jueves, 14 de mayo de 2015

Amor y Resistencia: Un día con Los Cinco

Por Eva Golinger. - Eran casi las nueve de la mañana de aquel miércoles 17 de diciembre del 2014 cuando vi el tuit de René González, uno de los Cinco Héroes antiterroristas de Cuba. ¡VOLVIERON! Tuve que mirarlo dos veces. ¿Será? Rápidamente comencé a buscar en los periódicos y medios digitales alguna noticia sobre Los Cinco, pero todos apuntaban al tuit de René. Minutos después, tres tuits seguidos de la cuenta de René presentaron la evidencia concreta para calmar cualquier duda. Los papeles de salida de la cárcel de Gerardo, Ramón y Antonio estaban
firmados. Ya estaban en libertad.


El 4 de diciembre, a Gerardo lo llevaron de la penitenciaria de máxima seguridad en Victorville, California, donde había pasado la mayoría de sus 16 años preso, a la prisión de tránsito en la Ciudad de Oklahoma. Sin saber ni por qué lo habían llevado a ese lugar, lo pusieron en "el hueco", una celda solitaria sin ventana ni contacto con otros presos, con un trato brutal e inhumano por parte de las autoridades. Allí lo dejaron durante once días, incomunicado. El día 15 de diciembre, de repente lo trasladaron a una prisión hospital en Butner, North Carolina. En ningún momento pudo buscar y llevar consigo las pocas posesiones personales que había tenido durante los últimos 16 años en la cárcel estadounidense.

Paralelamente, a Antonio lo levantaron a las cinco de la mañana el día lunes 15 de diciembre en su celda en la prisión de Marianna, Florida, instruyéndolo a empacar sus cosas. Se iba, pero tampoco sabía a dónde ni por qué. Luego fue montado en un jet privado y trasladado a la prisión hospital en Butner. Allí, pensaba que iba a tener que adaptarse de nuevo y hacer su vida en esa prisión.

Al mismo día, Ramón, aún registrado bajo el nombre falso que utilizó durante su misión de inteligencia en Estados Unidos, Luis Medina, también fue llevado de su celda en Georgia hasta la prisión hospital en Butner. Tampoco le informaron sobre la razón de su traslado. No fue sino hasta el día 16 de diciembre, que los tres – Gerardo, Ramón y Antonio – se encontraron cara a cara en el mismo lugar, y ya en ese momento sabían que se iban a casa.

Era imposible contener su felicidad. Entre sonrisas, bromas y abrazos, los oficiales estadounidenses se pusieron tan nerviosos, que cuando los llevaron hasta el avión en la madrugada del 17 de diciembre, los obligaron a hablar en inglés. Acaso que los temidos espías de Castro venían conspirando en contra del país que les habían privado de su libertad durante los últimos 16 años. Como último golpe, al acercarse a su patria, los oficiales les cerraron las ventanillas del avión. No pudieron ver la llegada a Cuba.

A Antonio le tocó bajar de primero del avión. Él quería que fuera Gerardo, pero por la manera en que los habían posicionado en el avión para salir, no era posible. El aire húmedo de su isla tropical le entró como un respiro de amor, y en ese momento, según cuenta, todo ese pasado atormentado desapareció. De pronto vieron a sus familiares y la felicidad llegó al punto de explotar. Antonio con su madre Mirta en un abrazo de amor infinito, Ramón cayéndole a besos con su esposa Elizabeth, y Gerardo acariciando a su bella mujer, Adriana, ella con la barriga llena de vida. Y en un abrazo de Patria a todos, estaba el Presidente Raúl Castro, junto a los otros dos héroes cubanos, René González y Fernando González, quienes ya habían salido a la libertad poco antes.



Unas semanas después de ese hermoso e inimaginable reencuentro, me contacté con René, con quien ya tenía una amistad de causas comunes, respeto y admiración, y salió la idea de hacer un programa especial con Los Cinco, para contar su historia de otra manera a través de las pantallas de RT. Su receptividad ayudó acelerar el proceso y de pronto aterricé en La Habana para pasar unos días con estos cinco hombres que habían conmovido al mundo.

RENÉ

Al entrar en la oficina de René en Vedado, me encontré con un gran abrazo del compañero que había penetrado los más rabiosos y peligrosos grupos anticastristas en Miami. Su cara era simpática, llena de sabiduría y tranquilidad, sobria y a la vez animada. René salió de la cárcel con libertad supervisada en 2011, luego de pasar 13 años preso en Estados Unidos. Estaba obligado a quedarse en la zona de Miami, lo cual fue una sentencia de muerte por los peligros y amenazas de los grupos criminales que él mismo había infiltrado y denunciado. Luego de pasar dos años escondido en la casa de unos amigos, volvió a Cuba en el 2013 por el fallecimiento de su padre. Tuvo que renunciar a su ciudadanía estadounidense para volver a permanecer en su Patria.

René nació en Chicago en 1956 y vivió los primeros seis años de su vida allá. Sus padres eran cubanos, humildes y trabajadores. Se habían ido de Cuba durante la dictadura de Fulgencio Batista. Regresaron a su país natal con Fidel y la Revolución. A pesar de haber nacido en Estados Unidos y pasado años formativos de su niñez en territorio norteamericano, René se convirtió en un revolucionario formidable. Fue a combatir en la guerra de liberación de Angola con sus compañeros cubanos internacionalistas y luego se entrenó como piloto. Como sus otros cuatro compañeros, que aún ni se conocían, René entró en las filas del Partido Comunista de Cuba.

