lunes, 20 de julio de 2015

La política del Imperio

El pasado 14 de julio, en un artículo publicado en The Daily Beast, Edward Lucas defendía la necesidad de una mayor integración europea para hacer frente a los peligros que acechan a la Unión en países como Grecia o Ucrania. Según Lucas, asegurar el control de la periferia europea, para que no dé lugar a Estados fallidos, resulta vital para la supervivencia del proyecto europeo. Y en estos casos, Europa no debe
temer actuar conforme a los principios básicos del planteamiento colonial: “La verdad difícil de aceptar es que la UE tiene que comportarse como un imperio”.

Como destaca Edward Lucas, esta política de control imperial en realidad ya está dando sus frutos. La consecuencia en gran parte pasada por alto de la crisis griega post-2008 es que “Europa ya ha dado pasos importantes hacia una mayor integración”, sostiene. Se refiere sin duda a los pasos dados en materia de integración monetaria tras las crisis financieras de Irlanda y de los países del Sur europeo.

Pero no es sólo en Grecia donde la Unión Europea tiene hoy que asegurar su periferia. Es también en Ucrania y la forma de hacerlo tiene que ser una misma combinación de “voluntad política y músculo institucional”. Esta otra dimensión de la acción política del Imperio, llamada a poner en práctica una creciente integración de la UE en materia de política exterior, tendría el objetivo claro de enfrentarse a las ambiciones rusas. El periodista de The Economist, propagandista de la nueva Ucrania post-Maidan, sostiene así que esta política “podría convertir a la UE en un letal adversario para el régimen de Putin en Moscú”.

Edward Lucas cree en la existencia de una opinión pública europea capaz de apoyar este proyecto contra sus enemigos. En una entrevista con el Financial Times y otros seis periódicos europeos, el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, señala de forma precisa quiénes son estos enemigos.

Al referirse al caso griego, Tusk habla de su preocupación por el contagio ideológico o político de lo ocurrido con Syriza y el gobierno Tsipras y menciona la atmósfera generada en Europa por el debate en torno a la crisis griega, señalando que en algunos aspectos le recuerda a las circunstancias pre-revolucionarias del 68. El problema de fondo es la emergencia de “una ilusión económica e ideológica: que tenemos la oportunidad de construir una alternativa a este sistema económico europeo tradicional”. Según Tusk, el posible contagio de “esta ilusión izquierdista radical” representa para Europa un mayor riesgo que los problemas financieros a los que podría dar lugar el fracaso de los planes de rescate a Grecia o el propio Grexit.

Las posiciones de Lucas o de Tusk revelan hasta qué punto molesta en la actual Europa la persistencia de las ideas heredadas del pensamiento histórico de la izquierda europea, entre ellas la que se resiste a aceptar que el trabajo no es sino otra mercancía más que debería poder comprarse y venderse libremente en el mercado a su precio real. No en vano Edward Lucas señala como uno de los ejemplos de la incapacidad de Grecia para configurarse en Estado europeo moderno su incapacidad para liberalizar el mercado de trabajo.

Pero es Donald Tusk el que más claramente indica las políticas o los valores que conforman la actual Europa y contra los que se levantan los movimientos alternativos. En su entrevista con Financial Times menciona que el debate sobre Grecia es “una discusión contra la austeridad, una discusión contra la tradición europea, anti-alemán, en alguna parte… La melodía principal hoy es antieuropea. Cuando digo antieuropea me refiero a este pensamiento tradicional acerca de la UE, Europa y la moneda común. Y por supuesto es anti-mercado, anti-liberal, en realidad, algo revolucionario”.

En su lucha contra esas ideas de la izquierda europea nada mejor que el apoyo de la ciudadanía de los países exsoviéticos que, como señala Lucas, miran a Grecia preguntándose: “¿Por qué debería gente que trabaja menos y a la que se paga más tener un trato más favorable?, esa gente cuya difícil situación es “su propia culpa”. Es la mezcla de “desprecio e indignación” en unos países a los que ideólogos como Lucas han llegado a convencer que, con su esfuerzo, han pasado en apenas una década de ser “ruinas post-comunistas a historias de éxito”. Y como nuevo país llamado a acceder al paraíso social y económico europeo, los líderes de la actual Ucrania, Poroshenko y Yatseniuk a la cabeza, no han dudado en manifestarse en contra de Grecia en todo el proceso de crisis. “Todo el mundo está tan preocupado por Grecia que Ucrania no es la prioridad“, se quejaba el primer ministro en su reciente visita a Estados Unidos.

En este nuevo proyecto imperial, Europa contaría además con otro gran aliado, según Lucas: esa mayoría de ciudadanos y ciudadanas que, tanto en Grecia como en Ucrania, creen que “la integración europea es su destino y su derecho de nacimiento”.

Lo más preocupante es que este proyecto parece cada vez más compatible con el recurso a la brutalidad, la violencia y el caos en sus formas más extremas. Grecia es un ejemplo de que un ajuste brutal puede imponerse para evitar toda disidencia económica y financiera. Ucrania muestra por su parte que el proyecto de cambio es compatible, primero, con la violencia golpista y, después, con una violencia militar y social indiscriminada para hacer frente a la rebelión en las regiones insumisas.

En un artículo del 25 de mayo en Foreign Policy, Robert D. Kaplan habla de una nueva forma de post-imperialismo en la que la acción conjunta de las viejas potencias imperiales y de las nuevas potencias regionales es necesaria para restablecer el orden de las cosas y liquidar, de paso, el caos que impide la proyección del poder occidental. La realidad sin embargo es que el caos es, cada vez con mayor frecuencia, el resultado de una estrategia promovida por las grandes potencias de vocación imperial. Lo hemos vistos en los últimos años en Egipto, Libia o en Siria.

¿Por qué la necesidad de tanto caos, violencia o brutalidad para unos Estados que, en su organización interna, predican la democracia y la libertad? Como revela lo sucedido en Grecia o los actuales acontecimientos en Donbass, donde no es suficiente que las Repúblicas Populares estén dispuestas a aceptar todas y cada una de las implicaciones del acuerdo de Minsk, el Imperio exige completa rendición, sumisión y aceptación de la imposición.

Las imágenes de los bombardeos ucranianos contra el centro de Donetsk el mismo día que las Repúblicas Populares anunciaban la retirada unilateral del armamento de la línea de contacto, retirada que han continuado pese al ataque ucraniano, es solo la prueba más reciente de que las concesiones nunca son suficientes.

Es preciso que la derrota quede clara en toda su dureza y brutalidad.

Para que en el territorio controlado por el Imperio nadie sienta mañana la tentación del levantamiento.

Para que, en su periferia, todos lleguen incluso a temer las consecuencias de la simple protesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Añade tu opinión sobre este artículo