“La Sra. Lisitsa es la concertista de piano a la que se prohibió tocar con la Orquesta Sinfónica de Toronto en abril de 2015”. Tal y como un cazador que posa con su trofeo, así presenta en euromaidanpress.org (EMPR) el director de orquesta de origen ucraniano, Adrian Bryttan, a la pianista Valentina Lisitsa, también de origen ucraniano pero de ideología contrapuesta.
A diferencia de la mayoría de los cazadores satisfechos por haber atrapado a la presa, Bryttan carece del mínimo de empatía por el ser humano al que ha conseguido derribar y, en ningún momento, trata de ocultar el lado oscuro que inspira su persecución a Lisitsa. Amparando sus actuaciones en la denuncia del supuesto discurso del odio contra Ucrania por parte de la pianista, los actos de Bryttan son un perfecto ejemplo de las acciones y actitudes que llevan a los seres humanos a denigrar, acosar y deshumanizar a otros. Son, en este sentido, un ejemplo paradigmático de la estrategia del odio contra una persona cualquiera, quizás famosa pero sin ningún tipo de responsabilidad política.
La identificación del adversario y su culpabilización
Para liquidar en su dimensión humana a un enemigo, el primer paso consiste en identificarlo, a él y a sus supuestas culpas. Luego se lanza, casi en paralelo, la acusación que precede al inevitable veredicto de culpabilidad por parte de la comunidad fanatizada destinada a ejercer, de forma implacable, tanto como juez como verdugo.
Bryttan culmina este proceso el pasado 12 de diciembre. Ese día publica en EMPR un artículo titulado When “High Culture” merges with terrorism (Cuando la “alta cultura” se funde con el terrorismo). En él, acusa a Lisitsa de promover polémicas vulgares y de ejercer el arte de la desinformación, siempre con el objetivo de desprestigiar y denigrar a Ucrania “en los términos más odiosos”. Realizando una interpretación parcial y sesgada de uno de sus tuits, publicados ocho meses antes, la acusa de hacerlo además con “un detestable tono racista” en el que, según Bryttan, se utiliza la imagen de una tribu africana para asimilar la cultura ucraniana con el barbarismo. Lisitsa, en realidad, sólo pretendía criticar a un nacionalismo que fuerza a sus ciudadanos a una única expresión de su identidad. Sus imágenes pretendían ilustrar una noticia del periódico Timer de Odessa, centrada en la recomendación de la Administración del Estado para que profesores de la ciudad asistieran a un acto de inicio del año académico ataviados con la tradicional camisa bordada ucraniana.
En su acta de acusación, Bryttan incluye también el elogio “a terroristas rusos y las invasiones de Vladimir Putin”. Entre los motivos, el hecho de que Lisitsa “también está acreditada como traductora de 16 artículos” en slavyangrad.org, una web a la que presenta como “simplemente otra colmena de propaganda pro-Putin en Internet dedicada a golpear a Ucrania, legitimando a “Nueva Rusia” (Novorossiya)”. Vincula también las acusaciones de propaganda rusa a algún comentario favorable de Lisitsa a iniciativas culturales consideradas por Bryttan como pro-rusas, o manejadas desde el Kremlin.
El sentido último de su actuación fiscalizadora la resume el título de su artículo, reproducido dos días después por The Ukrainian Weekly, el medio de comunicación más importante de comunidad ucraniana en Norteamérica y que históricamente ha defendido abiertamente a las fuerzas nacionalistas más radicales, incluyendo las ahora celebradas UPA o OUN. Como señala ese título, Lisitsa sería en realidad un ejemplo de connivencia de una artista de alta cultura con el terrorismo. Bryttan acompaña el título con una imagen que no deja lugar a dudas.
Pero, que nadie se engañe: no es la supuesta mezquindad de Lisitsa la que le molesta, no es la indignación lo que le impulsa. Sólo el éxito y la presencia de la artista en Internet. Es por esta razón por la que Bryttan, convertido en perseguidor maccartysta de actividades anti-ucranianas, necesita actuar y acusar. Y lo hace desde la mezquindad, el desprecio y el odio de los que acusa a Lisitsa.
El Bryttan tan preocupado por las heridas a los sentimientos patrióticos ucranianos presenta a Lisitsa y a los blogueros de slavyangrad.org como “trolls de Internet, muchos de ellos operando bajo nombres falsos con identidades manufacturadas y fotografías falsas”. Bryttan no puede concebir que la crítica al actual régimen ucraniano no sea otra cosa que propaganda del Kremlin y de sus trolls. La simplificación del conflicto a la infantil visión de la Ucrania libre contra la Rusia agresora hace imposible ver cualquier crítica al Gobierno ucraniano como legítima o al margen de la postura de Moscú.
