jueves, 28 de mayo de 2015

La represion del movimiento antifascista en Odessa

Se ha extendido por Occidente la falsa percepción de que hay una sola guerra en Ucrania: una guerra entre los rebeldes anti-Kiev del este y el Gobierno de Kiev apoyado por Estados Unidos. Si bien este conflicto, con todas sus implicaciones geopolíticas y estratégicas, se ha llevado la gran mayoría de titulares de prensa, hay otro conflicto activo en el país: una guerra para acabar con cualquier disidencia y oposición al consenso oligárquico-fascista. Mientras en Occidente muchos que se hacen llamar analistas e izquierdistas debaten si realmente hay fascismo en Ucrania o si solo es propaganda rusa, se lucha una brutal guerra de represión política.


Las autoridades y los matones fascistas en quienes se apoyan han llevado a cabo de todo: desde intimidación física  a detenciones políticamente motivadas, arrestos, torturas y asesinatos selectivos. Todo ello bajo el auspicio de la unidad nacional, un cómodo pretexto que cada régimen opresivo ha utilizado desde tiempos inmemoriales para justificar sus actos. Leyendo la narrativa occidental sobre Ucrania, habría que perdonar a cualquiera por creer que el descontento en el país está limitado únicamente a la zona conocida como Donbass: las Repúblicas Populares de Donetsk y de Lugansk, como se han declarado. De hecho, hay buenos motivos para que la prensa muestre una imagen tan distorsionada de los hechos: la militarización encubierta y la legitimación de la falsa idea de que todos los problemas de Ucrania se deben a injerencias rusas.

La realidad es que la ira y oposición al Gobierno de coalición oligárquico-fascista apoyada por Estados Unidos está profundamente instalada en gran parte de Ucrania. En política, económica y culturalmente importantes ciudades como Kharkov, Dnepropetrovsk o Kherson, existen siniestras formas de persecución política. Pero no hay otro lugar en el que la represión política sea más aparente que en la ciudad portuaria de Odessa, en el mar Negro. Y no es por casualidad.

Odessa: centro de cultura, centro de resistencia

Durante más de dos siglos, Odessa fue el epicentro del multiculturalismo en lo que hoy se llama Ucrania, pero fue en su día la Unión Soviética o el Imperio Ruso. Con su vibrante historia de inmigración y comercio, Odessa ha sido el centro cultural, religioso, de coexistencia étnica e internacionalismo en el mundo de habla rusa. Su significativa población de rusos, judíos, ucranianos, polacos, alemanes, griegos, tártaros, moldavos, búlgaros y otras nacionalidades hicieron de Odessa una ciudad verdaderamente internacional: un cosmopolita puerto en el mar Negro de arquitectura francesa, influencia otomana y una rica historia judía y rusa/soviética.

En muchos aspectos, Odessa era el modelo de ciudad soviética, una ciudad que representaba el ideal soviético declarado en el himno nacional, una ciudad “unida para siempre en la amistad y el trabajo”. Y su espíritu de multiculturalismo e historia común, que rechaza las políticas racistas, chovinistas y fascistas que ahora pasan por ser la moneda común en la política de la “Ucrania Democrática”.

Cuando en febrero de 2014 el corrupto aunque democráticamente elegido presidente Viktor Yanukovich fue derrocado en un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos, el pueblo de Odessa, como en otras muchas ciudades, comenzó a organizar manifestaciones contra lo que percibían como una alianza oligárquico-fascista patrocinada por Occidente que había tomado el poder en su país. En las posteriores semanas y meses, decenas de miles salieron a las calles para mostrar su descontento en las manifestaciones celebradas en febrero, marzo y abril.
Este movimiento contra el nuevo Gobierno de Kiev, hecho a medida por Estados Unidos y sus aliados europeos, culminó en dos momentos críticos: la creación de un movimiento anti-Maidan que pedía la federalización y mayor autonomía para la región de Odessa y la masacre de la Casa de los Sindicatos por parte de matones fascistas, que resultó en la muerte de más de cincuenta activistas antifascistas y manifestantes. Como uno de los organizadores de las protestas y testigo de los hechos explicó a este autor: “ese fue el momento en el que todo cambió, cuando vimos en qué se había convertido Ucrania”.