En 1990 fue reclutado para colaborar con la defensa de su patria cubana. Ya para esa fecha, Cuba había sufrido una serie de graves atentados y ataques terroristas dirigidos por los grupos anticastristas desde Miami. Aprovechando su ciudadanía estadounidense, su misión era penetrar esos grupos y descubrir sus planes contra Cuba.

Así fue, que un 8 de diciembre del 1990, René se despidió de su esposa, Olga, y su hija Irma, como un día normal y se fue para su trabajo en el Aeropuerto Civil de San Nicolás de Bari en las afueras de La Habana. Era instructor de pilotos. Aunque había prometido a Olga volver temprano esa tarde para ir al cine juntos, al mediodía, cuando los otros trabajadores estaban almorzando, René agarró un avión Antonov AN-2 y salió hacia el norte. Hora y media después, aterrizó en la base aeronaval de Boca Chica en Cayo Hueso, Florida, declarándose desertor de Cuba.

El plan funcionó y René fue recibido con aplausos y brazos abiertos por los más rabiosos líderes anticastristas en Florida. Logró acercarse al infame José Basulto, responsable por numerosas acciones violentas contra Cuba y Fidel Castro, y también el fundador del nefasto grupo, Hermanos al Rescate, que se dedicaba a violar la soberanía cubana con sus avionetas. Una vez, cuenta René, en medio de un encuentro de la comunidad de exiliados cubanos en Miami, le fue presentado un hombre robusto. "Es el asesino del Che, Félix Rodríguez ", le dijeron a modo de presentación. A René no le quedaba otra que tragar duro y darle la mano.

Mientras René cumplía exitosamente con su misión en Miami, en Cuba la situación no andaba bien con Olga. Ella no tenía idea de su doble vida y pensaba que su marido era un traidor. En principio no lo creía, pero luego de escuchar en las transmisiones intrusas de la Radio Martí que entraban desde Miami sus palabras contrarevolucionarias, denunciando la Revolución Cubana y al Comandante Fidel Castro, su mundo fue volteado.

Durante años René le mandaba cartas reiterando su amor por ella y por su pequeña Irma, pero no podía contarlea sobre su verdadera misión, y ella seguía con la pesada realidad de que el hombre de su vida era un traidor de la patria. Pasaron casi cinco años desde aquel 8 de diciembre del 1990, hasta que finalmente René pudo convencer a Olga de ir a vivir con él en Miami y seguir con su vida juntos. Aún se amaban a pesar de los años de engaño y decepción. Al aceptar reunirse con su marido, Olga fue informada sobre su verdadera misión. No era un traidor, era un patriota revolucionario.

Su segunda hija, Ivette, nació dos años después de la llegada de Olga e Irma a Miami. Ya era el año 1998, y René seguía profundamente infiltrado con los exiliados. Para Olga no fue fácil acostumbrarse a esa nueva vida y asociarse con los agresores que habían amenazado su patria durante décadas. Según René, el trabajo de infiltración realizado por él y sus otros compañeros, logró desmantelar varios de esos grupos en Miami, algunos que hasta estaban involucrados en el narcotráfico y otras actividades criminales. En un momento dado, René mismo se acercó al FBI para informar sobre las acciones ilícitas de los exiliados cubanos.


"¿Te acercaste al FBI?" le dije, asombrada aquel día en su oficina, mientras me relataba su historia desde un cómodo sillón rojo, bajo un retrato de Fidel. "Sí", respondió, como si fuera de lo más normal que un agente de la inteligencia cubana metido en una operación clandestina en el país del enemigo compartiera información con las autoridades de ese país. Eran sus instrucciones desde La Habana, decía, y él simplemente cumplía con su deber.

A los cuatro meses del nacimiento de Ivette, aquel 12 de septiembre de 1998 a tempranas horas de la mañana, aún en la oscuridad, la casa de esta humilde pareja y sus dos hijas fue violentamente invadida por agentes del FBI portando armas largas. René fue llevado y sometido a tratos crueles. Sufrió 17 meses en "el hueco" sin poder comunicarse con su familia, y luego, después de un juicio sesgado y lleno de irregularidades, fue sentenciado a quince años de prisión.

"¿Te chantajearon?" Le pregunté durante nuestra primera conversación. "Me ofrecieron de todo", comentó, por traicionar a Cuba, pero él se negó. Y esa negación le costó caro. Su esposa Olga fue deportada de Estados Unidos y luego le negaron una visa para ir a visitarlo en la prisión. La acusaron de ser espía cubana también, y hasta la privaron de su libertad durante varios meses antes de devolverla a Cuba. René no pudo ver a sus hijas durante años.

Después de su regreso permanente a Cuba en 2013, René se dedicó a la campaña internacional para la liberación de sus otros cuatros compañeros, Fernando, Gerardo, Antonio y Ramón. Hoy está en proceso de publicar un diario sobre el juicio de Los Cinco y mantiene muy activo su trabajo de solidaridad. "Hoy están agrediendo a Venezuela", me alertaba. "Nosotros estamos dispuestos a defenderla, tanto como hemos defendido a Cuba", afirmó.