En los carteles que, junto a otros dos manifestantes, lleva en septiembre ante la Sinfónica de Pittsburgh, Bryttan se atreve a distorsionar todo el pensamiento político básico de Lisitsa, acusándola de racismo, de promover las invasiones de Putin y el fascismo. La sitúa en el mismo nivel que aquellos artistas alemanes que en 1939 apoyaron al nazismo, escondiendo el odio y la guerra tras su música “enferma” (aprovechando el juego de palabras mu-sick). Según Bryttan y sus acólitos, Lisista sería una fascista a la que habría que tratar como tal: “Boicot a los fascistas”, dicen sus carteles, mostrando una muñeca rusa que, al destaparse, oculta el cuerpo de un terrorista encapuchado. Con este juego de acusaciones se plantan las bases para dar el siguiente paso, la denigración, la expulsión de la comunidad y la persecución de su actividad profesional.
La denigración y la expulsión de la comunidad
Bryttan acelera la campaña de denigración necesaria para que se acepte la expulsión de Lisitsa de la comunidad ucraniana. El día 3 de octubre de 2014, en la página de Facebook de la iglesia de Saint Michael en Montreal, una institución que no debería prestarse a contribuir a fomentar el desprecio y el odio al prójimo, se publica un mensaje de Bryttan en el que presenta a Lisitsa como “la vil pianista ‘anti-ucraniana’”.
En los carteles de denuncia del 20 de septiembre de ese año en Pittsburgh, ya se la invitaba a volver a su país con sus amigos fascistas de Moscú: Go Back to Your Hood and Fascist Friends in Moscow, puede leerse en uno de los carteles.
Si en su artículo del 14 de diciembre en el Ukrainian Weekly, Bryttan señalaba que “Lisitsa continúa promocionándose a sí misma como ‘nacida ucraniana’”, tras conseguir por fin un triunfo con la decisión de cancelación de la Orquesta Sinfónica de Toronto, denuncia que Lisitsa “falsamente afirma “amar a su país [Ucrania]”.
Recuperando otro mail de agosto de 2014, el 10 de abril de 2015 Bryttan continúa con su persecución Se burla, en este caso, del mal uso de la lengua ucraniana por parte de Lisitsa. La acusa de cometer el error de una estudiante “de primer grado” al escribir украïнскiй en vez de Український, lo que según el denigrador sería equivalente a escribir a escribir Amerykan en inglés. Bryttan parece no haber visto los errores gramaticales relativamente comunes en los tweets del presidente Poroshenko en ucraniano y tampoco la ironía de que se anuncie en ruso que el ucraniano siempre será la única lengua de Ucrania.
La persecución de su actividad profesional
Pero el principal interés de Bryttan es perjudicar a Lisitsa en su actividad profesional. Su acción pretende ante todo un hecho concreto: conseguir el máximo nivel de boicot del mundo de la música a Lisitsa. Los movimientos de Adrian Bryttan, el Conductor, no dejan lugar a dudas.
El 20 de septiembre de 2014 organiza, junto a otros dos hombres, el ya comentado piquete ante el Hall Heinz de la Sinfónica de Pittsburgh en el que se pide el boicot a Lisitsa.
El día 1 de octubre presenta en EMPR un primer artículo de denuncia contra Lisitsa, dando publicidad el acto ante la Sinfónica de Pittsburgh. En su artículo, señala que con anterioridad a su acción del día 20, “Quejas acerca de la contratación de la Sra. Lisitsa habían sido previamente enviadas por correo electrónico a la dirección de la Sinfónica de Pittsburgh, a los principales donantes y a los medios locales de comunicación”. Según él, “La misión declarada de la Sinfónica de Pittsburgh es ser “embajadores musicales” y “representar a sus comunidades”. Contratar a alguien como la Sra Lisitsa es, por lo tanto, no sólo impropio sino altamente inapropiado”. El hecho de que Lisitsa tenga ciudadanía estadounidense y sea una de las más acreditadas pianistas en la actualidad no le sugiere ninguna reflexión ni matiz de cara a sus afirmaciones.
El día 3 de octubre de 2014 se publica en Facebook (página de Saint Michael) la comunicación de que Lisitsa actuará el 24 de noviembre en el Grand Théâtre de Quebec. Señala que “Tal vez algunos ucranianos podrían considerar cómo agradecérselo en la ciudad de Quebec” y les remite material de denuncia, entregado a los viandantes durante su acto de protesta frente a la Sinfónica de Pittsburgh
El 12 de diciembre de 2014, en su principal ataque contra Lisitsa en EMPR, reproducido luego el día 14 por el Ukrainian Weekly, termina su artículo apelando de nuevo al boicot: “Las comunidades ucranianas podrían estar interesadas en saludar a la Sra Lisitsa en sus próximos conciertos en Quebec, los Países Bajos, París, Washington, Leipzig, Londres, Cincinnati, Estocolmo y en abril de 2015 con la Orquesta Sinfónica de Toronto. Su calendario actual de gira internacional se puede encontrar en: http://www.deccaclassics.com/us/artist/lisitsa/ontour”.
