domingo, 8 de diciembre de 2013

Tesorería del Partido Revolucionario Cubano: honradez y transparencia

Estrategia martiana para sufragar la preparación de la guerra independentista
Por: IBRAHIM HIDALGO*


Desde la fundación del Partido Revolucionario Cubano el 10 de abril de 1892, comenzaron a aplicarse de modo sistemático los Estatutos secretosque regirían su vida interna. En este documento se establecieron los deberes de los clubes, de los Cuerpos de Consejo, del Delegado y el Tesorero con respecto a los fondos de acción y de guerra, su formación, incremento, control, y la rendición de cuentas de su estado a los contribuyentes.
En los primeros meses de aquel año, las contribuciones se caracterizaron por su precariedad, lo que determinó la emisión por Martí de múltiples comunicaciones a las organizaciones de base, hasta lograr la estabilidad del envío de recursos al Tesorero,Benjamín J. Guerra, quien se caracterizó por su honradez, así como por el rigor en el control de los fondos de la organización revolucionaria. Fue un ejemplo de proceder ético en el cumplimiento de sus funciones, que debe ser imitado por quienes desempeñen labores similares.

A pesar de la escasez de dinero disponible para la enorme tarea de organizar la contienda, el Delegado trazó lo que podemos denominar la estrategia para sufragar la preparación de la guerra independentista.En esos momentos la Isla no se hallaba suficientemente preparada para la gesta, pero él manifestó su convicción de que, “si consiguiésemos en seis meses, agitados por una propaganda recia y graduada en el país, los medios suficientes para la guerra, podíamos intentarla con éxito,–podíamos vencer, por fin”.


Economía digna

Su objetivo inmediato sería guiar las fuerzas patrióticas para, de modo natural, sin ostentación, eludiendo todo apresuramiento innecesario, reunir “los recursos de la guerra antes de que nos la puedan copar los españoles”. En todo momento la dirección revolucionaria debía ajustarse a los fondos reales, a los recursos seguros, sin contraer deudas comprometedoras, “lo que nos […tendría] después de limosneros”. De este modo se evitaría el primer escollo, “que sería el no inspirar respeto, por la excesiva dependencia” de sectores a los que habría que acudir; pero más adelante, y de modo sutil, sin mostrar impaciencia, “se va más lejos con un poco de economía digna y forzosa”.

En este punto señaló el aspecto medular de la estrategia: “Mejor es ponernos en condiciones que nos ofrezcan, que mostrar, acelerando gastos cuantiosos, la penuria de que nos han de salvar los mismos que la harán mayor en cuanto crean que los necesitamos para salvarnos de ella”. Las contribuciones recibidas hasta entonces, escasas pero constantes, permitirían ascender a un escaño más alto en la realización de los preparativos insurreccionales dentro y fuera de la Isla y, luego, cuando “podamos movernos con desahogo, haremos lo que no debemos aún intentar hoy”.

Se acudiría entonces a los acaudalados, con las evidencias de que las mayores amenazas para sus intereses no se hallaban en la guerra inevitable, sino en la permanencia del colonialismo, cuyos impuestos y restricciones a las labores económicas solo beneficiaban a la poderosa oligarquía hispano-cubana.

Además, se darían muestras de la capacidad organizativa y movilizadora del Partido con el logro de la unidad de las fuerzas patrióticas, la adhesión a la obra improrrogable de las más connotadas personalidades civiles y militares de la Revolución pasada, en medio del proceso de consolidación de la parte fundamental de la obra.

Cuando esos requisitos se hubieran alcanzado, dijo, “les tocaremos a las puertas; pero aún estamos viendo, con verdadera dificultad, cómo le buscamos a cada uno el llamador que le pueda hacer responder”. En igual sentido se pronunció con respecto a los pueblos de nuestra América, a los que se acudiría en el momento adecuado: “Grande y constante es el socorro que el Delegado espera abrir en los pueblos americanos; pero antes de tentarlo, hemos de demostrar que lo merecemos”.