Unas horas después de la conversación en su oficina, salimos a un parque cerca, el Parque John Lennon en Vedado, para compartir con René, su esposa Olga, sus dos hijas Irma e Ivette, y su pequeño nieto de dos años. Si René no hubiese renunciado su ciudadanía estadounidense en 2013, no hubiera podido compartir los dos primeros años de la vida de su nieto. Verlo en el parque, al aire libre, jugando a la pelota, entre risas y caras sonrientes, era ver a un hombre revindicado, una familia reunificada.

No obstante, el dolor de los recuerdos persiste. Cuando pregunté a Olga si podía relatarme algo sobre aquella historia, sus ojos se llenaron de lágrimas. Me hizo una seña sutil con la mano que decía que no quería entrar en esa dimensión de nuevo. Allí en el bello parque lleno de fauna tropical, niños juguetones y abuelos paseando, entendí que aunque no se puede borrar el pasado, hay quienes merecen disfrutar del presente de la manera más pura e integral.

GERARDO

Me despedí de René y su familia y fui a encontrarme con Gerardo Hernández, el hombre que había sido condenado a dos cadenas perpetuas más quince años de prisión en Estados Unidos.

Gerardo es un hombre buenmozo, con una cara simpática y juvenil. Él es un poco más reservado que los otros cuatro, y parece que piensa profundamente en sus palabras antes de pronunciarlas en voz alta. Sin embargo, cuando lo vi por primera vez en el Centro de Prensa Internacional en Vedado, nos abrazamos y me comentó que siempre leía mis escritos cuando estaba en la cárcel. Hablamos un largo rato en ese lugar amplio, acompañado por Ramón y luego René también. Sus familiares estaban en la sala y todo tenía tinte de entrevista formal. Me contó sobre los motivos detrás de su trabajo clandestino en Miami y los pormenores de sus actividades operativas. Él era el coordinador del equipo, el jefe de la llamada "Red Avispa" que infiltró sus agentes en los grupos anticastristas para conocer e impedir sus acciones contra Cuba. Utilizó una identidad falsa durante los siete años de su trabajo de inteligencia en Estados Unidos, hasta su detención el 12 de septiembre del 1998. Procesaba la información que recibía de sus compañeros infiltrados en las organizaciones en Florida y la enviaba a La Habana. Gerardo era el vínculo entre los agentes infiltrados y el gobierno cubano.

Le pedí a Gerardo acompañarlo a su casa para conversar con él junto su esposa, Adriana. Quería un ambiente más informal, cómodo y familiar para conocer su historia más a fondo. Gentilmente aceptó mi solicitud y fuimos en su carro hasta su residencia. Durante el viaje, Gerardo me hablaba de Venezuela, las amenazas que hoy enfrenta, y su sueño de haber conocido a Chávez. Pocos meses después de su detención en 1998, Hugo Chávez fue electo por primera vez presidente de Venezuela. Aunque Gerardo y los otros cuatro seguían las noticias sobre Chávez y Venezuela desde sus celdas en Estados Unidos, solo René alcanzó a conocerlo personalmente antes de su fallecimiento en 2013. Gerardo reconocía el gran impacto que Chávez tuvo en Venezuela y en toda América Latina.

Llegamos a su residencia ese día cálido, y Gerardo entró primero para avisar a Adriana sobre nuestra presencia. Cuando yo entré, estaba Gema, su hija de tres meses, en la sala. La niña es preciosa, su mirada linda y la profundidad de sus ojos claros es cautivadora. "Que bella Gema", exclamé, y Gerardo respondió, "Sí, salió la mamá". Adriana, ya presente en la sala, me saludó con afecto. Ella es una mujer muy bonita, pero con una fortaleza notable. Nos ofreció algo de tomar para refrescarnos y pasamos al patio a sentarnos a conversar.

"Quiero mostrarte algo primero", me dijo Gerardo, cargando una planta en sus manos. "Un día fuimos a un lugar por acá y nos regalaron esta bonsái". Me la mostró de cerca. "Como verás, mi mujer es un poco pequeña de estatura, pero muy bella, y yo siempre la llamaba bonsái. En las cartas que le escribía desde la cárcel, le ponía así, Bonsái". Se rieron los dos. "Entonces, los americanos pensaban que ella era espía y su sobrenombre era Bonsái", contaba Gerardo entre risas. Claro, ahora pueden reírse del absurdo trato que recibieron de las autoridades estadounidenses, pero en realidad la separación que Gerardo y Adriana sufrieron fue muy dura.



Dejando el bonsái en el jardin, Gerardo levantó a la pequeña Gema en sus brazos y nos fuimos a los sillones a acomodarnos. Mirando a esa bella pareja con su criatura y el aura de alegría que les abrazaba, le pregunté cómo sucedió todo esto. "Cuéntame cómo comenzó todo y cómo llegamos a este momento", le pedí. La historia de Gerardo y Adriana es una verdadera historia de amor.

"Yo estudiaba relaciones internacionales", contaba Gerardo, "y tenía que tomar como tres o cuatro guagaus (buses) para llegar a mi instituto. Un día, en una parada vi a una joven y muy bella mujer y me enamoré de ella. Fue amor a primera guagua", se reía. "Estaba ya atormentado, no podía pensar en otra cosa y esa noche le escribí un poema: A la mujer cuyo nombre ignoro, porque no conocía ni siquiera su nombre".

