sábado, 7 de marzo de 2015

Ayuda canadiense para el Ejército Ucraniano y los batallones voluntarios

Preámbulo: Mientras el Gobierno ucraniano sigue exigiendo de sus aliados occidentales armamento para contrarrestar lo que define como una agresión rusa, muchos ucranianos residentes en esos mismos países presionan a sus Gobiernos en esa misma dirección. Algunos de ellos, especialmente en zonas en las que la diáspora ucraniana tiene cierta fuerza, han comenzado a organizarse para evitar los canales oficiales y aportar directamente esa ayuda militar que consideran necesaria para continuar una guerra que entienden que es contra Moscú. Por su tamaño y por su implicación en el conflicto, la diáspora canadiense se ha colocado al frente y ha llegado a recaudar grandes cantidades de dinero y material para los soldados que luchan en el frente, independientemente de si o hacen en el ejército regular o si lo hacen en los batallones voluntarios, muchos de los cuales no esconden su ideología de extrema derecha o su simbología fascista.

Bajo el lema “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, financian y equipan una lucha que consideran una continuación de la lucha por la independencia de Ucrania del yugo de Moscú. Y aunque algunos advierten del peligro que podrían suponer esos batallones de ideología radical y fuertemente armados, la gran mayoría de estos voluntarios parece no ver la diferencia entre los soldados regulares y los miembros de batallones como Azov o Aidar. El artículo fue publicado después de la entrada en vigor del alto el fuego pactado en mes pasado en Minsk.

Al margen de los canales oficiales, la diáspora ucraniana en Canadá financia y libra una guerra contra Rusia


Artículo de Mark MacKinnon en The Globe and Mail
La lucha en Ucrania se asocia, como es natural, a los colores azul y amarillo de la bandera del país. Pero en la lucha por contener a los separatistas pro-rusos en el este, destacan, cada vez más, otros colores: el blanco y rojo de la bandera canadiense. En el cuartel general de Kiev de Army SOS, una organización de voluntarios que ayuda a los soldados ucranianos en el frente, la bandera canadiense cuelga tanto en el almacén de la primera planta como en la fábrica de drones del piso superior.

Hasta hace poco, se incluían banderas canadienses junto a los suministros entregados por Army SOS en el frente, lo que posiblemente explique por qué los colores canadienses se veían en el frente en las afueras de Donetsk, capital rebelde. Los colores de la bandera se reflejan en la sudadera de Roots que llevaba Lenna Koszarny, directora de la sección de Kiev de Congreso Ucraniano-Canadiense, al presentar la ayuda oficial canadiense a las tropas. El gesto demuestra que la poderosa diáspora ucraniana en Canadá no está dispuesta a dejar la defensa de la patria en manos solo de Ottawa.

“¿Está la diáspora ucraniana en guerra con Rusia? Absolutamente”, dice Koszarny, de 45 años. “La diáspora está ayudando a Ucrania a defenderse”.

Bienvenidos a la guerra no declarada de Canadá, que se lucha en varios frentes. En Canadá, el lobby ucraniano liderado por el Congreso Ucraniano-Canadiense presiona a Ottawa para que apoye al gobierno del presidente Petro Poroshenko. Pero la comunidad también recauda fondos para su improvisada vía de ayuda a través de organizaciones como Amy SOS. A nivel individual, muchos se han hecho cargo de tareas que van desde suministrar apoyo técnico en el frente a papeles clave dentro de la campaña de propaganda ucraniana.

Algunos, un puñado de ellos, han tomado las armas. Mientras que los canadienses que se han viajado a luchar a Siria han visto revocados sus pasaportes, al menos un ucraniano-canadiense que se unió a una milicia pro-gubernamental y luchó en la región de Lugansk ha regresado a Canadá para continuar recaudando dinero para Army SOS. Espera reclutar a otros canadienses para el frente.

Este territorio inexplorado no carece de peligros. El más obvio es que la campaña de recaudación va donde ningún país, incluido Canadá, está dispuesto a llegar: suministrar equipamiento letal a los soldados ucranianos, incluyendo a los irregulares. Al saltarse los canales oficiales tanto en Canadá como en Ucrania, los activistas se arriesgan a entrar en el juego tanto del presidente ruso Vladimir Putin como de unas milicias ucranianas cuyo patriotismo está teñido de extremismo.

