miércoles, 13 de mayo de 2015

El Día de la Victoria y el revisionismo

Maidan, 28 de julio de 2014. La fotografía fue portada del Kyiv Post
 l 8 de mayo de 2015. AFP PHOTO/ SERGEI SUPINSKY
El 8 y 9 de mayo, días en los que Europa y Rusia han recordado el 70 aniversario de la victoria aliada frente a la Alemania Nazi, han vuelto a dejar clara la brecha existente ahora mismo en Europa. Europa y Rusia; Rusia y Ucrania; Ucrania y Donbass han celebrado, por separado y de forma marcadamente diferente, el aniversario de una victoria que fue común y cuyo recuerdo debería seguir siéndolo. Pero la actual situación en Ucrania, que explota la ideología nacionalista y la oposición a Rusia como elemento de identificación del Estado y que está siendo utilizada para una rearme militar que Occidente solo puede justificar alegando una amenaza inminente de su antiguo aliado del este, han supuesto este año una escalada de declaraciones que han culminado esta semana.

Con todas las miradas puestas en las Repúblicas Populares de Donetsk y de Lugansk, que ya habían anunciado su intención de celebrar desfiles militares al estilo del celebrado anualmente en la Plaza Roja de Moscú, las declaraciones y los actos del presidente ucraniano Petro Poroshenko han pasado desapercibidas en la prensa occidental, más preocupada por seguir al minuto la lista de asistentes al desfile de Moscú.
“El nazismo, el comunismo, el antisemitismo y el odio racial, la propaganda y la tortura –todos ellos se encuentran en la misma fila de la que se originaron las mayores atrocidades del siglo XX; crímenes que, pese a haber aprendido las lecciones más crueles, se cometen hoy, en el siglo XXI, en una agresión contra mi país, Ucrania”, proclamaba el presidente Poroshenko en un discurso que resume perfectamente su punto de vista, pronunciado en Polonia, un país siempre receptivo a ideas de odio a Rusia.
En línea con el discurso, escaso de argumentos porque no existen argumentos para sostenerlo, la portada del Kyiv Post del 8 de mayo, Día de la Reconciliación, ponía al mismo nivel no solo a Hitler y Stalin, sino que añadía también a Vladimir Putin. “La aprobación de la prohibición del nazismo y el comunismo iguala al régimen más genocida de la historia de la humanidad con el que liberó Auschwitz y ayudó a acabar con el reino del terror del Tercer Reich”, decía recientemente el Centro Simon Wiesenthal para condenar las recientes leyes anticomunistas ucranianas que igualan, como lo hace habitualmente el presidente ucraniano, nazismo y comunismo.
Pero incluso hechos de sobra conocidos y hasta ahora jamás disputados, como quién liberó Auschwitz comienzan a revisarse. El ministro de Asuntos Exteriores de Polonia afirmaba, hace tan solo unos meses, que fue Ucrania quien liberó el campo, quién sabe si confundiendo el motivo geográfico del “frente ucraniano”, que liberó el campo de concentración, con la nacionalidad de los soldados del Ejército Rojo que lo formaban o simplemente tratando de restar valor a la contribución rusa a la victoria final sobre la Alemania Nazi. La ausencia de Putin, que no había sido invitado, fue más comentada que la presencia, amplia  sonrisa incluida, del presidente Poroshenko, que desde su llegada al poder ha intensificado la campaña para rehabilitar y convertir en héroes a miembros de organizaciones fascistas que participaron en el exterminio de judíos, polacos, rusos y gitanos en la Ucrania ocupada por la Alemania Nazi.
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Cambio en la percepción social en Francia a lo largo de los años: “¿Qué país contribuyó más en la derrota de la Alemania Nazi?”
Décadas de reescritura de los hechos y un excelente trabajo de Hollywood han conseguido agrandar el papel de Estados Unidos en la victoria aliada sobre la Alemania Nazi pese a que los hechos dicen que la batalla decisiva de la guerra no se produjo en Normandía. Las edades de los soldados enterrados en el cementerio alemán en Normandía, la mayor parte de ellos menores de edad, recuerda que el gran desgaste del ejército alemán se produjo en el frente oriental.