"Yo tenía 16 años", comentaba Adriana, "y él 21. Yo no estaba interesada en él, estaba con mis estudios y no me llamaba la atención". Pero Gerardo fue insistente, y persistente. Buscaba la manera de coincidir de nuevo con Adriana en la parada, aunque le costaba mucho tiempo, paciencia y coordinación para conseguirla. Unos días después, Gerardo logró su objetivo, pudo verla de nuevo y entregarla su poema.

"Y se cumplió lo que decía el poema. Que nos íbamos a ver de nuevo y enamorarnos", afirmó Adriana. "Un día nos fuimos a sentar en el malecón y él me señaló un barco con la mano. Yo lo miré. Después me señaló otro por el otro lado, y cuando fui a mirarlo, estaba su cara allí cerca y nos dimos un beso. Allí me enamoré".

Se casaron cuando Adriana ya había cumplido 18 años, en 1988, y meses después, Gerardo salió para combatir en Angola con los combatientes internacionalistas cubanos. Fue condecorado por su valentía y capacidad, características que llamaron la atención al servicio de inteligencia cubana. Poco después, Gerardo fue reclutado como oficial de inteligencia y le encargaron la coordinación de una misión especial en Estados Unidos. Adriana no sabía nada sobre su trabajo real. Ella pensaba que había ingresado en las filas de la diplomacia cubana, y cuando su marido, con quien no había podido compartir más de un año juntos, salió al exterior, ella pensaba que iba a trabajar en la embajada de Cuba en Argentina. "Era el periodo especial, habían muchas dificultades económicas en nuestro país, y las familias no podían acompañar a los funcionarios en el exterior", ella explicaba.

En realidad, Gerardo había partido para Miami bajo otra identidad. Comenzó su nueva vida clandestina como un puertorriqueño de nombre Manuel Viramóntez. Gerardo coordinaba un equipo de agentes cubanos infiltrados en varios grupos de exiliados en Miami que ya eran conocidos por sus acciones terroristas y violentas contra Cuba. Lejos del glamor de las películas de James Bond, el trabajo de Gerardo era pautado y meticuloso. Recibía la información de sus compatriotas, la procesaba y la hacía llegar a La Habana. Luego cumplía con las instrucciones que le enviaban. Pudo visitar a Adriana en Cuba sólo 2 o 3 veces al año máximo a lo largo de su trabajo encubierto. Tomaba aviones de Estados Unidos a Cancún, donde luego era recibido por funcionarios cubanos que le entregaban su pasaporte verdadero para regresar a su país natal.

A mediados de los noventa, después de varios años en esta situación de separación familiar, Gerardo y Adriana conversaron sobre sus deseos de comenzar su familia y tener un hijo. "Nunca pudimos encontrar el momento y la circunstancia para hacerlo", decía Gerardo. "Siempre pensamos que después vendría el momento".

En la realidad, después sucedió algo totalmente inesperado. El 12 de septiembre del 1998 a las 5:30am, agentes del FBI con armas largas entraron en su humilde apartamento en Miami y lo arrestaron. "Yo les dije que me llamaba Manuel Viramóntez, era un puertorriqueño. Ellos me decían que sabían quién era realmente".

Durante meses, Adriana no supo nada de su marido. Ni la noticia de su detención había salido públicamente porque él no usaba su nombre verdadero. Finalmente, después de mucha preocupación y desespero, funcionarios del Ministerio del Interior de Cuba llegaron a su casa y la contaron sobre el trabajo de Gerardo y su lamentable arresto, junto a los otros compañeros cubanos. Ella no podía decir nada a nadie más en su familia. "Era difícil porque nadie podía saber que Gerardo estaba preso en Estados Unidos. Tuve que actuar como si todo era normal", reveló.

Finalmente, el nombre real de Gerardo se hizo público en el juicio y ya Adriana no tenía que guardar su silencio más. Pero cuando ella intentó solicitar una visa para verlo en la prisión, su petición fue negada por el gobierno estadounidense. "La acusaron de ser un agente de inteligencia también", explicó Gerardo. "Era una manera de chantajearme. Ellos hicieron de todo para que traicionáramos a Cuba y cuando se dieron cuenta que no lo íbamos a hacer, entonces negaron la visa a ella". 

Gerardo fue condenado a dos cadenas perpetuas más quince años, una sentencia completamente desproporcional e injusta. "Ellos querían que yo traicionara porque hubiese sido un golpe duro a Cuba. Ninguno de los oficiales que fuimos arrestados traicionamos a nuestro país, aunque ellos seguían buscándolo hasta el último momento".

Pasaron doce años sin que Adriana y Gerardo se vieran. Los incontables intentos de ella para visitarlo durante más de una década fueron todos rechazados por Estados Unidos. Iban pasando los años y aún no habían logrado su sueño de tener a su hijo. Para el 2012, con 42 años y su marido condenado a una vida en prisión, sus posibilidades de lograr la maternidad estaban rápidamente disminuyendo. Adriana comenzó una campaña internacional humanitaria de bajo perfil, de característica privada, para reclamar su derecho a tener un hijo con su esposo. "Yo no había sido acusado de nada, ¿por qué entonces tenían que negarme mi derecho a tener un hijo con mi esposo?"