Cuba entera

No había llegado el momento, pero en los inicios de 1892, y hasta la fecha en que escribía esas líneas, la situación económica en Cuba y en los Estados Unidos se tornaba favorable para que determinados sectores de las clases adineradas en la Isla, y algunos de los grupos empresariales en las emigraciones, comprendieran los perjuicios de la continuación del régimen colonialista español y contribuyeran a su eliminación, pues era imposible modificarlo a su favor, como demostraban los últimos años de gestiones pacíficas infructuosas. Diversos sucesos en la mayor de las Antillas así lo indicaban.

Los antecedentes más cercanos se hallaban en la firma del tratado de reciprocidad entre Madrid y Washington a mediados de 1891, conocido como el “arreglo comercial”. Su consecuencia inmediata había sido el alza de la producción azucarera cubana de medio millón a un millón de toneladas en el período 1890-1894. Aparentemente, se había obtenido un éxito para todo el país, pero los grandes beneficiarios fueron solo los miembros del sector azucarero, pues entre los tabaqueros hubo, provocada por los monopolios yanquis de su industria, una notable disminución de la exportación del tabaco torcido en beneficio del vendido en rama. Las grandes masas de trabajadores vieron disminuir los empleos y desarrollarse la pobreza.

La situación era de tal gravedad que en su impugnación a la ley de presupuesto presentada por el ministro Romero Robledo el 28 de marzo de 1892, el diputado a Cortes por los autonomistas, Rafael María de Labra, expresó: “No es el Partido Autonomista, no es el Partido Conservador, no son los partidos políticos los que protestan. No, es Cuba entera, es el rico, como el pobre, el grande y el chico, es una protesta general”.

Otra conclusión resultaba alarmante para los independentistas: se evidenció que los beneficiosos resultados del acuerdo entre ambas naciones no provenían de las decisiones de España, sino de las fijadas por los Estados Unidos, cuya clase dominante, de acuerdo exclusivamente con su conveniencia, incidía sobre la economía de la Isla. El anexionismo se fortaleció. En aquel país ganaba terreno la idea de apoderarse de Cuba.

Tan complejas circunstancias históricas determinaron que el Partido Revolucionario Cubano, a la vez que preparaba la guerra anticolonialista, librara una lucha ideológica contra toda solución ajena a la independencia absoluta. El enfrentamiento era previsible e inevitable, pero debía aplazarse hasta lograr la unidad de los revolucionarios y la consolidación de la nación cubana.

Sentimientos y aspiraciones comunes

El primer paso estaba dado: la organización martiana aglutinaba las fuerzas patrióticas y organizaba la guerra necesaria. Para incrementar los recursos debían desplegarse las iniciativas de quienes anteponían los intereses de la patria a los suyos. Martí lo expresó en Patria: “¿Que cómo se allegan fondos para la guerra inevitable? Primero, con la fe, hoy honda, en que no se han de malgastar y luego, con el ingenio de cada uno, libre y nuevo”.

En el empeño común se unieron los que entregaban veinticinco centavos o un peso de modo anónimo; quienes donaron un reloj o un cuadro para ser rifados, y cuyo producto se destinaría a los fondos de acción; o los músicos que ofrecerían conciertos con la finalidad de recaudar dinero, u organizaban bailes con igual destino; quien propuso a cada obrero donar un tabaco diario, torcido con el material ahorrado, y entregar el resultado de la venta al tesoro común; el industrial de Filadelfia, dueño de un taller donde trabajaban doscientos hombres y mujeres, que organizaba una excursión con sus empleados para ceder los beneficios del paseo.

Ante esa movilización, Martí señala: “no rehúye el cubano acaudalado trabajar por su patria con el cubano pobre”, pues no formaba parte de “una oligarquía disimulada y senil, de características literarias”, desconocedora del país, y solo pendiente de sus ambiciones e intereses, sino del sector patriótico de los propietarios radicados en el extranjero.

Con esa acertada estrategia, el Delegado y los patriotas que lo seguían y apoyaban continuaron la obra emprendida. La confianza de los afiliados al Partido en la honradez de sus dirigentes quedó expresada en la declaración de la secretaria del club Mercedes Varona: “En el seno del Partido Revolucionario Cubano no hay explotados ni explotadores”, sino personas ligadas por sentimientos y aspiraciones comunes que trabajan “para dar el fruto de sus economías […] al logro de la redención de Cuba y Puerto Rico”. Idea semejante fue ratificada en otro artículo publicado en Patria, donde se afirmaba que entre los miles de afiliados “no se encuentra un solo parásito”, ni “uno solo que viva del partido”: “viven para la causa”.