En su campaña de creación de una nueva identidad ucraniana alejada de la influencia cultural y económica de Rusia, Poroshenko se ha basado en el nacionalismo, única ideología del Estado en un momento en que la economía se derrumba y parte del país lucha por su secesión, para crear una épica que haga de esta guerra en Donbass una continuación de la Segunda Guerra Mundial.
El presidente subrayó la necesidad de unir a la sociedad alrededor de la celebración del Día de la Memoria y la Reconciliación y el Día de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial. En la reunión con los jefes de distrito de la administración del Estado, el presidente instó a involucrar a los héroes ucranianos: combatientes, veteranos de la Guerra Patriótica de 2014-2015 en los actos del 8 y 9 de mayo”, decía un comunicado publicado la semana pasada en la web del Gobierno. Como lo ordenó el presidente, veteranos de lo que Ucrania sigue llamando operación antiterrorista, participaron en los actos, aunque en algunas ciudades fueron abucheados e increpados por la ciudadanía, que únicamente quería homenajear a los héroes de la Segunda Guerra Mundial.
Bisabuelos y biznietos deben estar unos junto a otros, demostrando la unidad de sus puntos de vista y los absolutamente obvios paralelismos: contra quién luchó el pueblo ucraniano entonces y contra quién lucha ahora”, decía el comunicado. Según el presidente, el pueblo de Ucrania realizó una contribución incalculable a la victoria sobre el nazismo entre 1939-1945 con su heroísmo en la lucha por la liberación de Europa, algo que continúa en la actualidad. “Hoy, Ucrania y los ucranianos son la frontera exterior de la civilización europea en la lucha por la libertad, la democracia y los valores europeos”, insistió el presidente. Los héroes de ayer son los héroes de hoy, aunque se ponga al mismo nivel a pilotos de la Segunda Guerra Mundial y Nadia Savchenko, detenida en Rusia acusada de participar en la muerte de dos periodistas rusos y cuya huelga de hambre no ha dejado de utilizarse como arma política.
Carteles de propaganda para la celebración del 8 de mayo. A un lado los batallones del Ejércto Insurgente Ucraniano UPA) y al otro los batallones voluntarios que luchan ahora en Donbass
Carteles de propaganda para la celebración del 8 de mayo. A un lado los batallones del Ejércto Insurgente Ucraniano UPA) y al otro los batallones voluntarios que luchan ahora en Donbass
Nunca más volveremos a celebrar el 9 de mayo según el escenario ruso, declaraba el presidente. En la misma línea, el artículo de portada del Kyiv Post del 8 de mayo recordaba que Ucrania ya no usará la cinta de San Jorge como símbolo de la memoria de los caídos en la guerra, lo que lleva a preguntarse qué piensan el Gobierno y su prensa afín cuando ven los actos en los que miles de personas de Donbass siguen portando esos símbolos y homenajean a sus héroes caídos como siempre lo han hecho. ¿Pretenderá Ucrania eliminar esos símbolos también en Donetsk y en Lugansk, donde la población ha dejado claro que los sigue considerando como propios, en caso de recuperar el territorio? ¿O es que ya no considera ese territorio o a esa población como ucraniana?
Me alegro de que Ucrania se vista de rojo y negro”, decía el presidente en referencia a la amapola roja y negra que, a partir de ahora, debe simbolizar la unión del país, de su lucha por la independencia y, especialmente, su alejamiento de Rusia. No importa que una parte del país identifique esos colores con las nuevas milicias nacionalistas de extrema derecha como el Pravy Sector. “Celebraremos el 9 de mayo con respeto a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial y los veteranos de la Guerra Patriótica de 2014-2015. Estas guerras son la misma, porque se trata de defender a nuestra Patria del agresor”. Pero para dar validez a esta versión, Ucrania debe hacer de Rusia el país agresor, no solo ahora, aunque no haya pruebas materiales de ello, sino también durante la Segunda Guerra Mundial, aunque esto suponga fabricar héroes de quienes colaboraron con la Alemania Nazi, cuya derrota se recuerda ahora.
