A principios de 1980, el asesinato de una joven militante estudiantil conmocionaba a la sociedad española. Yolanda González Martín, estudiante de 19 años era asesinada por un grupo ultraderechista adscrito a Fuerza Nueva.El pasado mes de febrero los medios de comunicación localizaban a Emilio Hellín Moro, uno de los responsables directo del asesinato, trabajando a sueldo para las Fuerzas de Seguridad del Estado. La indudable conexión entre grupos paramilitares y las FSE quedan patentes también en el caso de este criminal fascista.
A continuación reproducimos literalmente los artículos publicados por José María Irujo.
Un excriminal de la ultraderecha condenado a 43
años por asesinato trabaja para los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado en
casos judicializados y forma a sus agentes en técnicas forenses de espionaje y
rastreo informático.
—¿Emilio
Hellín Moro?
—Yo
soy Luis Enrique Hellín…
—Perdone,
pero ¿no es usted Emilio Hellín, el autor del asesinato de Yolanda González, la
joven de 19 años que murió en 1980?
—No…
Emilio Hellín murió hace tres o cuatro años… Somos familia.
—No
sabía que tuviera un hermano llamado Luis Enrique.
—Es
una historia complicada porque somos hijos de la misma madre, pero de distinto
padre. Luego juntamos los apellidos… ¿Sabe? Líos de familia que prefiero no
comentar.
—¡Se
parecen ustedes muchísimo! ¡Y los dos eran informáticos! Usted se ha cambiado
el apellido y aparece su currículo en Linkedin [web de contactos profesionales]
como Luis Enrique Helling. Se ha añadido una g al apellido.
—Es
que nuestro abuelo era de origen inglés.
—¿Sabe
de qué murió Emilio? ¿Dónde puedo localizar a su familia?
—No
lo sé.
—¿De
qué pueblo son ustedes? ¿Puede enseñarme su DNI para demostrar que no es usted
Emilio Hellín?
—La
conversación ha terminado…
Luis
Enrique Hellín Moro, de 63 años, es un tipo alto y corpulento, tiene una frente
despejada y pelo blanco en las sienes. No rehúye la mirada y habla con aparente
calma y frialdad. Viste una camisa de lana clásica de cuadros, pantalón de pana beige y zapatos marrones. De su cuello
cuelgan unas pequeñas gafas graduadas. El encuentro con el periodista tiene
lugar en la oficina de su empresa, New Technology Forensics, especializada en
peritaje criminal, en una tranquila calle en el barrio madrileño de San Isidro,
frente a un colegio público. El local, de tres alturas, es una desordenada
oficina de 30
metros cuadrados repleta de ordenadores y teléfonos
móviles, la especialidad de este técnico superior de sistemas de
telecomunicaciones e informáticos. Junto a la puerta blindada de hierro,
siempre cerrada, un cartel exhibe su nombre y el de dos de sus colaboradores,
uno de ellos apellidado Hellín Asensio. Emilio Hellín estaba casado con María
del Carmen Asensio.
En el departamento de defunciones del Registro Civil de Madrid, en el número 66 de la calle
de Pradillo, no consta el presunto óbito de Emilio Hellín Moro, el militante de Fuerza Nueva —partido
de extrema derecha que dirigía Blas Piñar— que protagonizó en 1980 uno de los
asesinatos más brutales de la
Transición ; tampoco la Dirección General
de la Policía
ha expedido en los últimos años ningún carné de identidad a su nombre. Sí lo ha
hecho, en cambio, a nombre de Luis Enrique Hellín Moro, el experto informático
que niega ser el excriminal pese a su extraordinario parecido físico.
Emilio Hellín Moro, condenado a 43 años de
cárcel por el asesinato en Madrid de
Yolanda González Martín,
una joven militante del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), ha cambiado su
nombre por el de Luis Enrique, según ha comprobado ELPAÍS en su acta de
nacimiento, depositada en el Registro Civil de Torre de Miguel Sesmero, un
pueblo de unos 1.200 habitantes en Badajoz. El cambio se oficializó hace 16
años, el 25 de enero de 1996, en virtud de un auto dictado por el Registro
Civil de Madrid en el expediente 402/95. Desde entonces, este es su secreto
mejor guardado.
Con
este cambio de nombre que permite la ley “si se demuestra una causa justa y no
perjudica a terceras personas” el ultra Hellín Moro disfrazó su pasado criminal
poco después de cumplir condena —permaneció entre rejas 14 años, con el
paréntesis de una espectacular fuga a
Paraguay—, de los 30 de pena máxima que contemplaba el Código Penal.