Un almacén de suministros para la guerra

En los estantes del almacén de Kiev de SOS se apila todo tipo de provisiones para la guerra: uniformes de camuflaje, botas negras, redes blancas de camuflaje de invierno. En el piso superior hay un taller en el que un equipo de voluntarios se reúne cada noche para ensamblar manualmente drones de reconocimiento que llevarán al frente y harán volar sobre el territorio controlado por la milicia pro-rusa. Otros voluntarios muestran orgullosos el nuevo software para detectar artillería enemiga que han instalado en tablets. Bohdan Kupych, un ucraniano-canadiense residente en Kiev ha dirigido el equipo que ha diseñado el programa.

Los innumerables batallones voluntarios son tan conocidos por su valentía como por su nacionalismo, a veces extremo. En el frente, suelen ser los que se enfrentan a la lucha más dura contra el ejército rebelde del que Kiev y la OTAN dicen está armado por Moscú.

Army SOS afirma haber recaudado algo más de un millón de dólares desde su fundación el pasado verano. Kszarny calcula que la diáspora ucraniana en Canadá ha recaudado un total de 10-15 millones de dólares. Parte del dinero recaudado por Army SOS se empleó en adquirir las piezas para los drones, pero una gran parte fue a la compra de 30 vehículos, principalmente Humvees y camionetas, que se han enviado al frente. El grupo afirma que esta inusual ayuda es necesaria debido a la corrupción endémica que corroe al ejército.

“No ayudamos específicamente al ejército o a ningún batallón… se lo entregamos a aquellos en el frente, lo ponemos directamente en manos de los soldados”, dice Yaroslav Tropinov, profesional de un banco de inversiones que cofundó Army SOS al ver al Ejército Ucraniano humillado por la anexión rusa de Crimea en marzo del año pasado. “No consultamos con el ejército, así evitamos la corrupción y el robo”.

Aunque se recolectan donaciones y se usan en lo que Army SOS entiende más necesario, muchos en la diáspora han comprado bienes por su cuenta y los han enviado al almacén de Kiev. Tropinov explica que mientras la diáspora ucraniana en Estados Unidos ha sido la principal fuente de ropa y juguetes para las familias de los soldados, la diáspora canadiense ha contribuido más en términos militares. De ahí las banderas que cuelgan en el almacén.

Richard Hareychuk, un oculista de Toronto de 59 años, dice que recauda fondos para Army SOS porque la ayuda llega a quienes realmente están luchando, al margen de si lo hacen en el ejército regular o en los batallones voluntarios. Dice que estaba preocupado de que la ayuda canadiense podía no estar llegando a quienes llevan el peso de la lucha. “Oímos muchas historias que decían que la ayuda llegaba, que la enseñaban para las cámaras y después, en términos de distribución, escuché muchas cosas distintas. Pero no oí mucho sobre que la ayuda llegaba al frente”.

El año pasado, Hareychuk y otros miembros de la comunidad ucraniano-canadiense compraron un dron por valor de $12.000 que bautizaron como Prometheus antes de enviarlo a Army SOS. Prometheus voló en diez misiones de inteligencia y reconocimiento sobre las zonas rebeldes de Donetsk y Lugansk antes de que las fuerzas separatistas lo derribaran el mes pasado. Army SOS también ha adquirido piezas para rifles y detonadores.
Voluntario ensambla un dron en el taller. Fotografía de Max Avdeev.
Hareychuk explica que el esfuerzo para adquirir armas letales no ha hecho más que empezar. “La primera llamada fue… ‘no tenemos botas’. Había chicos (en el frente) con zapatillas. Ahora que los chicos tienen botas, hemos decidido pasar subir de nivel”.

Kupych, ejecutivo de la empresa de base en Kiev que ha supervisado el desarrollo del software distribuido a Army SOS, dice que la sensación en la diáspora, y en general entre los ucranianos, es que cada cual debe hacer todo cuanto pueda. “La mayor parte de lo que hacemos es defensivo”, dice Kypych, natural de Toronto, en relación a la organización de voluntarios en general. “Pero, como ha dicho Poroshenko, no se puede ganar una guerra con uniformes de invierno y sacos de dormir”.

Más allá de grupos como Army SOS, hay contactos más informales, y directos, entre las tropas ucranianas en el frente y la diáspora en Canadá. Mychailo Wynnyckyj, un conocido analista político ucraniano-canadiense que enseña en la Kyiv Mohyla Business School, dice que un vecino zapatero se ha unido a una brigada mecanizada del ejército regular. El vecino le comentó que la unidad no disponía de equipamiento de comunicación encriptada. El profesor Wynnyckyi se lo notificó a un amigo en Montreal y este donó $5.000 para comprar el equipamiento.