Esa es la última obsesión de Poroshenko, de su Gobierno, del Instituto de la Memoria Nacional y su director, Volodymyr Viatrovych, principal figura de una reescritura de la historia desde la presidencia de Yuschenko. Mientras en estos días la diplomacia rusa ha querido insistir en el papel del Ejército Ruso en la victoria sobre el nazismo en Europa, el presidente ucraniano ha querido centrarse en lo que caracteriza como el mito de que Rusia habría podido ganar la guerra sin Ucrania. Eso es verdad: como todas las nacionalidades que formaban la Unión Soviética, Ucrania pagó un altísimo precio por la victoria contra el nazismo. Ucrania no era, como quieren hacer ver artículos en la prensa oficialista, un país entre dos ejércitos de dos totalitarismos iguales, sino que era parte de la Unión Soviética como antes había sido parte del Imperio Ruso. Y como ciudadanos soviéticos, los ucranianos lucharon en el Ejército Rojo. Así se ha reconocido desde entonces y se reconoce también ahora que el Gobierno ucraniano ha prohibido, por ejemplo, la bandera de la victoria por representar un símbolo de la antigua Unión Soviética.
Parubiy, Poroshenko y veteranos de Volinia
La semana pasada, Andriy Parubiy, héroe de Euromaidan y con una larga trayectoria en movimientos de extrema derecha nacionalista en Ucrania, recordaba que el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) fue el único que luchó bajo bandera ucraniana en la Segunda Guerra Mundial. Su contribución tiene, según Parubiy, un valor incalculable que no llega a precisar. El propio Parubiy y el presidente Poroshenko posaban orgullosos junto a varios veteranos de UPA procedentes de Volinia, donde se produjeron algunas de las más crueles matanzas de estas organizaciones nacionalistas que, pese al proceso de reescritura de la historia, colaboraron activamente con la Alemania nazi en su misión de eliminar del este de Europa a todas esas razas que el nazismo, y también los líderes de estas organizaciones nacionalistas, consideraban subhumanas: judíos, polacos, gitanos, rutenos o rusos, además de comunistas y partisanos soviéticos, cuyas ideas habían de ser eliminadas.
El apoyo prácticamente incondicional de Occidente al Gobierno de Poroshenko hace que el presidente ucraniano no haya tenido que explicar siquiera la lógica de homenajear a miembros del ejército y de los batallones voluntarios que luchan ahora en el este del país, veteranos del Ejército Rojo y de organizaciones nacionalistas como OUN o UPA en un acto comparable a un homenaje a las víctimas del fascismo en la que se homenajeara también a la División Azul.
Como únicas fuerzas que lucharon bajo bandera ucraniana y claramente contra la Unión Soviética, contra Moscú, Poroshenko necesita encontrar la épica de su lucha. Cualquier colaboración con la Alemania Nazi no fue más que el mal necesario para poder luchar contra el verdadero enemigo, Rusia, sea cual sea su nombre. Una visión edulcorada y manipulada de unas organizaciones que compartían con la Alemania Nazi una idea de Europa, libre de comunistas y de razas que consideraban indeseables. Los miembros de estas organizaciones se convirtieron en brazo ejecutor de una Alemania Nazi que no iba a permitir a esos eslavos a los que consideraba inferiores instaurar su propio Estado independiente.
Poroshenko ha calificado a UPA como un segundo frente antifascista para destacar así su lucha por la independencia y una lucha contra la Alemania Nazi que existe principalmente en la mente del Gobierno ucraniano y en el equipo encargado de reescribir la historia. La realidad recuerda que, aunque estas organizaciones fascistas hubieran luchado contra Hitler, difícilmente habrían sido relevantes. La inmensa mayoría de quienes lucharon contra la ocupación nazi lo hicieron en el Ejército Rojo. Pero la realidad no va a evitar que Ucrania siga utilizando una idea de esas milicias nacionalistas cuya ideología coincide con la narrativa actual que busca crear la identidad de una gran Ucrania libre de todo lo ruso.