Y al salir de la cárcel de Jaén 2 se construyó una nueva vida centrada
precisamente en el mundo de la investigación criminal y judicial, un escenario
del que él mismo fue protagonista estelar después de secuestrar a Yolanda
González en su casa de Madrid y descerrajarle dos tiros en la cabeza en un
descampado con el argumento de que ella era miembro de ETA, una falsedad.
El nuevo Luis Enrique Hellín Moro es ahora uno
de los principales asesores del Servicio de Criminalística de laGuardia Civil, participa en investigaciones
judicializadas sobre terrorismo y delincuencia, imparte cursos de formación a
agentes de este cuerpo, de la Policía Nacional, elMinisterio de Defensa, Ertzaintza yMossos d’Esquadra, da conferencias a miembros
de las Fuerzas y Cuerpos de la
Seguridad del Estado en organismos oficiales y cobra por sus
servicios del Ministerio del Interior, según ha comprobado este periódico.
También asiste como perito a la Audiencia Nacional y a numerosos juzgados de
distintas ciudades españolas. Su especialidad es el rastreo de pruebas en
teléfonos móviles, ordenadores y dispositivos digitales que han intervenido en
actos terroristas, crímenes, homicidios, secuestros, delitos económicos,
financieros o informáticos, según consta en su currículo y confirman varias
fuentes oficiales y judiciales. Jamás confiesa que el hábil y frío experto en
telecomunicaciones, teléfonos espías, localización de llamadas, intervención de
comunicaciones, recuperación de SMS o móviles activadores de explosivos es, en
realidad, el ultra que a los 33 años, casado y con tres hijos, dio “un paseo a
Yolanda González por una España grande, libre y única”, tal y como reivindicó
el asesinato el Batallón Vasco Español,
antecesor de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Desde su
aparición, el 24 de mayo de 1978, los comandos paralelos del Batallón Vasco
Español asesinaron a 12 personas en atentados dentro y fuera de España. La
diferencia entre este y otros crímenes del grupo parapolicial es que la víctima
no tenía nada que ver con ETA.
El comandante Ramón García Jiménez, exdirector
del departamento de ingeniería, electrónica e informática del Servicio de
Criminalística de la
Guardia Civil , explica así el trabajo de Hellín para este
Cuerpo: “Nos asesoraba en cómo resolver y orientar algunos casos forenses.
Nosotros no abarcamos todos los campos. Le pedíamos apoyo sobre cómo rescatar
información de teléfonos móviles en casos judicializados que estaban bajo
nuestra custodia y control. También colaboraba, y me imagino que sigue
colaborando, en la formación de nuestros hombres. Es uno de los técnicos
civiles más formados y va más adelantado en determinados campos de
investigación”.
¿Sabe
usted algo del pasado de este colaborador? “No conozco el pasado de este señor,
solo sé que ha respondido siempre a todo lo que le hemos pedido”, responde el
comandante García, destinado en el Ministerio del Interior.
El
renacido Luis Enrique Hellín participó en 2008 en un seminario sobre nuevas
tecnologías en la lucha contra el delito del Instituto Universitario de
Investigación en Ciencias Policiales (IUICP) que dirigía José Antonio García
Sánchez-Molero, subdirector del organismo y entonces coronel jefe del Servicio
de Criminalística de la
Guardia Civil. Virginia Galero, directora del IUICP, asegura
que a Hellín se le invitó por “su especialidad”, y añade que el curso perseguía
mejorar los medios de la policía científica y del servicio de criminalística de
la Guardia Civil.
Este instituto mixto depende de la Universidad de Alcalá y de la Secretaría de Estado
para la Seguridad
del Ministerio del Interior.
El coordinador de este seminario y subdirector
del IUICP, José Miguel Otero, comisario jefe de la Unidad central de
Investigación Científica y Técnica de la Comisaría General
de Policía Científica, asegura no conocer a Hellín y afirma no recordarlo.