La brutalidad del pogromo -una palabra adecuada, considerando la larga y violenta historia de la región- parecía increíble para los ya endurecidos activistas antifascistas. Los cuerpos con heridas de bala que se encontraron dentro del edificio, los supervivientes apaleados en las calles tras su desesperada huida de las llamas y otra serie de terroríficos testimonios demuestran, sin dejar lugar a dudas, que lo que la prensa occidental calificó deshonesta y escandalosamente “choques con manifestantes pro-rusos” fue en realidad una masacre; una que cambió para siempre la naturaleza de la resistencia en Odessa y en una buena parte de Ucrania.

Los manifestantes ya no protestaban contra un Gobierno ilegítimo apoyado desde el extranjero. Los manifestantes ya no se mostraban solo a favor de la federalización y mayor autonomía. La naturaleza de la resistencia viró hacia conseguir un carácter verdaderamente antifascista que buscaba mostrar la verdad sobre Ucrania al resto del mundo. Si antes Odessa había sido un lugar donde exigir la justicia de forma pacífica, la ciudad se convirtió en el lugar de un brutal ataque del Gobierno que buscaba destruir cualquier signo de resistencia u oposición política. El 2 de mayo de 2014 fue el punto de no retorno. Ese día la política se convirtió en resistencia.

La realidad de la represión

La masacre del 2 de mayo de 2014 en Odessa es uno de los escasos ejemplos de represión política que han generado cierta atención a nivel internacional. Pero ha habido otros numerosos ejemplos del brutal e ilegal acoso de Kiev contra la disidencia en la importante ciudad costera y a lo largo y ancho del país, muchos de los cuales han sido casi completamente ignorados.

En las últimas semanas y meses, las autoridades locales han iniciado una serie de arrestos políticamente motivados de importantes periodistas y blogueros que han presentado una visión crítica del desarrollo de los acontecimientos den Odessa. El caso más conocido es el de los editores de la web infocenter-odessa.com, una página de información orientada a lo local que ha sido duramente crítica con el régimen de Kiev y sus autoridades locales.

A finales de 2014, el editor de la web, Yevgeny Anukhin, fue arrestado sin que existiera orden de detención cuando trataba de registrar su organización de derechos humanos. Según varias fuentes, las principales razones para este arresto fueron la posesión de evidencias gráficas de bombardeos ilegales del ejército ucraniano contra un puesto de control en Kotovka y una base de datos en la que se recopilaban los nombres de los prisioneros políticos encarcelados sin juicio en Odessa. Sin pruebas suficientes para una detención, e incumpliendo el procedimiento legal, fue detenido y acusado de reclutar insurgentes contra el Estado ucraniano.

En mayo de 2015, el nuevo editor de infocenter-odessa.com Vitaly Didenko, periodista y activista de izquierdas y antifascista, también fue detenido bajo cargos de posesión de drogas, algo que, según múltiples fuentes en Odessa, es una acusación completamente fabricada por la policía secreta del SBU como pretexto para su detención. Durante la detención, Didenko resultó seriamente herido: con varias costillas y un brazo roto. Ahora mismo ocupa una celda en la cárcel de Odessa y su caso ha sido completamente ignorado por la prensa occidental, incluyendo también a las organizaciones dedicadas a la protección de los periodistas.

El pasado fin de semana (24 de mayo de 2015), se produjo una nueva muestra de represión política en el mismo lugar en el que se produjo la masacre del 2 de mayo de 2014. Activistas y ciudadanos comunes participaban en un acto en recuerdo de las víctimas de la tragedia cuando el acto fue violentamente dispersado por hombres armados vestidos con uniformes del ejército o la guardia nacional. Según algunos testigos, los militares instigaron la violencia en la concentración y la dispersaron, todo ello ante la mirada de la policía municipal y los observadores de la OSCE, que se mantuvieron al margen, observando. Por supuesto, es lo normal en la “Ucrania democrática”.

