La
gran burguesía, conocedora mejor que nosotros de la situación que se avecinaba,
proyectó su futuro y se dispuso a sentar las bases para que sus empresas
(monopolios y multinacionales) estuviesen en condiciones de disputar el mercado
internacional que estaba siendo invadido por nuevos imperios -Brasil, Rusia,
India y China- aprovechando la recesión económica que atenazaba a la UE, EEUU y
Japón. La única manera posible que tenía de hacerlo en plena crisis era expoliando
a los trabajadores y reduciéndoles sus salarios para que les proporcionara
mayores cotas de plusvalía, privatizando empresas estatales con beneficios,
etc. Naturalmente, a la par y con
el objeto de neutralizar al máximo posible el rechazo que sin duda iban a
producir tales medidas en los trabajadores, arremetiendo contra todos sus
derechos.
Y
cuando decíamos que la guerra era total no nos equivocábamos; había que ser un
ignorante en política para no darse cuenta de ello pues sólo con estudiar a la
parte contraria ya era suficiente para ver que la correlación de fuerzas era
favorable a los capitalistas por amplia mayoría.
Con
todo a su favor, es decir, un gobierno de derecha dispuesto a todo, un
parlamento que en su totalidad defiende el sistema de producción burgués, con
un sindicalismo totalmente vendido y entregado durante años a favorecer los
intereses de la patronal y con una clase obrera huérfana de ideología y, por
supuesto, de líderes; por tanto, bajo las influencias del reformismo político,
la burguesía no lo dudó y comenzó a librar batallas que ganaba con facilidad
unas tras otras, sin resentirse lo más mínimo.
En
contra de nuestros análisis parece alzarse otra realidad distinta: las calles
están tomadas por continuas y masivas manifestaciones; no pasa un solo día sin
que se celebren cantidad de huelgas, esto unido a un ambiente popular en el que
se respira indignación e inquietud por la política económica que desarrolla el
gobierno de Rajoy.
Últimamente,
la manifestación independentista celebrada en Cataluña, la huelga general
llevada a cabo en el País Vasco, la masiva concentración de “ciudadanos” frente
a las Cortes, y la gran marcha de los jornaleros andaluces, son hechos que
pretenden evidenciar que en nuestro país se cuece algo gordo porque el pueblo
es imparable y ha tomado la decisión de frenar el curso de los acontecimientos
para darle un giro de 180º.
Con
todo ello, es casi seguro que Rajoy pierda las próximas elecciones ¿Y qué? No
importa nada en absoluto. Hablamos de cosas serias: el gran capital le ha
encomendado una misión concreta que tiene que cumplir cueste lo que cueste,
porque en el hipotético caso de que perdiese las elecciones nada ni nadie va a
modificar un palmo las medidas que ha impuesto. En el capitalismo es demasiado fácil
imponer y aplicar medidas antiobreras, pues todos los llamados representantes
del pueblo defienden, de una u otra forma, el capitalismo. Lo que les separan
son sólo matices, pero no la esencia y ésta es la culpable de la crisis; sin
embargo, cuesta años, palizas en las calles, sangre y cárceles cualquier
conquista que alcance la clase obrera, porque está sola frente a todos. Además
¿quién o quiénes iban a restituir, al menos, la situación anterior? ¿El PSOE,
IU, CCOO, UGT? Imposible, han tenido tiempo y oportunidades para ello y no lo
han hecho porque están en la misma dinámica, es decir, girando sobre los
efectos de los problemas sin atentar contra las raíces. Peor aún, las empresas
que regenta el PSOE -bien a niveles institucionales, bien en el área de lo
particular- son las primeras que han llevado a efecto los recortes, las
primeras que han aplicado la reforma laboral, las primeras que niegan a sus
trabajadores convenios colectivos, etc. Lo mismo ocurre con CCOO y UGT que,
convertidas en auténticas organizaciones empresariales, aplican ERE que incluso
devienen en condiciones más duras para sus trabajadores. En cuanto a IU, ha
demostrado en varias comunidades, allá donde ha gobernado y gobierna, que sus
proyectos se confunden con los de la derecha. IU carece de ideología definida,
es un auténtico reino de taifas cuya preocupación fundamental es acomodarse en
las elecciones estatales -autonómicas o municipales-, y mamar del estado capitalista, aunque
para ello tenga que pactar con el diablo. Y por último, cabe decir que todas las reivindicaciones
políticas -reforma agraria, autodeterminación, referéndum por los recortes,
etc.- no rebasan el marco del
sistema capitalista.
Para
nosotros -más allá de la realidad y debajo de las manifestaciones, concentraciones,
marchas y huelgas- el mundo concebido y planificado por el gran capital europeo
y norteamericano desde hace ya varios años se está forjando con cimientos que
parecen inamovibles.
Las
grandes empresas que niegan convenios a sus trabajadores, a la vez que reforman
sus plantillas a su antojo, están, sin embargo, invirtiendo miles de millones
de euros en el extranjero. Y por otro lado, se está modelando un movimiento
obrero según conviene al gran capital. Después de 7 años no hay una sola
batalla que haya ganado la clase obrera. Las reformas y recortes se llevan a
cabo sin rectificación alguna. ¿Por qué? Sencillamente porque las
manifestaciones, huelgas, concentraciones y marchas tienen otra lectura menos
optimista.