“Vendría invitado por otros miembros del instituto”, dice. Junto a Hellín
participaron también en la formación de policías y guardias civiles el juez Eloy Velasco,
hoy en la Audiencia
Nacional , y Matías Bevilaqua, un informático detenido
recientemente e imputado en la trama de compra y venta de datos confidenciales
desarticulada por la policía en la que hay implicados varios detectives. Elhacker asegura
que aquel programa fue “del más alto nivel” y apostilla que la empresa de
Hellín trabaja “muy bien”. El exconvicto ha impartido numerosos cursos y
talleres de formación en la Dirección General de la Guardia Civil sobre
“teléfonos espías”, obtención de evidencias en Mac, iPhone e iPod, e
interpretación de datos binarios obtenidos de teléfonos móviles. Su último
trabajo conocido es el rastreo de llamadas en el casoJosé Bretón, los dos niños supuestamente asesinados
por su padre en Córdoba.
El asesinato de Yolanda González en 1980
conmocionó a todo el país. La joven nació en Deusto (Vizcaya) en el seno de una familia
trabajadora. Era la mayor de tres hermanos y obtenía notas brillantes en el
colegio público donde estudió el bachiller. A los 16 años se afilió a las
juventudes socialistas. Comprometida con sus ideas repartía de madrugada
propaganda revolucionaria a las puertas de fábricas como en las que trabajaba
su padre, un emigrante burgalés y soldador metalúrgico en Nife.
Del cuello de Yolanda colgaba una cruz Lauburu
regalada por el comité de empresa de una factoría vasca. A los 18 años se
trasladó a Madrid para
estudiar electrónica en el centro de Formación Profesional de Vallecas. Vivía
en un modesto piso en la calle del Tembleque, en el barrio de Aluche, y
limpiaba casas particulares para no pedir ayuda a sus padres. “Era una persona
lista, con una gran fuerza vital y entusiasta de las cosas y las personas.
Siempre pensando en ayudar a los demás”, recuerda ahora Alejandro Arizcun, de
61 años, su novio de entonces y hoy profesor de Historia de la Economía en una
universidad pública.
La
vida de Yolanda en Madrid giraba entre sus clases en Vallecas, su trabajo de
limpiadora y la sede del PST, una escisión del PSOE. Durante la segunda
quincena de enero de 1980 participó en una huelga general de enseñanza, según
reflejan fotografías en las que aparece a la cabeza de las manifestaciones
estudiantiles. El viernes 1 de febrero de 1980, los militantes de Fuerza Nueva
Emilio Hellín Moro e Ignacio Abad Velázquez, estudiante de Químicas, se
presentaron en el domicilio de Yolanda, en el número 101 de Tembleque, con la
intención de secuestrarla e interrogarla. No estaba, por lo que volvieron sobre
las doce de la noche. En la calle contaban con el apoyo de otros dos militantes
de Fuerza Nueva, Félix Pérez Ajero y José Ricardo Prieto, y del policía
nacional Juan Carlos Rodas, que les aguardaban en un turismo. La joven intentó
impedirles el paso, pero no lo logró. La redujeron con violencia, registraron
el piso y la obligaron a acompañarles hasta el coche de Hellín. Se dirigieron
por la carretera de Alcorcón hacia San Martín de Valdeiglesias, a las afueras
de Madrid. En el trayecto, gritos, insultos y preguntas sobre un supuesto
comando de ETA que no existía salvo en la imaginación de los dos matones.
Acusaciones a las que Yolanda, que acababa de cumplir 19 años, no podía
responder. En un descampado frío y solitario, Hellín obligó a la joven a
descender de su coche y le disparó dos tiros en la cabeza a menos de un metro
de distancia. Abad, de orden de Emilio, la remató en el suelo. Su disparo
impactó en un brazo. “Cuando vi caer a Yolanda, quedé atontado y no me di
cuenta de que disparaba”, relató el primero a preguntas del fiscal durante la
celebración del juicio. La versión de Abad, en la que implicó a su compañero y
dio todo lujo de detalles sobre el secuestro y asesinato, fue idéntica a la del
fiscal.
Días después, el agente que colaboró en el
crimen confesó el asesinato al comisario Francisco de Asís. Hellín descansaba
en Vitoria alojado en la casa de un amigo, inspector de policía. El ultra se
jactaba de sus contactos en la Brigada Operativa de la policía. Además, tenía un
hermano en la Guardia
Civil , y entonces los vínculos entre miembros de la ultraderecha y
los sectores más reaccionarios de las Fuerzas de Seguridad del Estado eran
frecuentes.