“Suena algo caótico, pero la suma de todas estas iniciativas supone el 60% de la ayuda que recibe el Ejército Ucraniano”, afirma el profesor Wynnyckyj, que añade que se han dado ejemplos de armamento “estándar de la OTAN” que han llegado al frente, aunque no está seguro de cuál es su procedencia. “De abajo a arriba, las redes ciudadanas pueden ser más poderosas que el Estado, porque la maquinaria del Estado se puede corromper”.El frente

Los dos camiones rebotando por las carreteras bacheadas y heladas de la zona de guerra del este de Ucrania no desvela detalle alguno de su cargamento. La lona que cubre la parte trasera del segundo camión dice “Todo para el hogar y el jardín”. El otro tiene una apariencia aún más sencilla, salvo por una pegatina con una vulgar referencia a Vladimir Putin.

Así es como Canadá envía su ayuda militar oficial a Ucrania. En los camiones hay varios miles de cajas enviadas por el Departamento de Defensa Nacional. Contienen uniformes verdes de invierno resistentes al fuego y botas resistentes al agua.
Los soldados del tercer batallón de la 81ª brigada examinan sus nuevas botas enviadas desde Canadá. Fotografía de Anton Skyba
Koszarny, del Congreso Ucraniano-Canadiense, está sentado frente al camión con el eslogan anti Putin. Al llegar el convoy a este colegio abandonado que se ha convertido en una base militar en Konstantinovka, una antigua ciudad industrial a escasos 30km de la línea del frente, envía a las tropas un mensaje junto a sus nuevos uniformes. “Hemos presionado al Gobierno canadiense para que entregue toda la ayuda posible a Ucrania”, dice esta madre de tres hijos. “Hay 20 millones de ucranianos fuera de Ucrania que hacen todo lo que pueden para apoyaros”.

Lo hacen, especialmente en Canadá. El mes pasado, el diario Kyiv Post publicó una lista en la que el primer ministro canadiense Stephen Harper era el primero de los diez “más influyentes promotores” de la causa ucraniana en la comunidad internacional. El artículo apunta que “puede que Stephen Harper no apoyara a Ucrania de forma tan activa si Canadá no tuviera la diáspora ucraniana más grande del mundo”.

De hecho, Canadá es, a menudo, uno de los más fervientes defensores extranjeros del Gobierno ucraniano, siendo el primer país, y también el que más lejos ha llegado, en enviar ayuda militar no-letal y apoyando las sanciones contra el Kremlin (Aunque es posible que Gran Bretaña haya dado el mayor salto en la confrontación con el anuncio de envío de 75 asesores militares para entrenar al ejército ucraniano).

El profesor Wynnyckyj afirma que, en gran parte, se debe a la diáspora el logro de haber hecho llegar el tema ucraniano a los despachos políticos de Ottawa. “La causa es juta, pero está en el foco de los políticos porque hay una gran comunidad ucraniano-canadiense que se encarga de que llegue a la atención de los políticos. Los Conservadores han hecho un gran trabajo apoyando a Ucrania y la causa ucraniana”. La contrapartida es obvia: “Hay un gran apoyo a los Conservadores en la comunidad ucraniana”, dice. La gratitud de una comunidad que solía apoyar al Partido Liberal podría inclinar la balanza en favor de los Conservadores en algunos lugares clave, especialmente en ciudades con grandes poblaciones ucranianas, como Toronto y Winnipeg, o en sus alrededores.

Muchos de los miembros más activos de una diáspora ucraniano-canadiense de más de un millón de personas tienen padres o abuelos que huyeron de Ucrania durante la hambruna provocada por Stalin en los años 30 o durante la persecución del nacionalismo ucraniano que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Para ellos, esta guerra es el capítulo más reciente en una larga lucha por liberar a su patria del yugo de Moscú. Para ellos, Moscú es el eterno enemigo.

Piotr Dutkiewicz, director del Centre for Governance and Public Management de la Universidad de Carleton, afirma que Canadá ha sacrificado las buenas relaciones que tenía con Moscú antes del inicio del conflicto en favor de una postura abiertamente pro-Kiev. “Estamos en una posición prácticamente ideal para ser negociadores y mediadores de la paz”, dice el profesor Dutkiewicz. En lugar de eso, “la organizaciones ucranianas en Canadá están alimentando forzosa y rudamente la política exterior anti-rusa”.
La embajada rusa en Ottawa no respondió la llamada para hacer un comentario.
Peter Poroshenko Stephen HarperEl presidente ucraniano Petro Poroshenko se reunió durante varias horas con Harper tras la toma de posesión de Poroshenko el 7 de junio de 2014 en Kiev.
El papel de Canadá en la guerra de Ucrania solo es el más reciente capítulo de una postura pro-Ucrania que Ottawa –en tiempos de gobiernos liberales como conservadores- ha mostrado desde 1991, cuando se convirtió en el primer Gobierno del mundo en reconocer la independencia de Ucrania de la extinta Unión Soviética. El apoyo entre gobiernos en los años 90 vino acompañado por apoyo a la oposición en los primeros años de la década pasada, cuando el país volvía a orientarse hacia la órbita de Moscú. La embajada canadiense en Kiev aportó financiación inicial a algunas organizaciones ciudadanas que ayudaron a organizar la Revolución Naranja, que catapultó al poder al Gobierno pro-occidental de Viktor Yushenko en 2004.