Muchos escucharon sus reclamos y simpatizaron con su situación. "Yo quiero mencionar a algunas personas que han hecho esto posible", me decía Gerardo en nuestra conversación, con Gema acostada en su pecho. "Vilma Espín, quien fue presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, tuvo un papel muy grande apoyando a Adriana siempre". Le pregunté si era cierto que un funcionario estadounidense les habían ayudado también. "Sí, ciertamente un senador estadounidense, Patrick Leahy y su esposa, nos ayudaron", afirmó.

"Ellos me escucharon", explicó Adriana. "Me reuní con el senador y su esposa y entendieron el lado humanitario de mi situación, y me ayudaron".

A principios del 2014, cuando ya habían comenzado las negociaciones secretas entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, otro plan estaba en marcha. El presidente Obama había autorizado la solicitud humanitaria de Adriana y un día en abril, una cápsula congelada fue llevada desde la prisión máxima en Victorville, California, hasta una clínica de fertilidad en Panamá. Allí se encontraba Adriana, nerviosa y emocionada sobre lo que podía suceder. "No sabíamos si iba a funcionar, pero hicieron el procedimiento de la inseminación y quedó", exclamó, aún con un aire de asombro sobre el milagro que ha llegado a su vida.

En ese momento, nadie sabía qué podría suceder meses después. Adriana tuvo que mantener su embarazo casi en secreto para que no fuera algo público. Ni ella ni Gerardo sabían sobre las conversaciones entre Washington y La Habana que estaban en marcha. Ella estaba feliz de tener su bebe en camino, y aunque no tendría a su esposo con ella, por lo menos tendría a su hijo.

"¿Y cómo te enteraste de su liberación?" la pregunté. "Me la tuvieron que decir de una manera muy delicada, porque estaba ya muy avanzada con el embarazo y no querían que pasara algo por la emoción", me respondió.


Días después, aquel 17 de diciembre, aterrizó el avión con siglas estadounidenses en territorio cubano y salió Gerardo, un hombre condenado por vida, ahora libre. El primer abrazo entre Gerardo y Adriana estaba cargado de sentimiento, felicidad, alegría y amor puro. Ella había resistido durante 16 años, tanto como lo había hecho él, siempre fiel y leal a su compañero de vida y su compromiso con la patria.

A los 20 días de su liberación, nació Gema, en la presencia de su madre y su padre. "Fue el día más feliz de mi vida", declaró Gerardo, sin ninguna duda.

"Queremos que sea una niña feliz y alegre como todos los otros niños y niñas, y que tenga una vida común como todos", agregó Gerardo. Yo los miré con una sensación de transcendencia. Su historia no solamente es una historia personal. Es la historia de Cuba, una nación – un pueblo - que ha resistido, que se ha mantenido firme, fiel, digno y fuerte frente a los más difíciles obstáculos, y ha vencido. Y todo lo ha hecho por amor. Amor a la Patria, amor por el pueblo, amor por la humanidad.

Hice un gesto a Gerardo con mis manos, señalando a Gema en sus brazos, y le dije con una sonrisa incontenible, "Estoy segura que ella no va a ser nada común".

Dentro de esta historia de los Cincos Cubanos, hay una riqueza de experiencias y lecciones que son emblemáticas de las grandes luchas de nuestra humanidad. El sentido del deber que ha guiado a cada uno de ellos les ha dado la fuerza de resistir bajo condiciones insufribles. El hilo que los mantuvo fuerte, con claridad de mente y corazon lleno, siempre fue el apoyo incondicional de sus mujeres, familias, madres, hermanas, hijos, hijas y amigos alrededor del mundo. Nunca estaban solos, ni siquiera durante los 17 meses que estuvieron sometidos en prisión a la tormenta solitaria e inhumana del “hueco.” Como me dijo Antonio, nunca estaban presos realmente. “Cada noche al acostar mi cabeza en la almohada sabiendo que había cumplido con el deber, sabía que era libre.”




RAMÓN

Salí de la casa de Gerardo, envuelta a su inmensa historia de amor con Adriana, y su final feliz con Gema, y me fui a ver a Ramón Labiñino, un hombre formidable, apasionado, lúcido y lleno de energía.

A Ramón ya lo había conocido unas horas antes junto a Gerardo y René en el conversatorio que tuvimos en el Centro de Prensa Internacional allá en Vedado. Cuando nos vimos por primera vez, me dio un enorme abrazo y me confesó que su sueño también era conocer a Chávez, pero no fue posible. “Quería conocer a Chávez y darle un abrazo, pero ahora abrazándote a ti es como abrazarlo a él,” me dijo. Me mencionó que seguía todo sobre Venezuela desde la prisión y leía mucho mis textos. “Era un sueño nuestro que algo como la Revolución Bolivariana pudiera ocurrir.” Le hice saber que para mi era un gran honor que le había sido útil mi trabajo.

Cuando nos sentamos, Ramón fue el primero en hablar. Le había preguntando sobre la misión en Estados Unidos y cuales eran sus motivos. Me habló detalládamente de su trabajo en Estados Unidos. El también era oficial de inteligencia y hacía un trabajo parecido a Gerardo, a veces incluso reemplazaba a Gerardo cuando él iba a Cuba de vacaciones. Ramón utilizaba el nombre Luis Medina, era la identidad de un puertorriqueño, tal como Gerardo. Esa identidad falsa de Ramón fue tan efectiva, que su nombre quedó así escrito en los papeles oficiales durante todo su encarcelamiento en Estados Unidos, hasta su liberación 16 años después.




