jueves, 23 de abril de 2015

La obsesión ucraniana de Canadá

Por Lysiane Gagnon en LaPresse.ca (19 ed abril de 2015) ¿Dónde terminará la obsesión ucraniana del gobierno Harper? He aquí que ahora envía a 200 militares para “asesorar” a Kiev en su “guerrita” con Rusia, justo en un momento en el que la frágil tregua que debería poner fin a las hostilidades parece comprometida.

¿Qué tiene exactamente que hacer Canadá en el corazón de Europa, en un conflicto en el que no tiene ningún interés nacional – conflicto que, si las cosas se llevan a la tremenda, podría encender el Viejo Continente?

Por desgracia, la locura humana no tiene límites. Recordemos cómo empezó la Primera Guerra Mundial: un atentado aislado sin gran importancia engendró una escalada mortal que precipitó el mundo a una carnicería que duró cuatro años.

La presencia de 200 militares canadienses a más de mil kilómetros de la zona de combate no cambiará gran cosa, hablando en términos militares. 800 estadounidenses y 75 británicos están ya sobre el terreno. Pero esto va a ser visto por Moscú como una provocación más, después de que la OTAN haya avanzado sus bases de misiles sin motivos válidos hasta dentro de las repúblicas bálticas, a dos pasos de la frontera con Rusia, y que la Unión Europea haya acordado, bien demasiado a la ligera, el principio de una asociación económica con un país que siempre había formado parte de la órbita de Rusia.

Es en respuesta a estas provocaciones que Vladmir Putin ha recuperado Crimea, territorio que había pertenecido a Rusia hasta 1954, cuando Khrushchev, cuentan que en un día de exceso festivo, la cedió a Ucrania, aunque manteniendo allí sus bases militares. Desde entonces, Rusia alienta bajo mano a los rebeldes pro-rusos que quieren incorporar el este rusófono de Ucrania a Rusia.

La intervención intempestiva del lejano Canadá no hace sino echar un poco más de leña al fuego.

El ex ministro de Asuntos Exteriores, John Baird, había abierto el baile en diciembre de 2013 al participar, en contra de todas las normas de la diplomacia, en una manifestación hostil contra el gobierno rusófilo entonces en el poder en Kiev.

En el G20 del pasado noviembre, fiel al acercamiento brutal y cuadriculado que caracteriza sus relaciones con el extranjero, Harper arponeó a Putin con el tono de pequeño acosador de patio de colegio, diciéndole “Get Out of Ukraine” [“¡Fuera de Ucrania!”].

La Casa Blanca, Francia y Alemania hacen gala de cierta contención. Europa se ha negado sabiamente a conceder a este país mal administrado y corrompido la carta de entrada en la UE que codiciaban las autoridades de Kiev. El Sr. Harper, por su parte, está en la longitud de ondas de los republicanos estadounidenses, grandes defensores de una intervención dura en Ucrania.

¡Algunos altos funcionarios canadienses en el extranjero incluso han recibido la sugerencia de Ottawa de abandonar cualquier reunión en la que participara un representante de Rusia!

En los palcos principales, el poderoso lobby ucraniano-canadiense aplaude. Los miles de ciudadanos de origen ucraniano, y más en general aquellos cuyos antepasados sufrieron en la antigua URSS, forman un electorado que los conservadores no han dejado de cortejar (como, por cierto, hicieron los liberales antes que ellos).

El proxenetismo electoral había comenzado con ese proyecto absurdo de un monumento a las “víctimas del comunismo” en pleno corazón de la capital federal, a dos pasos de la Corte Suprema.

Cierto, el comunismo ha causado innumerables víctimas, en Europa, en China o en Vietnam. Pero ¿por qué un monumento aquí y ahora, mientras los comunistas están en todas partes en peligro de extinción? ¿Quizás con el mezquino objetivo de que ese gran edificio aplaste con su sombra masiva el delicado edificio de la Corte Suprema, el enemigo número uno del gobierno de Harper? Pero es sobre todo, por supuesto, para dar satisfacción a un electorado ansioso por pedirle cuentas a Rusia.

El electoralismo es un fenómeno normal en la política. Pero la obsesión ucraniana de Harper es un jueguecito peligroso. Es a él a quien se le querría decir: “¡Fuera de Ucrania, señor Harper!”

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