El
7 de febrero, Hellín y Abad fueron detenidos y confesaron el asesinato. Ambos
aseguraron que lo hicieron en venganza por el asesinato de seis guardias
civiles en el País Vasco y porque sospechaban que Yolanda militaba en ETA. En
el registro de la escuela de electrónica de Emilio, en la que impartía clases
desde hacía 11 años, en el número 1 de la calle de San Roque, se descubrió un
arsenal de armas y explosivos. Con una gran antena, un Scanner VHF y un
receptor captaban las emisoras de la policía y de la Guardia Civil. Era
el material del denominado Grupo 41 de Fuerza Nueva, que dirigía Hellín,
destinado a otros atentados.
Hellín no se resignó a cumplir los 43 años de
condena (asesinato con alevosía, delito de depósito de armas y seis delitos de
falsificación de documentos de identidad). Meses después de su ingreso en
prisión preventiva se escapó de la cárcel de Alcalá de Henares en compañía de
10 presos comunes, aunque fue detenido horas después. Fue clasificado como
interno especialmente peligroso y trasladado a Herrera de la Mancha , la cárcel más
segura del país. Pero no cejó en su empeño y lo intentó de nuevo cuando le
llevaron a la prisión de Cartagena, y lo logró al aprovechar un polémico
permiso de seis días de libertad concedido el 20 de febrero de 1987 por el juez
de vigilancia penitenciaria de Valladolid José Donato cuando estaba en la
cárcel de Zamora. Hellín huyó a Paraguay con su mujer y sus tres hijos. Y de
nuevo volvió a su pasión: la informática y la inteligencia. Creó el Centro de
Estudios Profesionales de Asunción, dedicado a las clases de informática, y
trabajó para los servicios secretos policiales y militares paraguayos formando
a agentes en la instalación de micrófonos y rastreo de llamadas. Cambiaba de
domicilio y utilizaba solo su segundo apellido hasta que fue descubierto por un
reportero de la revista Interviúque denunció su paradero. En
julio de 1989, la Interpol lo detuvo y el 21 de septiembre de
1990 fue entregado a España y devuelto a su celda de la prisión de Zamora. Su
aventura en Paraguay bajo la protección del régimen de Alfredo
Stroessner duró tres
años. El dictador había invitado a su toma de posesión en Asunción a Blas
Piñar, dirigente de Fuerza Nueva, y a León Cordón, entre otros ultras.
Los padres y hermanos de Yolanda González
ignoraban la nueva vida del asesino de su hija. Eugenio tiene 79 años y Lidia,
72. Siguen viviendo en Deusto y no han conseguido olvidar. Asier, de 39 años,
el hermano pequeño, no oculta su malestar. “Estoy perplejo. Es indignante que
este hombre realice esa actividad. No sé si se habrá arrepentido; todo el mundo
tiene derecho a una nueva oportunidad, pero, si lo hace con una nueva
identidad, solo ratifica el tipo de personaje que es. Está claro que en este
país las personas vinculadas a la extrema derecha gozan de privilegios”.
Alejandro Arizcun, el novio de Yolanda, responde atónito con una palabra:
“Tremendo”. Y añade: “Lo que usted me cuenta demuestra los lazos que Hellín
tenía entonces con los cuerpos policiales y que todavía mantiene vivos. Nunca
se investigó a fondo la implicación de algunos policías en el asesinato”.
Tras
la visita del periodista a su oficina en Madrid, Luis Enrique Hellín ha
suprimido de su biografía en Linkedin la g de su “abuelo inglés”. En su
currículo de perito todavía queda una huella muy profunda de su oscuro pasado:
asesor en telecomunicaciones e informática (1988-1989) del comandante en jefe
de Estado Mayor del Ejército y del director general de la Policía Nacional
de Paraguay. ¿Nadie en la
Guardia Civil y la policía sabe quién es este experto forense
informático que colabora en investigaciones criminales y forma a agentes de las
Fuerzas y Cuerpos de la
Seguridad del Estado?
La sombra de Fuerza Nueva
J.M.I.
David Martínez Loza,
guardia civil en excedencia y jefe de seguridad de Fuerza Nueva, fue la persona
que ordenó el arresto, interrogatorio y ejecución de la joven Yolanda González,
de 19 años, según aseguró al tribunal Emilio Hellín Moro, el autor material del
asesinato, durante el juicio en la Audiencia Nacional.
