domingo, 13 de diciembre de 2015

Víctimas inocentes de una guerra no declarada

Un día caluroso y soleado de verano. Quedarse en casa era insoportable. La plaza central de la ciudad. Ver a mujeres con niños era habitual. Una joven madre con su hija Kira paseaba en su Gorlovka natal. No sabían que ese 27 de julio de 2014 iba a ser su último día. Los soldados de las Fuerzas Armadas de Ucrania bombardearon Gorlovka desde varios lanzacohetes múltiples Grad. Golpearon exactamente contra su objetivo: la población civil. Kristina no soltó a su hija ni siquiera en la muerte. Permanecieron allí tumbadas. La
madre y la hija. Ambas muertas. Los periodistas la definieron como la “Madonna de Gorlovka”.

Fue el primer bombardeo de Gorlovka. A partir de entonces, la ciudad quedó sitiada. Los ataques de artillería destrozaron la ciudad. La población local vivó un infierno en el que no había ningún lugar seguro. La artillería ucraniana era precisa y disparaba solo contra la infraestructura civil.

Es difícil saber con seguridad cuántos civiles han muerto en Gorlovka durante la guerra. La “Madonna de Gorlovka” se convirtió en una de las primeras víctimas de la guerra civil en la ciudad. En el centro de la ciudad se ha instalado un memorial en honor a todos los vecinos de Gorlovka que han muerto en la guerra.

Desde que comenzó la guerra, he estado muchas veces en Gorlovka. He visitado los lugares en los que se produjeron más ataques. Son partes de la ciudad a las que no había tenido ocasión de ir antes del estallido de la guerra. Así que en mi mente siempre estarán destruidas. Evidentemente, la destrucción impresiona y la experiencia es dura, pero si estos lugares son familiares, la amargura los hace imposibles para sobrevivir. En este lugar pasé por un lugar que mi subconsciente asoció a la vida de estudiante. Por aquí pasaba cada día camino a la universidad y de vuelta a casa por la noche. Mi apartamento estaba justo al lado. Ahora hay ahí una placa memorial. La casa está rota por la metralla. El apartamento, en la quinta planta, fue destruido por un impacto directo, pero ahora está parcialmente restaurado.

Es un dolor insoportable. Un nudo en la garganta. Lágrimas. Ni vi ni noté nada a mi alrededor. Me quedé quieto junto a la placa, sacando fotos de vez en cuando, un momento de trance. No me di cuenta de que mis acompañantes se habían metido en el coche dispuestos a seguir el camino. Es difícil explicarles la sensación porque es imposible comprender algo que nunca has sentido. La sensación de que tu vida anterior haya quedado destrozada en pedazos delante de ti. Y entonces estás obligado a ver cómo se desangra sin poder hacer nada para evitarlo, porque ya ha ocurrido. Fait accompli, hechos consumados. No queda nada y hay que aprender a vivir con ello. Y lo peor es ver esas vidas destrozadas, destino humano perdido para siempre.

Pero la prueba de resistencia no ha terminado. Después de un rato llegué a la guardería de Gorlovka. Los niños paseaban por la calle. Niños vestidos con graciosos abrigos de colores corrían por el parque junto a la guardería. Es agradable verles jugar. Como si la guerra no existiera. Entré. Olía a la deliciosa comida y se escuchaba la risa de los niños. Un grupo de niños salía de paseo. Al ver la cámara,  quisieron que los fotografiara. No pude negarles eso, así que hice algunos retratos.
Una vocecilla me pidió que mostrara las fotografías. “¡Guay!”, dijo una de las chicas, escondiéndose detrás de la profesora. “Son muy bonitas. Como una señorita”, dijo la mujer. “Sí, llevo falda”, dijo la señorita desde detrás de la profesora. Fue agradable y triste. Por un momento me paralizó la sensación de que estos niños son víctimas en potencia. La artillería ucraniana puede golpear en cualquier momento.

De vuelta a Donetsk, recordé unas palabras de la profesora, se me han quedado grabadas. Cada niño ha perdido a alguien en esta guerra: madres que murieron en un bombardeo, padres que cayeron en el campo de batalla, niños que tienen que vivir con sus abuelos porque su casa ha sido destruida. Frente a mi posó una niña pequeña de ojos marrones, de sonrisa encantadora y coletas en el pelo. Una mirada que no ha quedado eclipsada por la guerra. Esa niña encontró la fuerza para sonreír y disfrutar de la vida. No quiero pensar que pueda pasarles nada. Quiero pensar que seguirán riendo y esperando lo mejor. Porque lo merecen más que nadie.

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