En su afán por calificar la actual guerra en Donbass como una guerra entre civilización y barbarie, Ucrania se ha visto sorprendida por la capacidad de aguante de las Repúblicas Populares. Poroshenko anunciaba a principios de noviembre que habían comenzado los disturbios de una población que se moría de hambre. Meses después, nada de eso ha ocurrido y, pese a todos los problemas que asolan la zona, comenzando por los bombardeos del ejército ucraniano, miles de personas han salido a celebrar el Día de la Victoria y también el aniversario del referéndum del 11 de mayo, cuando la población mostró su rechazo a la actual Ucrania.
Ucrania solo ha sabido reaccionar condenando los desfiles militares como una grave violación de los acuerdos de Minsk. Técnicamente es así, pero también lo es que Ucrania no haya reiniciado los pagos de pensiones, que no se haya levantado el bloqueo bancario y que el bloqueo económico se haya incrementado. “Allí no queda gente, solo terroristas. La gente normal ha pasado a nuestro lado”, informaba el gobernador de la parte ucraniana de Lugansk, Gennady Moskal a un camionero que trataba de cruzar lo que en la práctica es una frontera. “Si estás dando de comer a los terroristas, entonces estás colaborando con ellos”.
Pese a llevarse mayor atención, los desfiles militares no han sido más que una parte de los actos de conmemoración de la victoria sobre la Alemania Nazi. Igual que en Moscú y en otras ciudades rusas, Donetsk, Lugansk y otras ciudades y pueblos de Donbass se han manifestado, pese a la lluvia y a la cercanía del frente, portando retratos de familiares que participaron en la guerra, la llamada legión de los inmortales.
Saur Mogila, monumento en memoria de los caídos en la Segunda Guerra Mundial, ahora destruido por la guerra
Esa diferencia entre las autoridades ucranianas y las de Donbass desaparece en lo que respecta a la población. Han desaparecido algunos lazos de San Jorge, se han visto menos banderas rojas, pero la población ucraniana ha seguido acudiendo a los mismos monumentos en memoria de los caídos en la guerra a depositar flores. Comunistas de muchas ciudades han ignorado la prohibición y han marchado bajo banderas rojas y gritando proclamas contra el actual gobierno. En Odessa, miles de personas concentradas en el monumento al marinero desconocido gritaban, alto y claro, “Odessa sin fascismo” y “Demonios de Bandera, fuera de Odessa” en un acto que nada tenía de separatista, pro-ruso o antiestatal, sino contrario a la deriva nacionalista de la nueva Ucrania. El mismo sentido tenía el campamento que los activistas de Kulikovo habían erigido frente a la casa de los sindicatos de Odessa  y destruido el 2 de mayo de 2014. Un año después, sus acciones ya han sido revisadas como pro-rusas separatistas para encajarlas mejor en la narrativa.
En nombre de Europa y de sus valores, presentándose como la primera barrera de contención del expansionismo ruso, Ucrania pretende explotar el nacionalismo como su única ideología de Estado aunque para ello tenga que reeducar a gran parte de su población, que no ha renegado del pasado soviético o de su identidad cultural.
Ucrania sigue determinada a construir un muro de Berlín de 800km en su frontera oriental, muro que difícilmente iba a ser obstáculo para esos tanques rusos de los que sigue advirtiendo el Gobierno, la OTAN y algunos halcones que admiten haber sustituido la información de inteligencia por la de las redes sociales, pero un muro que sí puede evitar el tránsito de personas, poniendo así un obstáculo más a las relaciones familiares y amistosas entre gentes que durante siglos formaron parte de un mismo país.
Ucrania repite hasta la saciedad que la guerra no terminará hasta que recupere Crimea, una península que recibió como regalo del entonces líder soviético y que perdió por la voluntad popular de regresar a Rusia. Como es natural, Kiev no renuncia a los territorios que ganó gracias a la Unión Soviética, alegando que todos ellos son, históricamente, ucranianos. La reescritura de la historia no comienza en 1917, sino muchos siglos antes. Ucrania pretende mantener los territorios, solo espera que desaparezcan los monumentos que se lo recuerdan.

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