Hellín señaló que nada más ser detenido se había confesado autor porque le
habían pedido que cargara con toda la culpa y que le ayudarían. “La propia
policía me dijo que no merecía la pena implicar a más personas”. Hellín aseguró
que la ayuda de su partido, del que fue expulsado tras el asesinato, nunca
llegó. Cuando el fiscal le preguntó quién dio la orden de secuestrar a Yolanda,
el ultra respondió:
David Martínez Loza. Hellín implicó a dirigentes de Fuerza Nueva, así como a
funcionarios de policía, pero Ignacio Abad, el otro autor material, descargó
sobre él toda la responsabilidad. Martínez Loza fue condenado solo por
inducción a secuestro. “No se quiso tirar del hilo y buscar la implicación de
policías en el secuestro de mi hermana. Las conexiones de Hellín y de Fuerza
Nueva con la policía eran escandalosas”, recuerda ahora Asier, de 39 años,
hermano de la víctima. “No se investigó la implicación de Fuerza Nueva”, se
lamenta también Alejandro Arizcun, de 61 años, el novio de Yolanda.
Alfonso Guerra,
entonces diputado socialista, afirmó que los minicomputadores PET 201 que
utilizaba Hellín eran usados como terminales de conexión telefónica con un
ordenador que la Guardia
Civil tenía en un chalet camuflado en la colonia de El Viso,
en el centro de Madrid, donde operaba un capitán adscrito al servicio de
información del citado cuerpo.
Interior admite que contrató al ultra que mató a la estudiante Yolanda en 1980
Francisco Martínez, secretario de Estado de Seguridad, reconoció este lunes que la Dirección General de Policía y la Guardia Civil han contratado a la empresa de Emilio Hellín Moro, el militante de Fuerza Nueva que en 1980 asesinó a la estudiante Yolanda González, de 19 años, uno de los crímenes más brutales de la Transición.
A pregunta de los periodistas, Martínez afirmó que el Ministerio del Interior ha contratado los servicios del forense informático Hellín los años 2006, 2008, 2009, 2010 y 2011 para cursos de especialización a agentes de ambos cuerpos. El viceministro aseguró que “se va a investigar” y añadió que Hellín “es una persona más de la plantilla” de la empresa News Technology Forensics y que ya ha cumplido su pena. Los cursos fueron impartidos por el propio Hellín y la empresa la integran solo él y uno de sus hijos.
Mandos del Servicio de Criminalística de la Guardia Civil han confirmado que el asesino de Yolanda además de impartir cursos, seminarios y conferencias a los agentes de ese cuerpo y de la policía ha sido contratado para investigaciones judicializadas en casos de terrorismo y crimen organizado. Su especialidad es la recuperación de información de teléfonos móviles, entre otras materias.
ERC pide explicaciones
Martínez asegura que los contratos del Ministerio Interior con Hellín fueron “de manera ordinaria”, en virtud de los términos habituales y que se trata de una empresa “muy reconocida en temas forenses”. Fuentes no oficiales de la Guardia Civil afirman que en 2012 el ultraderechista ha seguido colaborando con el instituto armado. Los diputados de ERC en el Congreso solicitaron ayer la comparecencia del ministro del Interior,Jorge Fernández, para que explique las relaciones de las fuerzas de seguridad del Estado con Hellín.
Emilio Hellín, condenado a 43 años de prisión, cumplió 14 y protagonizó una espectacular fuga a Paraguay, donde se refugió durante tres años bajo la protección del dictador Stroessner hasta ser extraditado. Según una investigación de EL PAÍS, en 1996 cambió su nombre por el de Luis Enrique, como refleja su acta de nacimiento. Desde entonces colabora y trabaja para la policía y la Guardia Civil en diferentes investigaciones. Ayer, desapareció su perfil en la web de Linkedin, en donde se presentaba como Luis Enrique Helling.
“¡Han matado a Yolanda!”
El novio y las amigas de la estudiante asesinada en 1980 por el ultra Emilio Hellín, hoy asesor de la Policía y la Guardia Civil, reconstruyen uno de los crímenes más brutales de la Transición
El modesto apartamento de 60 metros cuadrados —cocina, un pequeño salón y tres dormitorios— en el número 101 de la calle Tembleque, en el madrileño barrio de Aluche, estaba ordenado y las luces encendidas. Alejandro Arizcun, de 28 años, economista de la UGT, regresó pasadas las doce de la noche del viernes 1 de febrero de 1980. Ni Yolanda González Martín, su novia de 19 años, ni Mar Noguerol, la otra compañera de piso, estaban en casa. No le extrañó. Yolanda pertenecía a la coordinadora de enseñanza media y participaba en una huelga general. Creyó que estaría en alguna reunión o que dormía en casa de amigas.
