viernes, 10 de octubre de 2014

Donbass: en ruinas, esperando el invierno

Por Alexey Volodin Desde hace algún tiempo, se ha prestado atención a cómo Ucrania se prepara para el próximo y complicado invierno, calculando la cantidad de gas que Kiev necesitará comprar a Gazprom para salvaguardar su precaria independencia de la dureza del invierno. Aunque pueda parecer un tema importante e incluso entretenido, las circunstancias hacen la cuestión clave sea cómo la población residente en las ruinas de Donetsk y Lugansk va a soportar este invierno.

Edificios residenciales están derruidos, la infraestructura destrozada, la industria ahogada o quemada en esta guerra civil. Docenas de escuelas y hospitales han tenido que ser cerrados, hay problemas con los bancos, el suministro de energía y de combustible está interrumpido, igual que las exportaciones, y las cosechas se han perdido.

Naciones Unidas ha estimado recientemente en 440 millones de dólares los daños en las infraestructuras en Donetsk y Lugansk. El informe indica también que durante las hostilidades se han dañado un número de al menos 659 edificios públicos, 1230 viviendas particulares o 178 edificios de oficinas. Alrededor del 70% de las minas han paralizado su actividad, más de 350.000 personas han abandonado el país (principalmente hacia Rusia) y otros 280.000 se han convertido en desplazados internos en zonas de Ucrania. Incluso si aceptamos que los daños ascienden a 440 millones de dólares, una estimación conservadora, sería un tanto ingenuo asumir que esa cantidad de dinero sería suficiente para solucionar el problema. Esta suma no sería suficiente para cubrir las necesidades de la zona, que van mucho más allá de la infraestructura. Y todo ello, asumiendo que la fase activa de las hostilidades haya acabado para el momento en que se dispusiera de esa hipotética cantidad.

Pero la cuestión clave es la siguiente: ¿quién va a hacerse responsable de esa gigantesca tarea? Sería ingenuo pensar que Kiev va a aportar solución alguna. El ejército ucraniano y sus escuadrones de la muerte nazis demuestran tener otros planes cuando disparan no a las posiciones de los soldados de la resistencia sino a las zonas industriales, estaciones eléctricas o tuberías y oleoductos. Esos golpes no son accidentales. Es evidente que los
renegados ucranianos actúan bajo las órdenes de sus comandantes y que buscar golpear la infraestructura vital necesaria para garantizar que la zona sea habitable para la población civil en el día a día.

Un compañero que reside en Kiev y que recientemente ha regresado de Donbass, donde trabaja aportando la logística necesaria para las milicias, afirma que el objetivo central del Ejército Ucraniano y de la Guardia Nacional no es otro que empujar a la población hacia Rusia por la vía de destruir las infraestructuras vitales.

Los sabuesos ucranianos han tenido cierto éxito en esa materia: los refugiados y desplazados internos se cuentan por los cientos de miles, los pueblos y ciudades han quedado destruidos y poseídos por un viento que no consigue llevarse a la piedra quemada en el infierno de los bombardeos.

Donbass no está en posición de esperar asistencia efectiva alguna por parte de Kiev. En realidad, nadie en Donetsk y Lugansk cuenta con ello. A juzgar por la retórica de los altos cargos de las repúblicas populares, la pelea por la independencia va a continuar. Pero la actual situación también deja claro que las repúblicas populares no pueden, por el momento, ser completamente independientes, al menos en el terreno económico. No existe milagro que haga edificios de los escombros y es imposible restaurar la vida normal de la noche a la mañana. La asistencia tiene que venir de Rusia y no puede limitarse a los convoyes de ayuda humanitaria que principalmente consta de cereales, azúcar, carne enlatada  medicinas, aunque todo ello es necesario y es un paso más hacia acabar con el bloqueo actual de Donbass.

Se puede pasar horas analizando por qué Moscú no ha reconocido oficialmente a los territorios como estados o lo problemático que sería para Rusia asistirlos tratando de evitar represalias. Pero ha llegado el momento de que Moscú tome una decisión. Sería una ingenuidad esperar que los “socios” occidentales cambiaran de opinión en lo que se refiere a las sanciones económicas y políticas o que Kiev se ofreciera a aportar ayuda para Donetsk y Lugansk como parte de su campaña de trata de presentar al país como unido. Sería contraproducente usar estas expectativas como pretexto para negar la posibilidad de extender el paraguas económico ruso sobre Donbass y sus cientos de miles de ciudadanos de habla rusa. Abandonar Donbass en medio del fío invierno sería inaceptable en términos de decencia y humanidad. Ucrania perdió su decencia en la plaza de Maidan, pero Rusia, es inmune a la manera de pensar de Maidan.

En este contexto, Rusia tiene dos opciones:

La opción radical: reconocer la independencia de las dos repúblicas, no tanto para favorecer esa independencia, sino para garantizar la supervivencia de millones de ciudadanos que viven ahora en una pesadilla causada por Kiev.

La opción flexible: no mencionar el estatus de las repúblicas mientras hace su parte en la asistencia y reconstrucción y, dentro de lo posible, trata de obligar a Kiev a cooperar en la rehabilitación de las áreas devastadas.

Ya en octubre, y sin margen para retrasar los acontecimientos, la conclusión es que Moscú ha optado ya por la segunda opción. Lo ha hecho a su manera, en silencio, sin grandes declaraciones ni circo mediático. La eficiencia y consistencia serían de agradecer. Esperemos que los líderes rusos no permitan que los escuadrones de la muerte ucranianos terminen su trabajo en Donbass. Esperemos.

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