Además de periodistas, un gran número de activistas han sido detenidos, secuestrados y/o torturados por las autoridades ucranianas y sus matones fascistas. Miembros prominentes de la organización izquierdista Borotba han sido repetidamente acosados, detenidos y agredidos por la policía. Un ejemplo particularmente conocido es el de la detención de Vladislav Wojchiechowski, miembro de Unión Borotba y superviviente de la masacre del 2 de mayo. Según la web de Borotba, “durante el registro del apartamento en que vivía, colocaron explosivos. Paramilitares nazis de la “autodefensa” participaron en la detención. Vladislav fue golpeado y es posible que consiguieran una confesión bajo tortura. Actualmente se encuentra bajo custodia del SBU”. Finalmente fue acusado de “terrorismo” tras ser apaleado y torturado tanto por matones nazis como por agentes del SBU.

Tras su puesta en libertad más de tres meses más tarde en diciembre de 2014 en un intercambio de prisioneros entre Kiev y los rebeldes del este, Wojchiechowski afirmó desafiante: “Estoy furioso con el Gobierno fascista de Ucrania, que ha probado una vez más con sus bárbaros actos que está dispuesto a caminar entre cadáveres para defender sus intereses y los intereses de Occidente. Pero no han podido conmigo. Ahora tengo una voluntad de hierro y estoy aún más convencido que nunca de que es imposible salvar a Ucrania sin derrotar el fascismo en su territorio”. Wojciechowski también era editor de la web 2May.org, una página dedicada a dar a conocer la verdad sobre la masacre de Odessa.

Wojciechowski fue detenido junto a sus camaradas Pavel Shishman, el ahora ilegalizado Partido Comunista de Ucrania y Nikolai Popo del Komsomol. Estas detenciones no deberían sorprender a quienes hayan observado la situación política en Ucrania, donde todas las formas de política de izquierdas -el Partido Comunista, los símbolos y nombres soviéticos, etc.- han sido ilegalizados y brutalmente reprimidos.

Kiev no solo lleva a cabo un asalto a las libertades políticas, sino también una guerra de clase contra la clase obrera de Odessa y de Ucrania. Que los hechos que llevaron a la masacre tuvieran lugar en el campo de Kulikovo -lugar famoso por ser sede de manifestaciones de la política de clase obrera soviética- y que la propia masacre ocurriera en la adyacente Casa de los Sindicatos tiene una resonancia simbólica que no ha pasado desapercibida para la población de Odessa. Es el intento de eliminar el legado de la lucha obrera y de la política de izquierdas, así como el sacrificio de generaciones anteriores en un lugar donde la memoria histórica es profunda y las heridas del pasado aún están por cerrarse.

Además de estos vergonzosos ataques contra las formaciones de izquierdas, las instituciones multiculturales también han sido reprimidas bajo pretexto del separatismo ruso. La organización multiétnica y multinacional conocida popularmente como la Rada Popular de Besarabia (RPB), se fundó a principios de abril de 2015 para luchar por la autonomía regional y/o autonomía étnica como respuesta a los ataques legales y extralegales por parte de las autoridades de Kiev contra las minorías. A las 24 horas de la fundación del congreso, el SBU había detenido a los líderes de la organización, incluyendo el presidente de la organización, Dmitry Zatuliveter, cuyo paradero, según la información disponible, sigue siendo desconocido. En las siguientes dos semanas, otros 30 activistas de la RPB fueron detenidos, incluyendo a miembros fundadores como Vera Shevchenko.

Mientras la prensa occidental y su ejército de lobbies y orgnizaciones de propaganda continúan negando que una organización como la RPB pueda ser otra cosa un proyecto de los asesores políticos rusos, la realidad es que estos actos no han sido más que una reacción a la legislación represiva y la intimidación por parte del Gobierno apoyado por Estados Unidos, que lo ha hecho todo desde ilegalizar partidos a tratar de eliminar el estatus oficial de la lengua rusa en Ucrania, algo interpretado por estos grupos como una amenaza directa a sus regiones, donde el ruso, no el ucraniano, es la lengua vehicular.