Ramón es economista de formación, pero durante su trabajo de inteligencia en Estados Unidos, tuvo que asumir nuevas tareas. “Yo manejaba camiones, vendía cosas, hacía varios trabajos para poder ganar un ingreso mínimo. La gente cree que el trabajo nuestro era algo lujoso, pero no era así.” Era el periodo difícil en Cuba y no había mucho dinero para pagar a sus agentes en el exterior. Ellos no hacían ese trabajo con fines lucrativos, lo hacían para defender a su patria y su pueblo de las graves amenazas terroristas que provenían de los grupos en Miami.

Luego me encontré con Ramón y su esposa, Elizabeth, y sus dos hijas Laura y Lisbeth. Nos fuimos a un café cerca, con un bello y aflorecido patio al aire libre. Allí nos sentamos a conversar sobre las dificultades personales que experimentaron como familia durante los años del trabajo clandestino de Ramón y luego su largo encarcelamiento. “Ellas son las verdaderas heroínas,” declaró Ramón. “Nosotros tomamos la decisión de hacer éste trabajo, sabiendo que estábamos incluso arriesgando nuestras vidas, y no las consultamos a ellas.”

Ramón miró a sus hijas, ahora grandes. “Yo miro a ellas y veo a dos mujeres, y yo no pude estar con ellas todo este tiempo. Yo las pido perdón. Y quiero que sepan que su padre nunca haría algo por una razón banal. Si lo hice es porque realmente era importante.”

“Yo era casi madre soltera,” explicó Elizabeth, una mujer bonita y sincera. Hablaba con mucha franqueza e honestidad. “Habían momentos muy difíciles. No sabía que hacia él, ni donde iba, a veces no llegaba. Hubo momentos cuando pensé en el divorcio e incluso la mamá de él me apoyaba porque era muy difícil todo.”

“Yo no podía decirle a ella que hacía,” comentó Ramón. “Pero una vez ella me hizo un comentario sobre un grupo de hombres de nuestra historia que luchaban silenciosamente por la patria, y ella me dijo que admiraba a esos hombres.” Un tiempo después, cuando Ramón estaba visitando a Elizabeth y Laura en Cuba, y la situación había llegado a un punto muy fragil en su relación, Ramón decidió que era hora de hacer a su esposa saber que la verdad.

“¿Recuerdas que una vez me dijiste que admirabas a esos hombres que luchan desde el silencio para defender a la patria? Bueno, soy uno de esos hombres.” No la podía dar más detalles, pero Elizabeth entendió perfectamente y desde ese momento, los males y dificultades en su relación disminuyeron. Justo fue en esa visita que concibieron a Lisbeth, su hija más joven.

“Después todas mis amigas y hasta la mamá de Ramón me preguntaron cómo era posible que me había quedado embarazada de él otra vez, porque pensaban que ya nos íbamos a separar, y yo no podía explicarles nada.”

Ramón no pudo estar en Cuba para el nacimiento de Lisbeth, debido a sus labores de inteligencia en Estados Unidos, y poco después vino la oscuridad del 12 de septiembre del 1998. Fue condenado a cadena perpetua más 18 años, pero se mantuvo firme frente a los chantajes y maltratos en la prisión. Elizabeth fue su principal defensora durante su larga estadía en la cárcel estadounidense. Lo visitaba lo más que podía, junto a sus dos hijas y la hija mayor de Ramón, Ailí, de un primer matrimonio.

Hoy están recomponiendo su familia, recuperando tiempo perdido y reconciéndose. La pareja – Ramón y Elizabeth – camina mano en mano por las calles. Cuando se sientan, se tocan con los brazos, se acarician con las manos. Su afecto y amor ha sobrevivido inimaginables obstáculos y momentos, y ahora es su tiempo de estar juntos, por fin. Pero Ramón, como un buen soldado, está ansioso para comenzar su próxima tarea. “Nosotros no vamos a permitir que atacan a Venezuela como hoy están haciendo. Defenderemos a Venezuela y la Revolución Bolivariana con nuestras vidas, tal como lo hemos hecho con Cuba.”

Ramón se muestra optimista frente a la nueva etapa que vive su país con Estados Unidos. “Queremos mejorar nuestro socialismo, pero jamás vamos a cambiarlo por otro modelo. Aquí tenemos salud gratuita, educación gratuita, y la mayoría de nuestro pueblo no quiere que esas cosas se quiten. Nosotros no tenemos apuro. Queremos tener una mejor relación con Estados Unidos, pero con respeto por nuestro sistema.”

Nos dimos unos abrazos fuertes y los dejé en ese lugar bonito, con el soplo del fresco viento que entraba desde el mar caribe. Al salir, los miré una vez más antes de irme del lugar. Allí, sentados en su mesa, reunidos y conversando, parecía una tarde normal de una familia habanera.

