Por Carlos Aznarez.- Sólo hace poco más de dos semanas que Mauricio Macri asumió el gobierno argentino y ya parece un siglo por todo lo que ocurrido en estos días. Aún tenemos frescas las imágenes de una Plaza de Mayo semi vacía o muy poco cubierta para lo que se acostumbra en ese emblemático sitio, este pasado 10 de diciembre, cuando el mundo entero pudo ver a través de la cobertura televisiva, no a un presidente y su vice pronunciando un discurso de grueso calado para explicar el “cambio”
prometido, sino a un mediocre bailarín de música discotequera y a una mujer que lo acompañaba, desde una silla de ruedas, haciendo karaoke. Entre los dos, eso sí, divirtieron durante varios minutos a un grupo de fans y a un centenar de palomas que se achicharraban bajo el sol de aquella tarde.
A las pocas horas comenzaron las señales no por esperadas menos sorpresivas. Un gabinete integrado por ex directivos de multinacionales de renombre (de ésas que utiliza el Imperio para financiar sus aventuras guerreras en diversos sitios de la geografía mundial), sumado a algunos personajes ligados íntimamente a la dictadura militar del 76, y otro tanto de ex directivos de entidades sionistas que lograron arrimarse al fogón de Cambiemos.
Por no faltar, el plantel gubernamental cuenta también con una ex militante de la Juventud Peronista de los 70, devenida hoy en ministra de Seguridad y entusiasta amiga de la embajada de Estados Unidos, y un ex militante comunista a cargo de la Agencia Oficial de Noticias, la TV pública y la Radio Nacional.
Con semejante equipo era lógico que empezaran los decretazos, surgidos de las grandes obsesiones que rodean al nuevo mandatario. Más aún, teniendo en cuenta el receso parlamentario hasta marzo.
Al mejor estilo de un gobierno de facto, Macri puso el pie en el acelerador con total impunidad. Por un lado, trató de colar con poco éxito a dos nuevos jueces para la Corte Suprema. Todo iba bien hasta que un colega de los recién nombrados, apeló al sentido común y mandó a parar. Sin embargo, no hubo oposición que valga para levantar las retenciones a los sectores del campo que se insubordinaron contra los Kirchner. Era el mensaje esperado para que las compañías cerealeras y los generales de los agronegocios se hicieran de un día para el otro con 3.700 millones de dólares. Una bicoca.
Enseguida, lanzó la embestida contra la ley de Medios, esa legislación que reemplazó a la que implantara la dictadura, y que en este caso fue forjada a través de cientos de asambleas y foros populares. Un texto impecable aunque con notorias demoras en la aplicación concreta por parte de la administración kirchnerista de la ahora intervenida Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA).
Sin embargo, eso de ninguna manera puede significar que no se alcen todas las voces posibles para repudiar que el macrismo intente modificarla o lo que es peor, darla de baja. La intencionalidad es transparente: cercenar cualquier posibilidad de contar con medios realmente independientes, alternativos y de contrainformación, implantar la censura y un apagón informativo a fin de que el discurso único sirva para ocultar todas las tropelías que el gobierno está dispuesto a realizar.
Lo verdaderamente interesante es que cada una de las propuestas cercenadoras de la libre opinión o de profundización de las políticas neoliberales, está siendo respondida en la calle con pequeñas, medianas o grandes movilizaciones populares.
Así, en estos días se han podido ver plazas repletas de ciudadanos deseosos de expresar sus ideas de oposición al autoritarismo macrista, Y sobre todo, se ha generado un fenómeno contestatario que abarca desde las redes sociales hasta el enfrentamiento abierto con las organizaciones de trabajadores que comienzan a padecer los efectos de la megadevaluación macrista. Entre ellos, los más perjudicados son los estatales, que ya se han lanzado a realizar un exitoso primer paro general, con multitudinaria marcha incluida.
Ahora bien, más allá de lo que opinen (como expresión de deseos) amplios sectores del kirchnerismo, que en la calle corean un pegadizo “a volver, vamos a volver”, mientras que no pocos apuntan sus cañones a las elecciones parlamentarias del 2017, es evidente que Macri piensa lo contrario y desearía prolongar su mandato por varios años. Más de cuatro, seguro. Que no lo logre dependerá de que se pueda mantener el clima de rechazo y hostigamiento que provocan en los sectores populares sus primeras medidas.
Todo lo que se haga en ese sentido, es fundamental para el futuro de este gobierno PRO-norteamericano. A su vez, desde la lógica presidencial y como contrapartida, la teoría del “palo y la zanahoria” dará mucho que hablar en los próximos meses. La zanahoria vendrá acompañada de intentos de cooptación y negociaciones con sectores políticos (el Partido Justicialista, entre ellos) y la conocidísima (por su manía de transar) burocracia sindical, aunque también intentarán ofrecerle espejitos de colores a algunas organizaciones sociales. Esos que ya han mordido el anzuelo y se autojustifican expresando que “es mejor negociar que sufrir más pérdidas”. O esos pocos funcionarios “progresistas” tentados a adscribirse en cargos del gabinete macrista.
Para los que no comulguen con estas tesituras, siempre estará el palo, convertido en este caso en una idea fuerza: descargar toda la potencia del aparato represivo (a través de policías y gendarmes) como lo imagina la actual ministra Patricia Bullrich, mujer tatcheriana al fin, que ya ha amenazado con aplicar “mano dura” a los gestores de piquetes, cortes de rutas y afines.
Lo dicho: es importante no minimizar a esta experiencia gestada por el macrismo en Argentina (pero con notoria influencia en el marco regional) ya que si bien parece una aventura improvisada, todo indica que se trata de un plan que están dispuestos a cumplirlo al detalle. Es el desarrollismo del ex presidente Arturo Frondizi aggiornado al siglo XXI. Lograron la legitimidad por una vía poco frecuente para este tipo de gobiernos: mediante el sufragio. Quienes se planteen arrebatársela, es importante que se preparen para que la calle se convierta en el escenario habitual de la batalla. Con la fuerza de los movimientos sociales, pero sin desmerecer para nada el concurso del movimiento obrero organizado. El 2016 será un año clave en esta contienda.
(Tomado de Resumen Latinoamericano)
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