El sábado día 2 Alejandro despertó solo y salió de su habitación. Su primer pensamiento fue para Yolanda, la estudiante a la que había conocido en agosto de 1978 durante una reunión política en un pueblo de Girona, la chica de enormes ojos marrones que a sus 17 años había dejado a sus padres y dos hermanos en Deusto (Vizcaya) para irse a vivir junto a él la aventura más intensa de su vida. “De pronto me alarmé porque sobre la mesa del salón vi su bolso, su cartera y su DNI. Pensé que estaba detenida porque era una activista estudiantil. Llamé a varias comisarías de policía y fui a los juzgados de Plaza de Castilla. Pregunté, pero nadie sabía nada. Por la tarde llamé a la sede del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y me dijeron que me pasara por allí”, recuerda ahora Arizcun, de 61 años, profesor de Economía en la Universidad Pública de Navarra.
Aquella mañana gris de febrero Mar Noguerol, de 19 años, estudiante de Económicas, la compañera de piso de Yolanda, también pensó que su amiga estaba detenida, también se fijó en el bolso sobre la mesita del salón, también se inquietó. Y recordó que la noche anterior las luces estaban encendidas. Salió de casa con dos chicos gallegos a los que habían invitado a pasar la noche y cuando regresaron a recoger sus cosas por temor a que les detuvieran también a ellos, se encontraron a varios policías de paisano registrando la vivienda. “Me llevaron a la Dirección General de Seguridad (DGS) con los dos chicos. Nos interrogaron durante varias horas preguntándonos si eramos de ETA. Que quiénes eramos, que en dónde militábamos... Un montón de policías distintos haciendo siempre las mismas preguntas. No entendíamos nada. Todo era una locura”.
En la sede del PST, el partido en el que militaba Yolanda, en el número 22 de la Gran Vía, en pleno centro deMadrid, decenas de militantes se preguntaban por el paradero de Yolanda. Entre ellas Rosa Torres, de 19 años, su mejor amiga. “A las seis y media de la tarde, el local estaba a rebosar. Participábamos en una lucha muy gorda, en pleno conflicto estudiantil, por lo que todos creímos que la habían detenido porque ella era miembro de la Coordinadora. Discutíamos sobre cómo continuar el conflicto. De pronto Mónica, la más veterana, una uruguaya que tendría unos 30 años, interrumpió la reunión y dijo: ‘Yolanda ha aparecido muerta’. Se cortó todo, la gente empezó a llorar. Mónica gritó: ‘Calma a todo el mundo”.
Alejandro Arizcun llegó caminando a la sede del PST. Le extrañó que hubiera tanta gente. Las miradas de algunos militantes y amigos se dirigieron hacia él, pero no supo interpretarlas. “Cuando entré me dijeron que la radio había informado que habían asesinado a Yolanda, que habían encontrado su cuerpo en una carretera. Se me hundió el mundo”. Muy cerca de allí, en la sede de la DGS, en la Puerta del Sol, uno de los policías que interrogaba a Mar Noguerol le espetó: “Han matado a tu amiga. Tienes que acompañarnos al Instituto Anatómico Forense a reconocer su cadáver”. “Me quedé sin habla, en estadoshock”, recuerda ahora Mar, su compañera de piso, de 52 años y madre de dos hijas.
Yolanda, la joven estudiante de electrónica en el centro de Formación Profesional de Vallecas, la chica de ojos color miel que encandilaba a todos por su fuerza y serenidad estaba allí, en la morgue del frío Instituto Anatómico Forense, en Atocha. De su cuello colgaba una cruz Lauburu regalada por el comité de empresa de una factoría vasca en reconocimiento a su lucha por los derechos de los trabajadores, de hombres y mujeres como su padre, un burgalés soldador metalúrgico en Nife que se trasladó con su familia a Deusto en busca de trabajo. La noche anterior los militantes de Fuerza Nueva Emilio Hellín Moro, de 33 años, e Ignacio Abad Velázquez, estudiante de Químicas, habían secuestrado a Yolanda en su piso de la calle Tembleque y la habían trasladado en coche hasta un descampado de San Martín de Valdeiglesias, a las afueras de Madrid. Allí, Hellín la obligó a bajar del vehículo y le disparó dos tiros en la cabeza a menos de un metro de distancia. Abad la remató y su disparo atravesó un brazo. El Batallón Vasco Español, antecesor de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), reivindicó el crimen. Desde su aparición en 1978 sus comandos habían asesinado dentro y fuera de España a 12 personas.