Como el miembro de la Jamestown Foundation y antiguo colaborador de Radio Free Europe/Radio Liberty (léase tapadera de la CIA) Vladimir Socor escribió el mes pasado en un artículo titulado “Ucrania apaga las provocaciones pro-rusas en la provincia de Odessa”, “En el espíritu de la acción preventiva, las fuerzas de seguridad de Ucrania han detenido a 20 miembros de la centrífuga organización en la provincia de Odesa [sic]. Esta intervención a tiempo ha evitado el carro de publicidad que había salido de Moscú en apoyo del grupo de Odesa [sic]”. Curiosamente, el autor enmarca su apología de una “detención preventiva” como una “intervención a tiempo”, convenientemente olvidando lo ilegal de las acciones de Kiev, que han dejado de lado la ley en favor del uso de la fuerza bruta y la represión.

¿Y cuál es el gran crimen de la RPB a ojos del señor Socor y de los intereses estadounidenses de quien es portavoz? Como explica directamente en el artículo con su habitual condescendencia:

[El programa y manifiesto de la RPB] “incluye demandas de: mayor representación de grupos étnicos en la administración de la provincia ucraniana de Odesa [sic]; promoción de las identidades de los grupos étnicos y culturales en los colegios; “estatus nacional-cultural especial” para Besarabia; una zona de libre comercio con referencia específica al control local de los puertos del mar Negro y del Danubio; renuncia a la integración de Ucrania en la Unión Europea, “cuyas prácticas esclavistas arruinarían la región y su agricultura”; recuperación del recientemente abandonado estatus de no alineado o si no: “en el caso de que Ucrania siga virando hacia la OTAN, nos reservamos el derecho a usar el derecho de autodeterminación de Besarabia”.

Una lectura cuidadosa de estas demandas revela que esas son precisamente las exigencias que cualquier anti-imperialista en su sano juicio debería apoyar, incluyendo el rechazo a la integración en la OTAN, rechazo a la integración europea, rechazo a abrir el sector agrícola a corporaciones del estilo de Monsanto y otras multinacionales occidentales y protección de las minorías étnicas, religiosas y culturales, entre otras cosas. Mientras Socor habla de estas demandas de forma peyorativa, la realidad es que constituyen exactamente el tipo de programa necesario para defender tanto la soberanía de Ucrania como los derechos de la población de Odessa y de esa región. Pero, por supuesto, para Socor todo es simplemente una maniobra rusa y se arrodilla para besar el anillo de chocolate de Poroshenko…y quizá otras partes de Victoria Nuland y John Kerry, mientras continúa abogando por más represión política.

Un mensaje para la izquierda

La izquierda mundial ya no se enfrenta a la cuestión de si creer que hay fascistas en Ucrania o si son parte importante del establishment político en el país; eso ya es imposible de refutar. La cuestión que se presenta a la izquierda mundial ahora es si puede superar la arraigada desconfianza hacia Rusia y la incapacidad para separar los hechos de la ficción y poder defender así a sus camaradas en Ucrania con la convicción y aplomo de sus antecedentes históricos.

Una parte completa de la historia está siendo atacada, un pueblo entero está siendo oprimido, todo un movimiento de izquierdas está siendo aplastado hasta sus cimientos bajo el yugo de la agenda imperialista y la oligarquía burguesa. Algunos en la izquierda eligieron retirarse de esta lucha, alineándose una vez más con el Imperio, como lo hacen tan a menudo en Libia, Siria y demás. Y luego están los que, como este autor, se niegan a ser manipulados por el infundado insulto de apologista ruso o marioneta de Putin; aquellos de nosotros que elegimos no mirar para otro lado mientras nuestros camaradas de Ucrania son apaleados, encarcelados, secuestrados, torturados o acaban desaparecidos.

Si ellos siguen luchando, a pesar de las consecuencias, a pesar de la brutal represión, bajo amenaza de prisión o muerte, lo mínimo que podemos hacer desde nuestros cómodos asientos es denunciar su situación. Cualquier otra cosa es cobardía moral y completa traición.

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