Aunque la victoria electoral de 2010 de Viktor Yanukovych, apoyado por Moscú, en la práctica deshizo la Revolución Naranja, la embajada continuó financiando a medios de comunicación y organizaciones que se oponían al estilo autoritario de Yanukovich. Cuando comenzaron las protestas pro-occidentales a finales de 2013, Canadá volvió a unirse a un grupo de embajadas occidentales en Kiev que aportaron financiación y apoyo a los manifestantes.

Una fuente de la embajada canadiense confesó a The Globe and Mail que Canadá invirtió “millones” a lo largo de varios años para apoyar tanto a la televisión y portal informativo antigubernamental Hromadske y a organizaciones no gubernamentales como Opora y Euromaidan SOS, que jugaron un papel clave en la revuelta contra Yanukovich. La participación de Canadá era tan conocida en Kiev que el coche de la empleada de la embajada Inna Tsarkova fue quemado por bandas pro-Yanukovich durante las protestas.

Koszarny, natural de London (Ontario), directora ejecutiva de un banco de inversiones en Kiev cuando no está viajando por los campos de batalla del este de Ucrania, habla con orgullo del señor Harper. Su trabajo, como ella lo ve, consiste en asegurarse de que continúe llegando la ayuda oficial de Canadá. Inquietos por los rumores de que parte de los suministros militares canadienses entregados el año pasado habían sido vendidos en los mercados locales y preocupados por la posibilidad de que Canadá y otros países podrían restringir su ayuda, Koszarny y un equipo de voluntarios comenzaron a seguir a los camiones de reparto a la zona de guerra, tomando fotografías y asegurándose de que la ayuda canadiense llegue a las unidades y a los soldados para los que estaba prevista. Su reciente viaje a Konstantinovka la llevó a otros cuatro puntos cercanos al frente.
Lenna Koszarny supervisa una entrega oficial del Gobierno canadiense. Fotografía de Anton Skyba.
Con su chaqueta de Roots puesta, Koszarny va acompañada de Volodomyr Nabir, un soldado de 22 años de Ucrania occidental que ha regresado a Kiev tras una estancia de 13 días en el épico pero fracasado intento de mantener el control sobre el aeropuerto de Donetsk, sitiado por las fuerzas rebeldes. Dice que la ayuda canadiense y el conocimiento de que la diáspora estaba tras ese esfuerzo de guerra fue crucial para que los defensores pudieran aguantar tanto como lo hicieron. “Sin los voluntarios, nos habríamos congelado hace mucho tiempo”, dice Nabir. Sonriendo de oreja a oreja por el cumplido, Koszarny se acerca y da un abrazo al soldado.

Otros canadienses se han implicado de forma incluso más directa en el conflicto. El nuevo director estratégico del canal de noticias Ukraine Today, un canal que emite en inglés con el objetivo de contrarrestar el punto de vista de Russia Today (financiada por el Kremlin), es Lada Roslycky, nacida en London (Ontario). Aunque Roslycky, autora de un libro sobre el poder blando, prefiere evitar las palabras “guerra de propaganda”, sus reporteros se ven a sí mismos en la línea del frente de la guerra informativa. “Rusia está luchando una guerra informativa”, dice el editor Steven Brese, de 29 años y nacido en Edmonton. “Espero que este canal pueda sacar a la luz lo que pasa aquí”.
Batallones voluntarios
Algunos en Kiev temen que los batallones voluntarios apoyados por Army SOS puedan convertirse en una amenaza para la estabilidad de Ucrania una vez que la guerra acabe. Media docena de grupos que se han endurecido en la batalla (y también Ukraine Today) están financiados por Ihor Kolomoisky, un oligarca multimillonario cuyas desavenencias con el presidente Poroshenko sobre la estrategia militar y la dirección general del país siguen en aumento. Algunos de los batallones afiliados a Kolomoisky son famosos por su uso de retórica e iconografía de extrema derecha.

