lunes, 29 de junio de 2015

Armenia: consecuencias de la destrucción de la economía soviética

Desde hace varios días, y acompañadas prácticamente desde sus inicios de comparaciones con la primera fase de las protestas de Maidan que culminarían con el derrocamiento del presidente Yanukovich, Ereván y, en menor medida, otras ciudades de Armenia han vivido un movimiento de protesta contra las últimas medidas
económicas del Gobierno. La similitud en cuanto a la forma de las protestas, una sentada en el centro de la capital acompañada por canciones patrióticas, barricadas y corte de calles, ha hecho inevitable esa analogía.

Pero ha sido la presencia de esporádicas banderas de la Unión Europea o de carteles de contrarios al presidente ruso la que ha causado cierto temor entre los partidarios de Rusia y un nivel similar de euforia entre los partidarios del Maidan, algunos gobiernos europeos y las organizaciones de derechos humanos y de promoción de la democracia que habitualmente acompañan a las revoluciones de colores. Estos grupos han visto en los hechos un calco a lo ocurrido en Kiev y una posibilidad de un giro hacia Occidente del último aliado de Rusia en el Cáucaso.

Instigada inicialmente por el anuncio del aumento del 16% de la tarifa de la luz, la protesta se politizó desde los primeros días. A la exigencia de retirada de ese aumento se unió la de una auditoría para buscar una rebaja de esas tarifas y, finalmente, la petición de castigo para los oficiales de policía que utilizaron la fuerza contra los manifestantes el 23 de junio y para quienes ordenaron esa actuación. Quienes ven en la protesta el intento de ejecutar una revolución de colores ven implícito en este último punto el objetivo del derrocamiento del actual Gobierno.


Sea cual sea el desarrollo de esta ola de protestas, la prensa ya ha optado por las imágenes más espectaculares y por centrarse en la forma y olvidar el fondo. Profundizar en éste requeriría no solo fijarse en los acontecimientos del centro de Ereván sino comprender el contexto en el que se producen los hechos. Los periodistas occidentales que lleguen a la ciudad, probablemente solo si la protesta transcurre por el camino de la ocurrida en Kiev, se limitarán, como lo hicieron en Ucrania, a describir el ambiente y la situación actual olvidando también las marcadas diferencias entre la situación en la capital y en el resto del país.

La realidad es que estas protestas no son sorprendentes. Pese a que Armenia no destaca por un fuerte nivel de desigualdad (menor que en los países de su entorno), el empobrecimiento de la población es evidente nada más cruzar la frontera. Por motivos geopolíticos y económicos el país es, además, vulnerable a que cualquier protesta significativa sea manipulada para objetivos que van más allá de las iniciales exigencias económicas. Cualquier aumento de precios de servicios como la electricidad puede afectar profundamente a los estratos más desfavorecidos de la población. Sin embargo, no es esa población la que trata de evitar que las barricadas sean desmanteladas en el centro de Ereván.

La experiencia de otras protestas similares sugiere que serán los jóvenes con perfecto inglés, algunos incluso de la London School of Economics, los que tratan ahora de hacerse con la voz cantante y los que consigan una mayor presencia mediática. Frente a ellos, van perdiendo visibilidad los manifestantes que, en muchas ocasiones en ruso, insisten en que ni las intenciones de la protesta han cambiado ni van dirigidas a Rusia, algo comprensible, ya que no se percibe en el país sentimiento anti-ruso alguno.

Tras años de acercamiento a la Unión Europea, Armenia optó por la entrada en la Unión Económica Euroasiática que lidera Rusia, algo que no ha gustado a los gobiernos y organizaciones no gubernamentales que ven a Rusia con recelo. La presencia de personal ruso en los puestos de fronteras es una muestra de la importancia de la relación económica y política entre los dos países. Rusia reconoce el valor de Armenia como su gran aliado en la zona y Armenia reconoce la necesidad de apoyarse en Rusia a la hora de defenderse de sus enemigos cercanos, especialmente teniendo en cuenta el aumento del gasto militar de los países de su entorno.

Industria abandonada
Armenia se encuentra en una zona estratégicamente importante pero encajonada en lo que podría calificarse como la caldera del Cáucaso, entre las hostiles Turquía y Azerbaiyán, siempre dispuestas a utilizar para su beneficio cualquier debilidad armenia. Al sur, la frontera con Irán solo ahora empieza a explotarse económicamente. Armenia corre por ello el riesgo de quedar aislada en caso de perder, o rechazar, el apoyo ruso. Es por eso que, pese a los posibles intentos de crear en el país un artificial sentimiento anti-ruso, no es previsible, que triunfe en Armenia, donde no existe tampoco un sentimiento nacionalista equivalente al ucraniano ni un movimiento similar a Maidan. Aunque nostálgicos de ASALA tienen presencia en el país, y alguno de sus simpatizantes murieron en Maidán, no tienen la trayectoria histórica de los radicales de la OUN o de la UPA o de sus descendientes políticos.