Por fin a primeros de abril de 2015, tras conseguir un primer éxito en Toronto, henchido de satisfacción, sostiene triunfante: “Ahora que de ella ha caído toda pretensión y se encuentra cuatro pasos por detrás de sus actividades de discurso de odio en Twitter que cualquiera puede leer, será cosa del público decidir”.
La hipocresía del Ukrainian Weekly y la cobardía de Jeff Melanson
Es evidente que Adrian Bryttan no habría podido alcanzar sus metas sin la ayuda de poderosos colaboradores, sin el apoyo en particular delUkrainian Weekly. Un medio que en el pasado tantas veces recogió la carrera musical de una Valentina Lisitsa siempre comprometida con los actos artísticos promovidos por la comunidad ucraniana. No podía por ello faltar un editorial del medio tras la cancelación del concierto de Toronto, Hate speech is not free speech (El discurso del odio no es libertad de expresión, 10 de abril de 2015).
El editorial no aporta grandes novedades respecto a la opinión de los sectores pro-Kiev sobre Lisitsa, apenas un sintético resumen de la opinión sobre unos tuits que les parecen “vulgares, crueles, odiosos, racistas, incivilizados”. Lo importante, sin embargo, es el que texto muestra a las claras que ni el Presidente de la Sinfónica de Toronto, Jeff Melanson, ni los editorialistas del Ukrainian Weekly, piensan que se enfrentan a un problema de falta de libertad de expresión. Y en eso tienen razón.
Pero no por su preocupación por el supuesto discurso del odio de Valentina Lisitsa. Si ese tipo de discurso les preocupara, se enfrentarían a un dilema moral por entrar en el juego de un Adrian Bryttan que publicó el pasado 1 de abril en EMPR, dentro de un artículo denominado War in Ukraine, “red lines” in Syria and the Obama administration (Guerra en Ucrania, “líneas rojas” en Siria y la Administración Obama), el siguiente párrafo:
Los valores nucleares de Ucrania y Siria están en consonancia y el Sr. Obama está haciendo la vista gorda a la guerra que Irán y Rusia están llevando a cabo en Siria, justo como Rusia en Ucrania. El Sr. Weiss relató que no había encontrado ningún sentimiento anti-guerra en su paso por Kiev; la resistencia del pueblo de Ucrania es algo que el Sr. Putin no calculó. Y los ucranianos son muy claros: saben muy bien que no pueden derrotar a Rusia en una guerra convencional, por lo que su objetivo es exponer las mentiras de Putin a su propio pueblo. Quieren fomentar una crisis dentro de Rusia: Todo el mundo tiene una madre y esposa, hermanos y hermanas. Devolveremos suficientes bolsas con cadáveres a Rusia para poner fin a sus aventuras en el extranjero.
Éste es precisamente el discurso del odio y de la guerra que se exporta desde los sectores más extremistas del régimen de Kiev y de su diáspora norteamericana. Y poco les importa que, para que se cumpla ese macabro presagio, sea preciso que Ucrania se llene de muertos, tanto en el bando nacionalista como entre las milicias de Donetsk y de Lugansk, compuestas en su gran mayoría por ciudadanos del Donbass.
El caso Lisitsa no tiene nada que ver con el discurso del odio. Es un caso de acoso y persecución profesional del oponente, gestionado desde posiciones contrapuestas a los principios de la democracia. Porque, en un Estado de derecho, en una sociedad democrática, ¿quiénes son Adrian Bryttan, el Ukrainian Weekly, la comunidad ucraniana de Toronto o Jeff Melanson para juzgar y castigar a Valentina Lisitsa? ¿Por qué, por tanto, se atreven a actuar como acusadores, exigiendo que Lisitsa rinda cuentas, y a la vez como jueces, exigiendo que la pianista acepte responsabilidades por sus acciones? ¿Es que acaso Canadá no tiene instituciones judiciales independientes, competentes para actuar en estos casos?
Al no hacer prevalecer las normas generales de la comunidad política democrática sino las opiniones de una parte de ella, Melanson ha perdido cualquier credibilidad para hablar sobre principios y valores democráticos. Ha mostrado también una gran cobardía, prefiriendo posicionarse del lado de los acosadores.
La actuación de Bryttan, los editorialistas del Ukrainian Weekly y el Señor Melanson es propia de tiempos pasados que parecen resistirse a desaparecer. Todos sabemos de lo que estamos hablando y ésa es la verdadera realidad contra la que Valentina Lisitsa había levantado su voz. Y es por eso también por lo que hoy se ve sometida al acoso de aquellos que desean que desaparezca de la vida social.
Viktor Klemperer ya contó con precisión en qué consiste ser declarado extranjero y persona non grata por una comunidad nacional cuyos líderes más fanatizados carecen del sentido de las cosas y de los valores, al menos de los valores de la democracia, la justicia y la libertad.
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