Principio cenital

Hacia marzo de 1893, Martí considera que “la época de preparación y tanteo de opiniones” está cerrada, y “el período de ensayo ha pasado”. Se iniciaba una nueva etapa, enfrentados a una situación que requería la preparación suficiente para contener a algunos patriotas inquietos y a la vez estar listos para ayudar a quienes se vieran precisados a pasar a la acción sin suficientes elementos con que combatir al enemigo. Con ambos propósitos la Delegación inició entre los emigrados un plan de recaudaciones con que alcanzar en breve plazo la suma requerida para comenzar la guerra.

El monto necesario era alto, y desde el primer párrafo de su comunicación a los posibles donantes el Apóstol estableció ciertas garantías, con el objetivo de asegurar la confianza en el destino de lo recaudado. La suma, en su totalidad, sería empleada estrictamente “en armas, pertrechos, barcos y atenciones expedicionarias”, y en cada caso se entregarían los fondos luego de comprobar la veracidad del gasto. Así se ponía en práctica un principio cenital de la Revolución: “Estamos fundando una república honrada, y podemos y debemos dar el ejemplo de la más rigurosa transparencia y economía”.

Las rendiciones de cuenta al pueblo emigrado, en las que aparecen consignados minuciosamente los aportes y los gastos, incrementaron la confianza en los dirigentes del Partido, quienes no ocultaban la proyección popular de una gesta de la cual se autoexcluían los beneficiarios de la dominación española, los sectores de la burguesía colonial intermediaria, la burguesía productora de azúcar para la exportación, más interesada que otros en el establecimiento de la dominación yanqui sobre la Isla.

Era evidente que la Revolución martiana se enfrentaba a las apetencias imperiales del Norte y sus representantes en la Isla.

En contraste con esta oligarquía cubano-española, los dueños de tabaquerías radicados en los Estados Unidos apoyaban el proyecto independentista. Sin ignorar sus motivaciones patrióticas, debe tenerse presente que sus intereses económicos y políticos estaban siendo dañados por el régimen colonial español, y a la vez eran amenazados por el avance de los trusts tabacaleros norteamericanos que se expandían y en plazo no determinado podrían absorberlos. Objetivamente deseaban eludir la dependencia y fomentar la producción y el mercado para beneficio propio, no del extranjero. Como había dicho Martí, la Revolución se haría también “para dar suelo propio y permanente a las industrias cubanas”.


Presente y futuro de la nación

Pero ese era un sector minoritario. Las fuentes principales de sustentación del Partido se hallaban en las masas populares, agrupadas en la generalidad de los clubes y en los talleres de las tabaquerías, donde se realizaban colectas, y en los cuales se aportaba el Día de la Patria cada mes, para los fondos de la Tesorería. Del total recaudado desde 1892 hasta el 23 de febrero de 1895 ($73 390.89), a dichas fuentes seguras y constantes correspondió un total de $55 029, el 74.98 por ciento. Estas fuerzas garantizaron el inicio de la guerra.

Lo hizo posible la política consecuente de Martí, quien predicaba con el ejemplo de honradez, modestia y austeridad: procedía y vivía con lo que él mismo llamaba “la transparencia y la humildad de los apóstoles”. Un político verdaderamente consagrado a su pueblo, convencido de su misión de servir a este, sin aspiraciones de poder absoluto u obediencia irracional, ni de enriquecimiento personal, entendía que “la base de la república de mañana […] está en la responsabilidad y publicidad de los actos de los Delegados del pueblo”.

Así procedía quien no medraba a costa de la patria, sino que se empeñaba en engrandecerla, lo que solo era posible mediante la emancipación humana, gestada en medio del respeto a los derechos de cada ciudadano: “Así se funda la patria. Yo no le tengo miedo a nuestra República”. Otros podrían alarmase ante el juicio de sus compatriotas, pero no quien levantaba día a día cada elemento que posibilitaba la formación y las prácticas democráticas, para el presente y el futuro de la nación.
* Su trayectoria como investigador en el Centro de Estudios Martianos la avalan diversos libros.

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