FERNANDO

A Fernando González lo fui a ver en su oficina. El cumplió con su sentencia en Estados Unidos y fue liberado el 27 de febrero del 2014, aproximádamente diez meses antes de los últimos tres. Regresó a Cuba el día siguiente y luego de pasar por una etapa de transición, comenzó a trabajar. Hoy ocupa la vicepresidencia del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), desde donde ayuda a coordinar la gran solidaridad que Cuba tiene con miles de organizaciones y ciudadanos alrededor del mundo.

El edificio del ICAP es bellísimo, es un viejo estilo colonial con un inmenso patio atrás lleno de palmeras y fauna tropical. Fernando salió de su oficina y me buscó abajo por el patio. Sin habernos conocido antes, nos abrazamos como viejos amigos que no se habían visto en muchos años. “Mejor hablamos por aquí. Mi oficina está muy desordenada,” me dijo. Decidimos caminar por el patio conversando un poco antes de sentarnos.

“Los otros me han contado sobre los detalles de su trabajo en Estados Unidos. ¿Y tu, que papel tenías, cómo lo realizabas?” le pregunté abiertamente. La historia de su trabajo de inteligencia ya ha sido publicada en el juicio, no es secreta, pero quería que él me lo contara de primera mano.

“Yo reemplazaba a Gerardo cuando iba de vacaciones,” dijo, como si fuera un trabajo cualquiera. Fernando era oficial de inteligencia, aunque estaba formado en relaciones internacionales con una manera muy analítica de ver al mundo. El fue combatiente internacionalista en Angola, como Gerardo y René, recibiendo altas condecoraciones por su valentía y compromiso. Durante su trabajo clandestino en Estados Unidos utilizó la identidad falsa de un estadounidense de nombre Rubén Campa. Cómo en el caso de Ramón, ese nombre se mantuvo a lo largo de su juicio y luego durante sus 15 años encarcelados. Sus papeles de liberación no decían Fernando González, sino Rubén Campa.

“¿Me puedes comentar como era la forma de comunicación entre ustedes? Hay técnicas conocidas como el uso de radio ondacorta, mensajes cifrados.” No me quiso responder. “Prefiero no entrar en esos detalles.”



Respetando sus deseos, y sabiendo además, que esa información ya estaba disponible en la transcripción del juicio contra ellos, decidí aprovechar nuestro tiempo juntos para conversar sobre otros temas. “Vamos a sentarnos,” le sugerí, y fuimos hacia el otro lado del patio a buscar unas sillas. Las colocamos en un lugar con sombra, bajo unos árboles inmensos y hablamos sobre su experiencia en la cárcel. A mi sorpresa me comentó que había compartido la celda con el preso político puertorriqueño, Oscar López Rivera.

“¿Estuviste en la misma prisión con Oscar López Rivera? ¡Que tremenda coincidencia! ¿Cómo fue esa experiencia?”

“Sí,” respondió. “Estuve cuatro años compartiendo la celda con Oscar López. El tenía 33 años preso y se había negado a aceptar la clemencia ofrecida por el Presidente Clinton en 1999 porque otros de sus compañeros no estaban incluidos. Compartir con él fue una experiencia extraordinaria,” afirmó.

El público estadounidense en general no conoce el caso de Oscar López Rivera, quien ha sido un gran luchador latinoamericano. Durante los años sesenta y setenta, López Rivera fue miembro de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, luchando para lograr la liberación de Puerto Rico de la dominación de Estados Unidos. Fue detenido en 1981 con otros activistas de su organización, y luego lo condenaron por conspiración para cometer sedición y fue sentenciado a 70 años de prisión. Hasta hoy ha cumplido 34 años de su sentencia, y sigue firme por su causa.

Le pregunté a Fernando cómo hacía para sobrevivir en la cárcel todos esos años. “Me dedicaba al ejercicio,” dijo, y claro, a responder a la multitud de correspondencia que recibía de sus familiares y personas que apoyaban a los Cinco. “Aún me he quedado con la costumbre de levantarme temprano, como a las cinco de la mañana, para ir a correr afuera o hacer algún otro ejercicio. Mi familia no entiende porque sigo levantándome tan temprano, pero es la rutina que he mantenido durante todos estos años y me gusta.”

Me parecía interesante que algunos hábitos de su tiempo en la cárcel se habían ya convertido en algo permanente en su vida. Fueron muchos años de la misma rutina, sin duda se vuelve algo habitual.

Fernando habló bastante sobre la sociedad estadounidense y su nivel de desconocimiento de temas políticas y sociales. “Es una cultura sin mucho conocimiento. La mayoría de los estadounidenses desconocen la realidad...” Lo interrumpí, “Es una sociedad ignorante.”

“Bueno,” me respondió, “no quería usar esa palabra, pero es cierto.”

Hablamos durante más de dos horas sin parar. Habían cantidades de cosas para conversar, y las que faltaban. Sin duda, pensé al despedirme de él, ésta conversación continuará.

Dejando a la hermosa tranquilidad del patio embellecido de la ICAP atrás, fui a encontrarme con el poeta de los Cinco, Antonio Guerrero.

ANTONIO

Nos habían citado de nuevo en el Centro de Prensa Internacional para ver a Antonio, pero yo estaba convencida a llevarlo a un escenario más dinámico. Quería ir con él a una de las exposiciones de su arte que había en La Habana, o a algún otro lugar emblemático para poder sostener una conversación de manera más informal.