El temor a que estos batallones, y con ellos la ayuda que reciben de la diáspora canadiense, puedan convertirse en un problema en Ucrania ha aumentado en las últimas semanas desde que los separatistas capturaron el estratégico nudo de comunicaciones de Debaltseve. Entre informaciones contradictorias sobre los datos de bajas y de heridos entre los soldados ucranianos en esa caótica retirada de la ciudad, Semen Semenchenko, comandante del batallón Donbass, financiado por Kolomoisky, anunció la formación de un estado mayor “paralelo” con 17 milicias voluntarias, alejándolas aún más del control del Gobierno.

“Hay un peligro real de que los batallones voluntarios y Kolomoisky sean un problema en algún momento”, dice un asesor del Gobierno ucraniano que pide mantenerse en el anonimato por lo sensible del tema. “En caso de una derrota militar grave, los batallones podrían dirigirse a Kiev y dar un golpe de Estado”.

Esa opinión es considerada alarmista por gran parte de la diáspora. Marko Suprun, natural de Winnipeg y ahora asentado en Kiev, cofundó Patriot Defense, un grupo voluntario que recauda dinero en Ucrania y en la diáspora para kits médicos y entrenamiento de medicina de combate tanto para el ejército regular como para los batallones voluntarios. Califca de “ridículo” el debate sobre los batallones voluntarios.

“Ahí fuera, en la zona de guerra, Azov, Donbass, Dnipr (tres de los más conocidos batallones voluntarios) y las fuerzas ucranianas tabajan juntos”, dice Suprun, que en el pasado ha trabajado como traductor para The Globe and Mail. Es la parte rusa, dice, la que inunda de mercenarios de toda la antigua Unión Soviética la zona de guerra.

¿Y la amenaza de los batallones de Kolomoisky? “Mucha gente dice he tiene demasiado poder, etc, etc. Pero por el momento, mucha gente está contenta de que esté ahí”, dice el profesor Wynnyckyj. “¿Si me gustaría tener a esta gente de vecinos? Probablemente no. Pero cuando libras una guerra, el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

The Globe and Mail conoce al menos a dos canadienses que han jugado un papel principal luchando en batallones financiados por Kolomoisky y un tercero que lucha en el Ejército Ucraniano. Uno de esos soldados, cuyo nombre de guerra es Lemko, luchó como miembro del batallón de extrema derecha Azov en los alrededores de Mariupol el pasado verano. Declaró a la prensa que era un “nacionalsocialista” que se enfrentaba a ser perseguido en Canadá por sus ideas políticas. “Ucrania debería ser para los ucranianos”, se publicó que había dicho. “No necesitamos la idea europea del extremismo multicultural aquí. Ucrania tiene que proteger su integridad cultural y étnica” (El símbolo del batallón Azov es una versión modificada del “Wolfsangel” usado por algunas unidades nazis en la Segunda Guerra Mundial).

También se cree que Lemko lideró un grupo de manifestantes que asaltó la embajada canadiense y forzó su cierre durate las protestas de Maidan. Su paradero actual es desconocido.

Otro soldado canadiense, Nazar Volnets, un obrero de la construcción y artista de 30 años y nacido en Ucrania occidental, ha regresado a Canadá y participará en un acto para recaudar dinero para Army SOS el 28 de febrero y organizado por el oculista de Toronto Hareychuk.Antiguos camaradas de la lucha dicen que Volynets luchó el pasado verano y otoño en la zona de Lugansk como miembro del batallón Aidar, un grupo al que Amnistía Internacional ha acusado de crímenes de guerra, incluyendo secuestros y “posibles ejecuciones”. Desde entonces, el grupo, parcialmente financiado por Kolomoisky, se ha integrado en el 24º Batallón de Asalto del ejército.

Volynets dice que fue a la guerra sin más equipamiento que dos granadas, hasta que se hizo con un rifle en la batalla. “Los voluntarios vienen con lo que tienen: algunos con rifles o pistolas improvisadas. Solo un 20% tenía armas”, dice en una entrevista vía Skype. Pero los voluntarios, dice, compensan la falta de equipamiento y entrenamiento con adrenalina y patriotismo. “Su moral es alta, están dispuestos a luchar”. Volynets asegura no tener duda alguna de haber estado luchando contra bien entrenadas tropas rusas (“por sus tácticas”). Pide a Canadá y a otros gobiernos occidentales que envíen armas al Ejército Ucraniano y a los batallones voluntarios. Dice que planea regresar pronto al frente, con alguna compañía, espera. “Creo que volveré con un grupo de canadienses. Eso estaría bien, porque es una lucha por la democracia. Creo que las sociedades occidentales tienen que luchar por lo que tienen, porque Putin no va a parar”.

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