Mar Noguerol regresó a la DGS en la Puerta del Sol y siguió declarando durante horas. “Les conté toda nuestra trayectoria política y dejé bien claro que ninguno de nosotros, ni el PST tenía nada que ver con ETA. Estábamos radicalmente en contra de la violencia. Firmé mi declaración y regresé a la sede del partido en la Gran Vía. Era de noche. Recuerdo aquel día en color gris. Fue un día de horror. Fue algo inesperado para lo que no estábamos preparados”. Todos los amigos y compañeros de Yolanda estaban en el local de Gran Vía 22 preocupados, también, por Mar porque ignoraban que la policía la había llevado a declarar a la DGS. Todos sabían ya que Yolanda había sido asesinada, que había muerto sola.
Los militantes del PST, partido escindido del PSOE, creyeron que Yolanda no sería la única víctima. Días antes de su asesinato miembros de la ultraderecha habían matado a otro joven en Madrid y atacado con bates de béisbol a estudiantes que se manifestaban durante la huelga general de enseñanza. Arizcun, el novio de Yolanda, no regresó al piso de la calle Tembleque. Él no militaba en ningún partido, pero también se sintió objetivo. “Pensé que se había desatado una caza de brujas, que venían a por nosotros. Hablé con mis padres, que habían hablado conJuan José Rosón (entonces gobernador civil de Madrid) y dormí en casa de un amigo. Creía que vendrían también a por mí”.
Mar, la compañera de piso: la policía me dijo: tienes que venir a reconocer su cadáver. me quedé sin habla, en estado de shock"
Alfonso Arague, miembro también de la coordinadora de enseñanza, lo recuerda así: “Empezamos a tomar medidas. Sobre todo la gente que estaba en el ojo del huracán: no volver a casa, esconder papeles de la huelga”. En casa de Marta Cardaba, otra amiga de Yolanda y militante del PST, durmieron esa noche 20 personas: “Necesitábamos estar juntos y sentirnos apoyados. Estábamos muy asustados y tristes”. Rosa Torres apostilla: “Éramos muy jóvenes y necesitábamos arroparnos”.
En Deusto, en el domicilio de la familia de Yolanda, sus padres, Eugenio y Lidia, y sus hermanos Amaya, de 20 años, y Asier de 6, habían recibido la noticia horas antes de una forma insólita. “Un tío mío, hermano de mi padre, había oído la noticia por la radio y se presentó en casa para contárnoslo”, recuerda Asier, que sigue viviendo en el País Vasco al igual que sus padres, de 79 y 72 años respectivamente. Amaya reside ahora en Francia. Nadie de la Dirección General de la Policía contactó con ellos para comunicarles la tragedia. Sí lo hizo horas después el gobernador Rosón.
El velatorio se celebró el domingo por la tarde en la escuela de Vallecas donde estudiaba Yolanda. Duró toda la noche y acogió a miles de personas. Alejandro Arizcun conoció allí a los padres de su novia. “Los vi por primera vez”, recuerda. “Yolanda es vuestra, organizarlo todo como queráis nos dijo su madre. No nos cuestionaron nada, no nos recriminaron nada. Se adhirieron a lo que Yolanda había sido”, relata Mar, su compañera de piso. Marta Cardaba se ocupó de acompañar a la familia en aquellas horas. “¿Qué les podía decir yo si solo tenía 22 años? Tengo un recuerdo de una familia serena. Confiaban en nosotros. La unión fue total”, dice.
Rosa, su mejor amiga: "De pronto Mónica interrumpió la reunión y nos dijo: Yolanda ha aparecido muerta. Se cortó todo"
El lunes se celebró un funeral en la iglesia de Vallecas Dulce Nombre de María y luego una manifestación multitudinaria desde allí hasta el Centro de Formación Profesional, donde se colocó una placa en su recuerdo. Subidos en un templete, Alfredo Arague y Enrique del Olmo, secretario del PST, pronunciaron sus discursos. “Fue emotivo, emocionante y muy triste”, recuerda Enrique, de 60 años. Al día siguiente, martes, el cadáver de la joven de ojos color de miel regresó a Bilbao en un coche fúnebre, la tierra de la que salió dos años antes tras la estela de su novio y empujada por un sueño profundo y obsesivo que la movía desde los 16 años: luchar por un mundo mejor.