Antonio es el artista del grupo. En la prisión aprendió a pintar y ha sido muy prolífico con su arte. Varias exposiciones de sus obras han recorrido al mundo. Tiene talento, y no solamente con los pinceles, sino también con el lápiz. Antonio escribe poesía y han sido publicados por lo menos once libros de poemas que escribió en la cárcel.

Cuando lo vi por primera vez, no me saludó formalmente. Estaba en medio de una conversación sobre el viaje que había tomado a Matanzas para ver a una premiada poeta cubana, Carilda Oliver Labra, quien a sus 92 años mantuvo una sentida correspondencia con Antonio durante su tiempo en la prisión. Me comenzó a mostrar algunas fotos con ella que tenía guardado en su teléfono celular, aún emocionado con la experiencia de haber conocido una leyenda de la literatura cubana.

Le dije que quería llevarlo caminado a algún lado para hablar, explicándolo que no me interesaba una entrevista clásica sino algo más informal. Me propuso ir al Malecón. “Yo no he ido al Malecón todavía”, reveló. “¿De verdad?” le pregunté. “Para mi sería un gran honor ser tu primera acompañante al Malecón,” le confesé.

Sonrió. Me parecía fantástica la idea de ir a uno de los lugares más especiales de La Habana, pero la fantasía fue rápidamente disuelta. Su seguridad no pensaba que era buen idea por ser pleno día y podía atraer mucha atención.

Los Cinco son héroes en Cuba y cuando la gente los ve en la calle, los saluda con mucho entusiamo. Decidimos caminar hasta el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) donde había una exposición de sus obras de José Martí en la sede de Radio Rebelde.

“Yo no sé donde es,” le dije. “¿Tu no sabes done es?” me respondió, y me llevó gentilmente por el brazo para guiarme por el camino. Después me echó un cuento sobre una novia suya que vivía en la zona del Vedado, donde nos encontrábamos, cuando era joven.

Antonio es un galán. Habla suave, con mucho sentimiento e intensidad. Es cautivador con su forma de dirigirse pautádamente con un nivel de profundidad intrigante. Nació en Miami en 1958, pero meses después su familia volvió a Cuba para comienzos de la Revolución. A pesar de haber nacido en Estados Unidos, creció en un ambiente completamente revolucionario con padres comprometidos con el proyecto socialista liderado por Fidel Castro. Antonio fue un buen estudiante de ingeniería y ganó una beca para estudiar en la antigua Unión Soviética.

Cuando le pregunté sobre cómo había llegado a Estados Unidos para la misión de inteligencia, me miró con perplejo. “La gente ha visto muchas de esas películas raras y creen una cosa que no es cierto,” dijo. “No es James Bond”, le respondía. Se rió. “No, no es James Bond,” afirmó.

“Aquí comenzaron a poner bombas. Tu seguro conoces esa historia,” me dijo. “Y a mi me pidieron una colaboración. Yo nada más informaba sobre algunas cosas que veía, pero dentro de una vida normal.”

Antonio es bastante modesto. El recibió una sentencia de cadena perpetua más diez años por conspiración para cometer espionaje, entre otros cargos. Las autoridades estadounidenses nunca lograron mostrar evidencia en su contra que fundamentaba su acusación, pero el juicio fue tan sesgado que no importaba la verdad.

La madre de Antonio, Mirta, y su hermana María Eugenia fueron sus pilares durante sus 16 años encarcelado. Viajaron al mundo entero en su defensa, y lo visitaban, junto a sus hijos, Antonio Jr. y Gabriel, lo más que podían. Hoy, la alegría de tenerlo de regreso, libre y sano, es inmensa. Lo acompañan a todas sus actividades, como sus compañeras de vida.

Pasamos un rato conversando en la sede de la Radio Rebelde. Aunque habían muchas personas en la sala con nosotros, por la manera íntima en que hablábamos, parecía que estábamos a solas. Antes de terminar, le pedí que me recitara un poema suyo. “Que te recito un poema mío,” me dijo con asombro, como si fuera la primera vez que a éste autor le habían pedido un poema en voz alta. “Yo siempre los escribía en la cárcel y los enviaba, no me quedaba con mis poemas, pero hay uno que recuerdo porque ha sido muy conocido. Se llama Regresaré, pero ahora tendría que ponerlo, regresé.”

Mi miró con su profundidad y comenzó a recitar la letra, usando su mano como una guía rítmica.

“Regresaré y le diré a la vida he vuelto para ser tu confidente. De norte a sur le entregaré a la gente la parte del amor en mí escondida. Regaré la alegría desmedida de quien sabe reír humildemente. De este a oeste levantaré la frente con la bondad de siempre prometida. Por donde pasó el viento, crudo y fuerte, iré a buscar las hojas del camino y agruparé sus sueños de tal suerte que no puedan volar en torbellino. Cantaré mis canciones al destino y con mi voz haré temblar la muerte.”

De allí salimos a la planta baja del edificio, y a nuestra sorpresa en las puertas, desbordadas por la calle, había una multitud de gente lista para recibirlo como invitado de honor en un evento que ni él sabía que estaba planificado. Lo vi bajar la escalera del ICRT, su descenso en cámara lenta. Al llegar abajo, los brazos abiertos de su gente lo envolvieron con cariño y admiración. La sonrisa acogedora de Antonio fue inolvidable.

Ha regresado.

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