Puede que los líderes hayan logrado hacerse lo suficientemente fuertes como para haber politizado la protesta y conseguir que esta continúe con fuerza ahora que el Gobierno anuncia que se hará cargo del sobrecoste que suponga el aumento de las tarifas eléctricas, aunque no parece ser el caso. Puede que las protestas decaigan, pero Armenia seguirá expuesta a que se reproduzca un movimiento similar y a que futuras protestas se manipulen hacia lo que se conoce como revoluciones de colores.

Como pueden comprobar los numerosos grupos de turistas que visitan los monumentos más importantes del país, Armenia ha sabido conservar su patrimonio cultural (en parte con financiación de la Unión Europea y USAID) y convertirlo en una fuente de ingresos importante. Pero pese a la mejora económica de los últimos tres años, en los que se ha reducido tanto el paro como la tasa de pobreza, Armenia aún no ha logrado reconvertir su economía tras el colapso de la Unión Soviética y el proceso de desindustrialización que se produjo a continuación.

En la ciudad de Alaverdi, una prima lejana muestra con orgullo las fotografías de Anastás y Artyom Mikoyan junto a Stalin, Yuri Gagarin, el Che Guevara u otras figuras del mundo vinculado a la Unión Soviética. El modelo de avión MiG (por Mikoyan y Gurevich) a la entrada de la casa-museo es una muestra de lo que supuso el periodo soviético en Armenia pero no es la única ni la principal.

A diferencia de la vecina Georgia, donde los edificios de la etapa soviética tienden a ser demolidos, Armenia ha mantenido gran parte de la herencia arquitectónica del periodo socialista, por lo que incluso ahora, 25 años después de la independencia del país, es posible tener una imagen de lo que supuso la vida en este país que llegó a ser puntero en el periodo de la industria soviética, hasta hace no tanto tiempo motor de la economía de la zona.

Fábrica abandonada
Este proceso es similar al que se puede ver en otros países de la periferia de lo que fuera la Unión Soviética, repúblicas que vivieron un fuerte proceso de industrialización durante el periodo socialista. Es evidente, por ejemplo, en Kirguistán, donde grandes fábricas abandonadas en pequeños pueblos recuerdan que, fueran o no rentables, esas fábricas empleaban a gran parte de la población local. Quizá no haya mejor ejemplo que Alaverdi, al norte de Armenia y a escasos kilómetros de la frontera con Georgia, para comprobar el impacto pasado de las grandes zonas industriales en la economía armenia, una industria que ahora parece haber quedado paralizada.

Prácticamente abandonadas en numerosas zonas del país, incluso en las afueras de la capital, estas grandes zonas industriales se han convertido en un museo  al aire libre de la arquitectura industrial del siglo XX y, sobre todo, en una muestra gráfica y evidente de lo que se perdió en algunos países con la disolución de la Unión Soviética. Grandes edificios vacíos, cristales rotos y carteles que aún anuncian los productos que en su momento se producían en ese lugar recuerdan una actividad económica que hace no tanto tiempo proporcionaba una fuente estable de ingresos para esas ciudades que aún siguen buscando una alternativa para unos habitantes que tienden a abandonar el lugar.

La destrucción de la industria ha contribuido a la pérdida del 35% del empleo en Armenia desde la disolución de la URSS, lo que ha supuesto el empobrecimiento del país y ha condenado al empleo precario, sumergido o a la desesperación a un sector de la población que en otro tiempo se habría empleado en esas fábricas que aún siguen en pie, pero cuya producción se ha detenido. Pero no es esta la población que estos días se manifiesta en Ereván, posiblemente porque no pueden permitirse dejar de trabajar en sus pequeños empleos precarios en el sector del turismo para unirse a las protestas.

La disolución de la Unión Soviética supuso para países como Armenia o Kirguistán, que curiosamente también ha vivido estos días una ola de protestas, la pérdida de la inversión en la industria y la ausencia de un modelo económico que haga que el país pueda crecer sin dependencia del extranjero, creando empleo estable y de calidad y sin que los pensionistas se vean obligados a complementar sus ingresos con trabajos en la economía sumergida.

Puede que el Gobierno armenio logre, con medidas puntuales, acabar con las protestas, pero será complicado para las autoridades encontrar una salida a esta crisis, que va mucho más allá de las tarifas eléctricas o las alianzas geopolíticas y que tiene que ver con la incapacidad de muchos países de la antigua órbita soviética de crear una alternativa viable tras la desindustrialización de los años 90.

Los próximos días, incluso las próximas horas, dirán si las protestas de Ereván se extienden a otras zonas del país o si decaen al haber conseguido su objetivo inicial. Pero pase lo que pase, no dejará de ser curioso que los principales apoyos a este #ElectricYerevan provengan de lugares en los que las autoridades hacen recaer sobre la población el precio de sus errores, también en forma de la retirada de subsidios o aumento de las tarifas, incluidas las eléctricas. De Ucrania, por ejemplo.

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