La respuesta estudiantil y sindical al asesinato de Yolanda González fue inmediata. El martes se convocó una asamblea en Industriales en la que se debatieron las movilizaciones. En las primeras filas y observándolo todo estaba Ignacio Abad Velázquez, el estudiante de Químicas y militante de Fuerza Nueva que había acompañado a Emilio Hellín, el tipo que remató a la joven cuando yacía en el descampado de San Martín de Valdeiglesias. El Batallón Vasco Español aseguró que su muerte era la respuesta al asesinato de seis guardias civiles en un atentado, pero la realidad es que Yolanda nunca tuvo nada que ver con la organización terrorista. “Era muy pacifista, siempre estuvo enfrentada a la lucha armada. Hasta su partido había hecho una condena expresa a la violencia de ETA”, recuerda su novio. Alejandro declaró en la DGS 48 horas después de la muerte de Yolanda y se fue dos semanas a casa de un familiar a Mallorca para no aparecer por el piso de Tembleque.
El 7 de febrero, seis días después del crimen, Enrique del Olmo, el secretario del PST, recibió una llamada del Gobierno Civil de Madrid. Rosón, el ministro del Interior, y el comisario Francisco de Asís querían verle. “Nos dijeron que el caso estaba resuelto. ‘Hemos detenido a los presuntos culpables’, dijo el comisario. Más tarde lo hicieron público, pero nos avisaron antes”. Rosa Torres, la amiga íntima de Yolanda, había recibido una llamada de la Policía en la tienda de muebles donde trabajaba en la madrileña calle del Capitán de Haya. “El agente me dijo: ‘ya no hace falta que venga a declarar porque tenemos detenidos’. Ese mismo día Hellín y Abad confesaron el asesinato. En el registro de la escuela de electrónica de Emilio, en el número 1 de la calle San Roque, se descubrió un arsenal de armas y explosivos. Era el material del Grupo 41 de Fuerza Nueva que dirigía Hellín y con el que preparaban otros atentados. Nunca se descubrió quién señaló a Yolanda como objetivo, aunque Alejandro, su novio, siempre sospechó que las actividades de Hellín como técnico en electrónica e informática tuvieron algo que ver con la escuela profesional de Vallecas donde la joven estudiaba electrónica. Hellín aseguró en el juicio que fue David Martínez Loza, ex guardia civil y jefe de seguridad de Fuerza Nueva, quién le ordenó secuestrar a Yolanda.
¿Por qué mataron a Yolanda? Su amiga Rosa Torres asegura tener una respuesta: “No la mataron porque sospecharan que era de ETA, la mataron para terminar con el movimiento estudiantil. Y lo cierto es que lo consiguieron porque hubo mucho miedo. Hellín fue solo una pieza, fue el que realizó el encargo. Estoy convencida. Ella tenía un proyecto en la cabeza, era trabajadora y muy responsable, era capaz de conseguir lo que quisiera. Pensaron que era peligrosa”. Mar, su compañera de piso, añade: Éramos producto de una época. Su asesinato fue uno de los coletazos del régimen. Veo un paralelismo con la situación que vivimos ahora”.
La investigación de EL PAÍS sobre la vida oculta de Emilio Hellín Moro, su cambio de nombre por Luis Enrique y sus trabajos de formación, informática forense y telecomunicaciones para el Servicio de Criminalística de la Guardia Civil, la Policía Nacional, la Ertzaina y los Mossos d’Esquadra han enfrentado de nuevo a los recuerdos a los amigos y familiares de Yolanda. Su novio lo explica así: “Durante años no he tenido respuestas a muchas preguntas. Durante un tiempo puse una barrera protectora, luego fueron fluyendo las emociones y los recuerdos. Esta revelación nos ha vuelto a enfrentar con la realidad de lo que ocurrió”. Amaya, la hermana mayor de Yolanda, asegura que conocer que el asesino— condenado a 43 años, de los que cumplió 14 incluyendo los 3 que pasó fugado en Paraguay— trabaja para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado es “otro balazo en su cuerpo” y “una puñalada en el corazón de su familia”.
Durante años algunos de los amigos que vivieron aquel gris fin de semana de febrero en el que asesinaron a Yolanda no hablaron del tema. Cada uno intentó seguir adelante a su manera. Mar puso a una de sus hijas el nombre de Lidia, el mismo de la madre de su compañera. Rosa, su mejor amiga, se refugió en una burbuja. “No podía dejar de pensar una y otra vez qué habría pasado si esa noche Yolanda no hubiera ido a casa”, confiesa ahora. Han pasado 33 años y todavía se hace esa pregunta
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