposo de Natalia, junto a los insurgentes de la región, participa en la batalla de Jdanovka, las fuerzas ucranianas se adentran entonces por todo el Donbass, los batallones especiales de los neonazis no tardan en reforzarlos y los combates se hacen, día tras día, cada vez más duros. La ciudad es tomada por los ucranianos, él y sus compañeros cavan entonces trincheras y construyen posiciones de fortuna en los alrededores, y retomarán pronto la ciudad. Muere un día del mes de julio, arrastrado por un proyectil de artillería, dejando así una viuda y un huérfano.

Evgeny continúa, “muchos de mis camaradas han muerto, y ahora debo de ayudar a sus familias. He tenido que ir a anunciarles la muerte de su hijo, de su marido o de su padre, he visto sus llantos y ahora vivo con esta pregunta: ¿por qué no yo también? Espero no sobrevivir a esta guerra, porque toda mi vida tendría que enfrentarme a estas mujeres y a estas familias y en sus miradas siempre sentiría esa pregunta: ¿por qué no me quedé allí con ellos?“.
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Esta declaración es terrible, no sé qué responder a este hombre valiente, antiguo empresario de la construcción, percibo en sus ojos azules el dolor pero también las convicciones, porque sigue por supuesto convencido de que tenían que defender su libertad.

Natalia no se aleja sin que le aporte algo de dinero, 10.000 rublos, una parte del dinero que los franceses de mi red me han confiado antes de partir y que, mes tras mes, distribuyo ahí donde siento que es necesario. Natalia no percibe ninguna ayuda, su marido murió cuando no existía ninguna estructura militar, así que de momento no es considerado como “caído en combate“, no es sino una de las muy numerosas víctimas anónimas de la guerra, un olvidado.

Los trámites están en marcha, pero el asunto se retrasa, son necesarios certificados, documentos, testigos, y la mayoría murió en su unidad de voluntarios. Natalia no encaja en ninguna categoría, recibe la valiosa ayuda humanitaria de la Federación Rusa, muy poco de algún otro fondo pero son los vecinos y personas como Evgeny los que más le ayudan. Sin ingresos regulares, con un niño, sin trabajo, sobrevive en este lugar olvidado de Dios. Evgeny me dice entonces que hay otras más en el Donbass… Me estremezco ante esa idea, ¿cuántas son?

Cuando le comento la cantidad que le voy a dar, Natalia se derrumba, llora. Evgeny me contará luego que sólo la había visto llorar dos veces, el día en que tuvo que anunciarle la muerte de su marido, y en el día de hoy. No es tanto el dinero, es sobre todo la situación desesperada en la que se debate con su hijo, está además enfermo, por eso no deja que nos acerquemos a él, al menos por ahora. Entiendo muy bien su vergüenza.

Abandonamos el lugar y no tengo palabras tranquilizadoras para ella, así que cuando le extiendo los brazos, nos abrazamos, no tengo ninguna otra reacción, apenas encontraremos unas cuantas palabras para decirnos hasta luego, ¿cómo podría aliviar su dolor?, ¿cómo podría desearle algo de felicidad? En el camino de vuelta nos detenemos. Es la tumba de otro voluntario, cerca del pueblo de Rozovka. Otro insurgente muerto, sus camaradas de combate le han levantado un monumento, no muy lejos de las trincheras donde pereció.

En el pueblo hay otra tumba. El soldado descansa en medio del pueblo, en la plaza central, una corona de flores frescas adorna su tumba, no hay más que una cruz, ni siquiera una estela o un montículo de tierra.

En esto también consiste la agresión ucraniana, hombres llegados para traer la desgracia y la muerte a personas que querían, y siguen queriendo, ser libres.

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