Las
numerosas huelgas y manifestaciones se convocan una vez que se han consumado
los hechos. Los trabajadores van a una guerra perdida, sin ninguna posibilidad.
Además, cada centro de trabajo, cada sector, cada nación o región caminan por
sitios diferentes y enfrentados, patentizando una división que no se supera a
pesar de las crueles embestidas del enemigo, cuya envergadura es auspiciada
precisamente por la división.
Tal
vez parezca paradójico decir que a pesar de las grandes manifestaciones y de
las incontables huelgas, la clase obrera, los trabajadores como clase, no están
en la pelea. Pero es así y se demuestra de manera inapelable. Como hemos visto
todas las huelgas son a toro pasado, sin más conciencia de clase que la de
mendigar un buen trato en el despido. Los dirigentes sindicales y la inmensa
mayoría de los comités de empresas no han adquirido conciencia de clase durante
el periodo “pacífico”. Los sindicatos -mayores, y menores- los convirtieron en
auténticos leguleyos, guardianes de la legalidad burguesa, y han pretendido
vencer al patrón con sus propias leyes. Todas las contradicciones entre el
capitalista y el obrero se han dilucidado apelando a la justicia burguesa. Como
es lógico no se ha posibilitado la participación de los trabajadores más que
cuando se han debatido los convenios; aún así, la huelga se ha convocado en
casos muy extremos. Los propios líderes sindicales y comités de empresas han
inculcado entre los trabajadores que la política no es cosa de ello,
malformando sus conciencias.
El
mundo que se construye por abajo es desolador. Se han perdido miles de comités
de empresas, otro tanto han visto descender su número de representantes. En
miles de pequeñas empresas, los trabajadores no han tenido ocasión de elegir a
más de 300 mil delegados, porque los sindicatos no aparecen por ellas. Se ha
implantado la psicología del miedo que ya existía multiplicada por mil porque
la nueva generación de trabajadores puede ser -y va camino de ello- una
generación derrotada, que ha recibido la herencia de otra generación que
también fue derrotada.
Las
excepciones -pocas por desgracia- de comités que intentan activar a sus
compañeros se encuentran con un mundo exterior todavía insolidario, en el que
cada empresa va a lo suyo. Estas circunstancias tan perniciosas las advierten
los trabajadores, que sólo ven adversidad y más adversidad; que observan
que las luchas fabriles son estériles, porque al final se obtiene siempre el
mismo resultado de una manera irremediable. El futuro, pues, no es nada
alentador, porque a la par que la patronal se va fortaleciendo esperando que
amaine el temporal reformista, la clase obrera va debilitándose en número y en
conciencia y se puede comprobar ya, tanto en grandes empresas como en pequeñas,
que son despedidos trabajadores sin que sus compañeros den una respuesta solidaria.
Podemos
decir que un nuevo movimiento obrero se va configurando con la crisis, sujeto a
las nuevas necesidades del gran capital. Un movimiento obrero temeroso, que
tiene frente así un conjunto de leyes que les impide moverse y encabezado por
dirigentes sindicales y fabriles domesticado, es un movimiento que presagia
malos augurios. Y por si fuera poco, un movimiento obrero disminuido
numéricamente por el aumento de empresas sin representación está expuesto al
sometimiento de las nuevas aventuras de los patronos, bien sea en el marco del
actual estatus político, bien sea con otra nueva constitución, o bien sea en
una república burguesa. A la burguesía no le importa -si ello es necesario-
adoptar nuevas formas, maquillar la derrota de los trabajadores con supuestas
victorias, si así su poder económico y político resulta ileso.
Los
militantes más honestos del movimiento obrero y revolucionario, así como los
comités de empresas, tienen en sus manos el torcer los proyectos de los
capitalistas. En esta dirección deben comprender que la lucha en los centros de
trabajo y fuera de ellos es política pura y dura. Sabiendo que toda lucha en un
centro fabril debe forzosamente extenderse a los demás centros de trabajo, para
cambiar la psicología de lo imposible que frena a los trabajadores por la de la
posibilidad de que la unidad de la clase obrera como clase puede cambiarlo
todo. Es una realidad incontrovertible que sin el concurso de la clase obrera
con conciencia no es posible un cambio veraz de la sociedad.
Los
comités de empresa deben aprender de lo que sucede en la actualidad y dar
respuesta del porqué trabajadores de su centro de trabajo acuden a
manifestaciones sin reivindicaciones de clase y, sin embargo, tienen miedo a
participar en alguna actividad dentro de sus empresas. La historia ha
demostrado hasta la saciedad de que la clase obrera responde cuando sus
dirigentes actúan con valentía pero también con ciencia y cuando el exterior le
proporciona buenas sensaciones. Pero se muestra temerosa cuando sus dirigentes
son dóciles, vulnerables e insolidarios.
Hoy,
más que nunca, el Partido Comunista Obrero Español propugna la constitución de
asambleas de comités, delegados y trabajadores en todos los sectores y hace un
llamamiento a sus militantes para actúen bravamente en los centros de trabajo y
barriadas, hablando de política, pues la burguesía nos ha emplazado a una
guerra política total.
PARTIDO COMUNISTA OBRERO
ESPAÑOL (P.C.O.E.)